Por Alvaro Cárcamo.- Fue también en octubre. En 1988 los chilenos salimos a las calles a lo largo de todo el país, íbamos vestidos de alegría y esperanza, voceando con orgullo y con humildad la satisfacción de haber recuperado nuestro derecho a ser ciudadanos, a soñar con un futuro mejor para los que allí estábamos y para los que vendrían.
31 octubres después, el pueblo de Chile está de nuevo en las calles, pero esta vez no para celebrar el haber derrotado pacíficamente a una dictadura atroz, sino que empujado por el cansancio y el hastío de ver desvanecerse sus esperanzas y sus sueños de tener una vida digna y propia.
Si, de una vida digna en la cual el esfuerzo y dedicación personal le permita tener iguales oportunidades que otros que, por el solo hecho de pertenecer a un determinado segmento social, acaparan sin esfuerzos las mejores oportunidades. Una vida digna en la cual la educación sea lo que debe ser, una herramienta para el desarrollo y el crecimiento individual y social. Una vida digna en la que no tenga que mendigar salud. Una vida en la cual los ahorros generados durante su etapa laboral le permita vivir dignamente su vejez.
Y también una vida propia, en la cual se libere de hipotecar su futuro a quienes los impulsan con pertinacia y embuste a endeudarse para consumir lo que no necesita, haciéndole creer que con lo superfluo de poseer bienes demuestra el éxito y se iguala con ese otro, ese que nunca lo considerará su igual.
¿Qué ocurrió entre estos octubres?
Algunos dicen que lo planteado es una mirada sesgada y tendenciosa, que en ese periodo Chile redujo la pobreza de un 40% a un 11%; que los chilenos tienen mejor y más amplia formación técnica y profesional; que el milagro económico chileno es el paradigma de Latinoamérica con un PIB per cápita de US$25.000 que nivela a Chile con algunos países europeos.
Puede que todo los guarismos anteriores sean ciertos, y que constituyan un logro macroeconómico. Y entonces, ¿por qué el estallido social?
La respuesta es clara, los beneficios del mejoramiento logrado por todos los chilenos no se distribuyen de manera justa ni equilibrada, la concentración del ingreso en nuestro país es la más alta de la OCDE y una de las más altas del mundo, con salarios mínimos que no permiten a las familias cubrir sus necesidades básicas y atentan contra con su dignidad.
En esto todos tenemos responsabilidad, desde quienes han sido gobierno en estos últimos 30 años con la mantención pertinaz de dogmas macroeconómicos en torno a equilibrios estructurales que sacrifican el gasto público y las prestaciones sociales; quienes legislan a veces con negligencia en sus funciones y de espalda a sus electores, priorizando su comodidad y siendo sordos y ciegos al mandato que el pueblo les ha entregado; la ambición y codicia de los poderosos por tener siempre más, empujando y amparándose en una legislación regresiva y abusando de la gente a través de confabulaciones para subir precios de los productos que consume; la sociedad civil cuyos miembros se han enfrascado en un individualismo ausente de solidaridad y colaboración social que los han hecho indolentes e inconscientes de una realidad que hoy se expresa con una fuerza y violencia inusitada.
La responsabilidad del gobierno es mantener la paz y el orden social. Para ello debe en primer lugar entender la realidad que enfrenta, lo cual claramente este gobierno no está haciendo. Nadie está de acuerdo con la violencia y el vandalismo, pero ese no es el problema, es la consecuencia de todo lo antes señalado. En tal razón, los caminos tomados por el Presidente son totalmente errados, las declaraciones que la situación obedece al imperio del lumpen, a que estamos en guerra, a sacar a los militares a la calle, a declarar toque de queda; solo agudizan y agravan el problema. Un verdadero estadista siempre debe anteponer el análisis crítico de su gestión por sobre el culpabilizar al resto, a la vez que anteponer el interés del país por arriba del de los grupos con los cuales gobierna.
Somos muchos los chilenos que estamos pidiendo se abra un camino para la construcción de un nuevo acuerdo y ordenamiento social en nuestro país, creo ha llegado la hora de escuchar y actuar para que Chile y los chilenos salgamos fortalecidos de esta crisis, pero eso requiere dejar de lado la obcecación y la ceguera que parece dominar hoy en La Moneda.