Cuenta la historia que en 1760, para la proclamación del rey Carlos III, se decretaron 15 días de asueto y fiestas públicas cuidadosamente organizadas para celebrar al primer rey español que se legitimó basado en el derecho divino.
Por Juan Medina Torres.- El cambio entre tradición e innovación que impuso el ascenso de los Borbones al trono de España no sólo hizo posible transformaciones políticas, económicas y sociales sino que hizo de las ceremonias de Juras Reales un ritual cohesionador de las relaciones entre el rey ausente y los súbditos de las colonias.
Un hecho concreto de todo esto fue la declaración de quince días feriados para celebrar la proclamación de Carlos III como Rey de España, a fines de 1760, celebrada en Santiago.
Cabe destacar que Carlos III, llamado “el Político”, introdujo por primera vez en España el Derecho divino como fuente y justificación de su soberanía regia.
En la descripción de los escribanos de la ciudad informando a la corona de lo realizado en Chile para esa proclamación, se aprecia la suntuosidad desplegada a nivel civil y eclesiástico.
Entre los actos contemplados destacan, el cortejo que llevó al alférez real y al estandarte acompañados por el cabildo y toda la aristocracia hasta el palacio del Gobernador, Manuel de Amat y Junyent.
Allí, se sumó la Real Audiencia y su Presidente y se dirigieron a un tablado construido en la Plaza Mayor, donde el Gobernador ejecutó el rito oficial batiendo tres veces el estandarte real en el aire, gritando el nombre del nuevo rey.
Luego se efectuó la segunda aclamación en un tablado levantado en la Cañada, cuyo espacio permitía un mayor número de espectadores.
En ambos escenarios, el ceremonial fue acompañado con sonidos de tambores, clarines, timbales y un constante repique de campanas de las iglesias, junto a las salvas de la infantería y artillería.
Concluidos estos actos se procedió al derrame tradicional de monedas a la multitud, acuñadas en la recién creada Casa de Moneda. Era una manifestación de derroche de quienes ostentaban el poder para exaltar los ánimos de la muchedumbre.
Al día siguiente se realizó la tradicional misa de acción de gracias, seguida de tres noches de iluminación de la ciudad, tres noches de desfile de carros alegóricos, construidos por los diferentes gremios de artesanos de la ciudad, y cuatro jornadas de toros, juegos de cabezas y sortijas. Todo esto acompañado de gran cantidad de fuegos artificiales.
Para la jura de Carlos III se estrenó la costumbre de instalar un arco y una portada de madera en la bocacalle de la plaza mayor por donde pasó el cortejo hacia el tablado de La Cañada.
El informe a la corona no describe los banquetes preparados al efecto en nombre del nuevo rey, un fiel representante del despotismo ilustrado.