Por Juan Medina Torres.- Para algunos era despreciable, mal encarado, flaco de carnes, gran hablador, bullicioso y charlatán. De ánimo siempre inquieto, amigo de sediciones y alborotos. Para otros, tenaz, osado, valiente. Lo cierto es que no hay términos medios para describir a Lope de Aguirre, un español que en 1561 se declaró rey de tierra firme y de las provincias de Chile y Perú.
La historia nos cuenta que en 1559 Andrés Hurtado de Mendoza, virrey del Perú, se propone localizar El Dorado para gloria del imperio, pero también para aumentar sus riquezas personales. La leyenda de El Dorado, indica que en los Andes al norte en la actual Colombia había una región perdida, con una ciudad pavimentada en oro. Cuando los españoles escucharon esta historia, intentaron encontrarla por todos los medios posibles.
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Sin embargo, los españoles, los exploradores y los cazadores de tesoros que los siguieron, nunca encontraron los fabulosos tesoros de El Dorado. En todo caso la leyenda dio origen a numerosas expediciones, una de las cuales fue la organizada por Hurtado de Mendoza, denominada la de los Marañones, donde se embarca el personaje de nuestra historia, Lope de Aguirre.
Trescientos españoles y cientos de indios en tres bergantines parten el 26 de septiembre de 1560 con rumbo incierto. Pedro de Urzúa, junto a su amante mestiza, Inés de Atienza, comanda la expedición. La pequeña flotilla navega por los ríos Marañón y Amazonas.
Pronto, empiezan a generarse conjuras contra Pedro de Urzúa, a las que se suma Lope de Aguirre, y el 1 de enero de 1561, día de Año Nuevo, Lope de Aguirre -al mando de los conspiradores- asesina a Pedro de Urzúa y nombra a un joven oficial, Fernando de Guzmán, como príncipe de Tierra Firme y de las provincias de Perú y Chile, asumiendo de Aguirre como maestro de campo. Además, decide que aquella empresa se llame la “de los marañones”.
En mayo de 1561 envía una primera carta al rey Felipe II, la que firma como “el traidor”, pues dice que todos son traidores a la Corte española. Así comienza una de las rebeliones más surrealista de la historia de América. Los marañones, con sus bergantines en muy mal estado, desembocan en el río Amazonas, y Lope de Aguirre ve enemigos en todos los que lo acompañan, por lo que comienza a ordenar ejecuciones. De los 300 originales de la expedición, han pasado a menos de la mitad. Los indios que le servían son desembarcados en un punto indeterminado de las riberas del río Amazonas.
El 20 de julio de 1561 los marañones, probablemente a través del río Orinoco, llegan a la isla Margarita, frente a las costas venezolanas, desembarcando en una bahía que siguen llamándola Bahía del Traidor. En isla Margarita matan a más de cincuenta pobladores.
Las noticias se propagan por las costas de tierra firme y se prepara una expedición para sofocar esta rebelión. Es entonces cuando Lope de Aguirre -autoproclamando Príncipe de la Libertad, porque ya había ejecutado a Fernando de Guzmán- se declara Rey de Tierra Firme y de las provincias de Chile y Perú. El 15 de Agosto de 1561 le envía una segunda carta a Felipe II que firma como “El Peregrino”.
En la carta se puede observar la osadía de Aguirre, al criticar el poder del monarca lo cual podía ser constitutivo de herejía, dado que -debemos recordar- Felipe II era un rey absoluto, cuyo poder era de emanación divina. Asimismo, le comunica su desnaturalización, es decir, el rompimiento del vasallaje con respecto a él y a España y la elección de otro señor diferente.
Simón Bolívar (1783-1830) consideró esta carta del guipuzcoano como «la primera declaración de independencia del Nuevo Mundo».
En gran parte de la carta podemos observar como Lope de Aguirre trata al rey como a un igual cuando le manifiesta: “Rey Felipe, natural español, hijo de Carlos, invencible: Lope de Aguirre, tu mínimo vasallo, cristiano viejo, de medianos padres hijodalgo, natural vascongado, en el reino de España, en la villa de Oñate vecino, en mi mocedad pasé el mar Océano a las partes del Pirú, por valer más con la lanza en la mano, y por cumplir con la deuda que debe todo hombre de bien; y así, en veinte y cuatro años, te he hecho muchos servicios en el Pirú, en conquistas de indios, y en poblar pueblos en tu servicio, especialmente en batallas y reencuentros que ha habido en tu nombre, siempre conforme a mis fuerzas y posibilidad, sin importunar a tus oficiales por paga, como parescerá por tus reales libros”.
