Por Rodrigo Gangas.- La polarización política es un fenómeno donde se enfrentan dos posiciones con amplia distancia ideológica, mutuamente excluyentes y con un alto nivel de radicalidad en sus ideas, en este escenario el centro político tiene vital importancia, ya sea porque es el articulador del consenso que permite moderar las posiciones o bien porque su posición también constituye un proyecto excluyente alentando las posiciones extremas.
En un escenario electoral polarizado, los polos buscan consolidar sus espacios electorales, con proyectos ideológicos, a fin de que la competencia se defina más por la radicalidad que por la moderación, es decir, el sistema opera en un juego de exclusiones sin posibilidad de establecer alianzas con el centro. En Chile, esta situación se vio con fuerza durante la década del 60 y 70, donde las posiciones se consolidaron en tres tercios electorales -una derecha, un centro y una izquierda-, claramente definidos con proyectos ideológicos y donde el centro actuó de manera excluyente, situación que no se vive hoy en el sistema político chileno.
Por cierto que hoy existen proyectos contrapuestos. Sin embargo, después de la primera vuelta electoral, las posiciones -al menos la del candidato de Apruebo Dignidad con más claridad- fueron rápidamente a buscar los apoyos del centro político y consolidar un eje que se vio claramente en la reconfiguración de los programas. En un escenario donde las posiciones han buscado los apoyos del centro político y la fuerza es más hacia el centro que hacia el extremo, no podemos decir que existe una alta polarización.
Y si no hay polarización, ¿por qué existe la sensación de que las elecciones del 19 de diciembre de 2021 son entre dos proyectos excluyentes que tienden a radicalizar y extremar el sistema? Una respuesta a la pregunta puede ser por el posicionamiento de un actor que desde hace ya varios años se ha instalado en el sistema, y que desde la marginalidad ha ido construyendo y posicionando un discurso radical y extremo, haciendo uso de distintos medios, para presentarse hoy como alternativa presidencial. Esa es la extrema derecha.
El posicionamiento político de la extrema derecha en el sistema político forma parte de un proceso de descomposición del sector y, por cierto, también del sistema político. Es efectivo que, en momentos de crisis política, reflejada principalmente en el gobierno y las instituciones democráticas, los personalismos autoritarios comienzan a tomar forma y a posicionarse como alternativas. El surgimiento de caudillos autoritarios no son un fenómeno ajeno a la realidad política actual, tanto en Latinoamérica, como Estados Unidos y Europa, la posición de la extrema derecha ha ido lentamente ocupando espacios de poder. Y aun cuando en Chile ese fenómeno se contuvo desde la institucionalidad del sistema de partidos y la política centrista, la posibilidad de personalismos autoritarios que desprecian la democracia y relativizan sus valores, entre ellos el respeto por los derechos humanos, poco a poco se fue instalando como una realidad con capacidad de acceder al sistema político en sus distintas instituciones.
¿Es nueva la extrema derecha en Chile? Quizás el fenómeno de posicionamiento de una alternativa radical en el extremo derecho puede resultar como un fenómeno nuevo e incluso algunos podrán ni siquiera percibirlo, hasta llegar al punto de desconocerlo e indicar que es una minoría que se vio reflejada en el 20% del rechazo hacia la nueva constitución. Sin embargo, pensar que la fractura que hoy se enfrenta en el calor de la campaña electoral es sinónimo de debilidad política, es un error, y es que efectivamente el discurso radical de derecha tiene la capacidad de mimetizarse, disfrazarse con el ropaje democrático liberal y, desde ahí, postular todas las consignas que los representan.
La extrema derecha en Chile no es nueva, es la misma derecha que colaboró con la dictadura de Pinochet, que tiene su origen en el gremialismo, y que fue actor clave del pacto transicional. Esa derecha es la misma que se asentó en la nueva democracia desde los enclaves autoritarios, los senadores designados y el sistema electoral binominal, la misma derecha que estuvo en contra de todos los avances en materia de derechos individuales y sociales, incluido el cambio constitucional, la misma derecha que defiende el “legado de la dictadura” y que visita Punta Peuco solicitando cada tanto un indulto humanitario, sin reconocer su responsabilidad, incluso como “cómplices pasivos” de las violaciones a los Derechos Humanos. Esa derecha que se disfraza de democrática, y que luego de su posicionamiento en primera vuelta cerró filas con el caudillo extremo, sin complejos ni ataduras. Su logro ha sido instalar discursivamente una hegemonía en torno al discurso del miedo, la seguridad, la propiedad privada y una falsa ilusión de libertad. Si hasta hace poco el discurso del emprendimiento resultaba aglutinador para los deseos de una sociedad neoliberalizada, y esto se reflejó en las dos elecciones de Sebastián Piñera, hoy ese eje se encuentra agotado; el candidato que tomó esa posta no tenía ni los recursos, ni la credibilidad para sostener un discurso del emprendimiento, por cuanto la derecha vuelve a su eje original, un espacio que no busca de la negociación centrista de la transición para instalar su visión de mundo.
Pero la existencia de una derecha radicalizada no significa que vivamos en un escenario de polarización. Se requiere de dos para bailar tango y, por ahora, solo un actor sigue en la posición extrema buscando radicalizar y extremar las posiciones. La idea de un país dividido en dos proyectos excluyentes ha permitido colocar la discusión en un registro valórico entre “buenos y malos, libertad y dictadura, democracia y comunismo”, etc. La instalación del miedo ha sido siempre el mejor espacio para la derecha extrema, y en ese sentido instalar la imagen de un país dividido en dos proyectos excluyentes, con alto nivel de polarización, es un ejercicio que logra administrar mejor.
Si bien las próximas elecciones representan dos proyectos distintos y, efectivamente, existe tensión en el sistema, especialmente por el cambio del régimen político y la nueva constitución, al menos uno de esos sectores ha comprendido de la necesidad de construir una mayoría gobernable que un sistema polarizado no puede garantizar.
Rodrigo Gangas es Cientista Político y Director Escuela de Ciencia Política, Gobierno y Gestión Pública UAHC