Por Hugo Cox.- Una de las lecciones que deja la erupción “volcánica” social es que el milagro económico chileno es consumido por un terremoto social de proporciones. Está latente un grado de combustión de la sociedad muy alto, fenómeno que se alentó con la muerte del hincha de Colo Colo atropellado por un camión de Carabineros, lo que generó múltiples manifestaciones -algunas con mucha violencia- y, por otra parte, existe un gran descontrol en los distintos tejidos sociales. El ejemplo más claro de esto son las llamadas “Balas Locas”.
Una las bases de este conflicto está dado en que el crecimiento económico es el leit motiv de todo un modelo en que solo importar crecer y crecer más que el año anterior, tal como lo hacen las grandes empresas cuyo objetivo es mejorar los beneficios de los socios.
No niego que el crecimiento es importante, pero no solo puede ser eso. El crecimiento, de hecho, no implica desarrollo. En el caso de Chile y de otros países no se ve reflejado en mejores condiciones de vida, no se ven los beneficios del crecimiento del país en el reparto de los beneficios, generando una desigualdad cada día mayor.
El indicador del PIB no refleja el desarrollo. El modelo basado solo en crecimiento ha generado que, aunque se crezca siempre, y a veces más de lo presupuestado, y los niveles de desigualdad y pobreza crecen en la misma medida o mayor al crecimiento, y esto sucede fundamentalmente por la reducción del aparato estatal y entregando la mayor cantidad de resolución de conflictos al mercado.
Lo anterior obliga a repensar el capitalismo, pero además urge repensarlo a partir de la experiencia de Chile cuando en el horizonte se visualiza la emergencia del “cisne verde” como dicen algunos economistas a los conflictos medio ambientales derivados del cambio climático, que se orientan a discutir el cambio de la matriz energética, dejando a un lado la actual, basada en los combustibles fósiles, situación que provocaría un cambio profundo en las estructuras económicas.
Hay que pensar en propuestas que permitan cambios significativos y armónicos con una sociedad más equitativa y a escala humana, ya que el actual modelo desarrollado en Chile entró en una crisis que no da respuestas a las actuales demandas de la sociedad.
Hoy el problema está a la vista: la alta concentración del capital en cada vez menos manos, provocando niveles de desigualdad, es un escenario que comienza peligrosamente a parecerse a lo que fue a principios del siglo XX y finales del siglo XlX -que explotan en la crisis de los años veinte-, y que el país resuelve generando un modelo de desarrollo a partir del Estado, sustitución de importaciones y creación de mercado interno.
Estas desigualdades generan un fuerte quiebre del tejido social, y provocan falta de gobernabilidad y gobernanza.
Lentamente empiezan a surgir propuestas para amortiguar los efectos de la crisis del modelo. Por ejemplo Jeannette von Wolfersdorff, que perteneció a la Bolsa de Valores de Santiago, plantea la creación de un fondo cuyos aportes sean de los millonarios para reducir la pobreza y las desigualdades. Es, en el fondo, la redistribución de renta a partir de lo privado. O como José Palma (profesor de la Universidad de Cambridge) que plantea una redistribución de la renta a partir del Estado, en que este debe hacerse de nuevo de la salud, la educación, las pensiones, la infraestructura.
En síntesis, en las actuales condiciones el capitalismo zozobra, y los populismos al estilo Bolsonaro en Brasil, Trump en Estados Unidos, Johnson en Inglaterra, no llegan para hacer cambios en el capitalismo, sino para convencer de que su presencia permite mejorar el capitalismo.
Es el fascismo de nuevo cuño que se puede expandir en forma peligrosa, más cuando la izquierda y la social democracia se encuentran sin un norte claro o un programa concreto que lo diferencie de la derecha más allá de la crítica al sistema y los elementos diferenciadores con la derecha están en el plano ideológico como son el aborto, la homosexualidad, medio ambiente, igualdad de la mujer, etc.
Por lo tanto, es urgente crear herramientas que permitan la creación de diálogos que den con la salida a la crisis, buscando una nueva economía que esté más allá de lo conocido y en concordancia con una globalización e interconexión de las realidades de los distintos países. No somos una isla: somos un país cada vez más conectado y por lo tanto se debe pensar el país a partir de los territorios, que es donde se manifiestan las desigualdades.
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