Por Mauricio Vargas.- En Chile, hasta hace poco más de 200 años, el gobierno, la justicia, la economía, el trabajo y la cultura dependían, por derecho divino, de la voluntad de un rey radicado en España y un papa que vivía en Roma. De esta forma, las altas autoridades políticas, militares, religiosas, comerciales y académicas eran designadas por y para los intereses de la Corona y el papado; concentrando el poder y la toma de decisiones, condicionando los proyectos que podían emprender personas y comunidades.
Esta falta de autonomía, principalmente económica y administrativa, impulsó a los criollos de Latinoamérica a enfrentarse legal, militar e intelectualmente a la Corona; conquistando la Independencia de nuestras naciones.
Como es de suponer, la carga de tres siglos del Imperio Español y más de cuatro mil años de cultura monárquica, no se borran con una firma. Así, a más de un siglo de la Declaración de Independencia, en un mensaje enviado al Congreso por la Paz y la Democracia, Gabriela Mistral se refiere a la decadencia de las democracias latinoamericanas, causada por mantener (aún en 1950), muchos de los fundamentos de las relaciones sociales y productivas establecidos durante La Colonia; a mi entender, el Chile independiente mantuvo la cultura de la hacienda, el verticalismo militar y la moral católica.
La democracia, advierte Mistral, nos llegó casi gratuitamente, como consecuencia de la lucha por la independencia. Sin embargo, al no deshacernos de lo colonial, lo perverso del monarquismo se sigue repitiendo en forma de caciquismos, dictaduras y fascismos. Es decir, hemos dado por sentado que los ideales de igualdad, libertad y justicia fueron fundamentales en el establecimiento de nuestras repúblicas; cuando en realidad, la construcción de nuestras naciones no ha tenido al pueblo en su centro, ni ha completado la transformación del paradigma de la soberanía.
Consecuencia de lo anterior, según observa nuestra Nobel, para una mayoría de la población, la democracia apenas significaba mejores salarios, comida, ropa y techo; y la justicia se confundía con dádivas clientelares.
Dadas estas falencias de origen, no sorprende que Mistral haya constatado el menosprecio ciudadano por la democracia, el sufragio y los procesos electorales. Desdén presente en el descuido con que se ha gobernado la República y la frialdad con que se imparte y recibe la educación cívica.
Otra manifestación de la decadencia colonial y la falta de afecto cívico, destacado por la poetisa, es el tedio, frialdad y ausencia de propósito con que asumimos la vocación y el oficio (actividad); falta de amor por el quehacer que lo despoja de sentido y trascendencia, causando pobreza espiritual y material a nivel personal y nacional.
Las palabras de Gabriela Mistral otorgan profundidad histórica y estructural a la crisis política que estalló en octubre de 2019. Treinta años son pocos para explicar una descripción tan cruda de la miseria de nuestra democracia. Hoy, como en 1810 y 1950, la matriz colonial, expresada en: concentración del poder político y económico, el menosprecio por la dignidad igualitaria de las personas, la exclusión del pueblo de la toma de decisiones y la definición del Proyecto País, no hacen sino carcomer los fundamentos y el alma de la democracia; limitando el potencial creador de desarrollo personal y colectivo.
Así como Gabriela reconoce la corrosión que afecta a la República y, aún más, a la Democracia, también nos recuerda que es posible restaurar su vitalidad, con sólo regresar a su fuente verídica: «el «Demos» campesino y el «Demos» industrial». Entendiendo, además, que la democracia requiere trabajo permanente y de largo plazo; no es una forma de gobierno u ordenamiento socio-político acabado, sino que requiere atención permanente para mejorarla y actualizarla a los nuevos modos y dimensiones que ella misma va generando.
Sobre este último punto, vale tener presente que la monarquía, con más de cuatro mil años de desarrollo, acumula una larga historia de adecuaciones, estilos y aprendizajes. En este sentido, con poco más de doscientos años, las democracias modernas (liberales y socialistas), están en pleno desarrollo y aún deben enfrentar desafíos inéditos como la crisis ecológica, el transhumanismo, la automatización de procesos productivos y la inteligencia artificial. Como expresa Gabriela Mistral: “no supimos que se trataba de una faena para muchas generaciones. Teníamos prisa y vanidad de niños y dimos por acabada la fábrica allá por la segunda generación”. Ella misma señala que la tarea de perfeccionamiento de la democracia requeriría muy diversos esfuerzos y trabajos para conseguir una institucionalidad que permita superar lo colonial por un lado y cumplir con la visión de desarrollo, bienestar y libertad que encarna.
De manera similar a la exhortación que diera Gabriela Mistral a las naciones latinoamericanos en 1950, necesitamos exhortarnos a restaurar nuestra democracia, a verla más allá de una república colonial, concentrada y segregada; entendiéndola como una relación social que cuenta con los mecánicos para maximizar el desarrollo colectivo a partir del ofrecer las condiciones necesarias para el pleno crecimiento de las personas.
Nuestro proceso constituyente debe ser capaz de despojarnos de las trabas históricas de una democracia mal concebida y habilitarnos para enfrentar desafíos (presentes y futuros), que requieren cambios estratégicos urgentes en la forma como construimos el país. La discusión constitucional nos ofrece una oportunidad valiosa para dotarnos de un marco conceptual y jurídico que base la estabilidad política, el desarrollo y sustentabilidad del Proyecto País en la desconcentración del poder (político, económico y cultural), el respeto y promoción de los Derechos Humanos -que junto con definir un mínimo ético para el trato de cada persona del planeta, otorgan a la democracia las condiciones para que cada ciudadano y ciudadana alcance y aporte conforme a su máximo potencial, con justicia, igualdad y libertad-, así como el cumplimiento de nuestros deberes con la biosfera y los ecosistemas locales y globales.
Mauricio Vargas es geólogo.
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