Por Pablo Franco.- Los paradigmas y modelos geopolíticos tradicionalmente ocupan como objeto de sus acciones el Estado-Nación, donde se buscaban espacios que podían asegurar materias primas, capital, vías de comunicación, población o mercado necesario para ser el Estado más fuerte del globo. Mackinder planteaba que el que controlara el pivote Euroasiático (control sobre materia prima y población) controlaría el mundo. El norteamericano Alfred Mahan, creía que el control de las vías de comunicación marítimas (donde se transporta el 80% de las mercaderías mundiales) y el alcance de este control, era la “frontera” de ese Estado, por lo menos de facto.
Desde 1947, el proceso de globalización mundial condujo a una creciente disminución de la soberanía de los Estados, trasladándose esta soberanía a entes supranacionales, sobre todo en los aspectos económicos como la liberación de la moneda, terminar con las barreras arancelarias y generar condiciones de movilidad de los capitales, por mencionar solo algunos.
Este proceso se aceleró y profundizó desde 1990. Ya desaparece la diferencia entre Occidente y Oriente como divisiones ideológicas y aparece el concepto norte-sur para distinguir los países ricos y los países pobres, una vez que los gobiernos de los Estados (del sur en su mayoría) firman las draconianas a condiciones del Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional o cualquier otro organismo internacional con fines similares. Los países “del sur” pasaban su política económica y social a los designios de estas instituciones, ya que el Estado carecía de importancia.
Con este debilitamiento de las fronteras, el Estado dejaba de ser un actor importante para el control mundial del espacio: ahora solo son relevantes las zonas. Así en los “países globalizados” conviven el primer y tercer mundo, en una misma región, provincia o comuna. Estas zonas se configuran en función de los intereses del Gran Capital, materias primas, especulación financiera, población con poder adquisitivo, etc. Ahora cuando la zona es poco atractiva, se generan los espacios de desinterés. Estos no son espacios marginados, pues no existe la acción de rechazarlos; simplemente no interesan, no son funcionales, son espacios vacíos que no importan, ni siquiera para las políticas públicas sociales.
En Chile, las regiones del Maule y Los Lagos tienen un ingreso per cápita, igual que Surinam o Mongolia; la Araucanía, igual a Libia o Namibia; en Santiago hay comunas cuyos ingresos per cápita son inferiores a República del Congo, Honduras, Sudán o Papúa Nueva Guinea y otras comunas con el mismo índice que se iguala a Luxemburgo o Catar ( N° 1 y 2 del mundo en su ingreso per cápita, según el Banco Mundial).
Cabe agregar que, en las últimas décadas, ha existido un aumento en los delitos violentos, donde la forma de relacionarse y de resolver las diferencias es a través de la violencia. El aumento de las personas en situación de calle -los desterrados del espacio en comunidad y emigración de las zonas de indiferencia a las zonas del Tercer Mundo-. Esto genera el rechazo a ese mundo al que no tiene acceso, construyendo símbolos, héroes y relatos en contraposición de lo aceptado por esos espacios que si están considerados por el capital.
El rechazo de los que no interesan, el miedo de los que están en este mundo globalizado y ven que pueden pasar a ese otro espacio y la necesidad de un Estado de que se cumpla con el Contrato Social son los elementos que desde la geopolítica pueden explicar las diferentes explosiones sociales en el Mundo.
Pablo Franco es Licenciado en Historia Universidad de Chile, Magíster en análisis político Universidad Rey Juan Carlos I de Madrid, Experto en Defensa, Seguridad y Comunicación en la Universidad Alfonso X el Sabio y Doctor © en Seguridad Internacional Instituto Universitario Gutiérrez Mellado.
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