“Bien creo, excelentísimo Rey y Señor, aunque para mí y mis compañeros no has sido tal, sino cruel e ingrato a tan buenos servicios como has recibido de nosotros aunque también bien creo que te deben de engañar los que te escriben desta tierra, como están lejos. Avísote, Rey español, adonde cumple haya toda justicia y rectitud, para tan buenos vasallos como en estas tierras tienes, aunque yo, por no poder sufrir más la crueldades que usan estos tus oidores, Visorey y gobernadores, he salido de hecho con mis compañeros, cuyos nombres después te diré, de tu obediencia, y desnaturándonos de nuestras tierras, que es España, y hacerte en estas partes la más cruda guerra que nuestras fuerzas pudieren sustentar y sufrir; y esto, cree, Rey y Señor, nos ha hecho hacer el no poder sufrir los grandes pechos, premios y castigos injustos que nos dan estos tus ministros que, por remediar a sus hijos y criados, nos han usurpado y robado nuestra fama , vida y honra, que es lástima, ¡oh Rey! y el mal tratamiento que se nos ha hecho. Y ansí, yo, manco de mi pierna derecha, de dos arcabuzazos que me dieron en el valle de Chuquinga, con el mariscál Alonso de Alvarado, siguiendo tu voz y apellidándola contra Francisco Hernandez Girón, rebelde a tu servicio, como yo y mis compañeros al presente somos y seremos hasta la muerte, porque ya de hecho hemos alcanzado en este reino cuán cruel eres, y quebrantador de fe y palabra; y así tenemos en esta tierra tus perdones por de menos crédito que los libros de Martín Lutero. Pues tu Virey, marqués de Cañete, malo, lujurioso, ambicioso tirano, ahorcó a Martín de Robles, hombre señalado en tu servicio, y al bravoso Thomás Vázquez, conquistador del Pirú, y al triste Alonso Díaz, que trabajó más en el descubrimiento deste reino que los exploradores de Moysen en el desierto; y a Piedrahita, que rompió muchas batallas en tu servicio, y aun en Lucara , ellos te dieron la victoria, porque si no se pasaran, hoy fuera Francisco Hernández rey del Pirú. Y no tengas en mucho al servicio que tus oidores te escriben haberte hecho, porque es muy gran fábula si llaman servicio haberte gastado ochocientos mil pesos de tu Real caja para sus vicios y maldades. Castígalos como a malos, que de cierto lo son”.
“Mira, mira, Rey español, que no seas cruel a tus vasallos, ni ingrato, pues estando tu padre y tú en los reinos de Castilla, sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos, a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes. Y mira, Rey y señor, que no puedes llevar con título de Rey justo ningún interés destas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ello han trabajado sean gratificados”.
“Por cierto lo tengo que van pocos reyes al infierno, porque sois pocos; que si muchos fuésedes; ninguno podría ir al cielo, porque creo allá seríades peores que Lucifer, según teneis sed y hambre y ambición de hartaros de sangre humana; mas no me maravillo ni hago caso de vosotros, pues os llamáis siempre menores de edad, y todo hombre inocente es loco; y vuestro gobierno es aire. Y, cierto, a Dios hago solemnemente voto, yo y mis docientos arcabuceros marañones, conquistadores, hijosdalgo, de no te dejar ministro tuyo y vida, porque yo sé hasta dónde álcanza tu clemencia; el día de hoy nos hallamos los más bien aventurados de los nascidos, por estar como estamos en estas partes de Indias, teniendo la fe y mandamientos de Dios enteros, y sin corrupción, como cristianos; manteniendo todo lo que manda la Santa Madre Iglesia de Roma; y pretendemos, aunque pecadores en la vida, rescibir martirio por los mandamientos de Dios”.
La carta finaliza expresando: “Hijo de fieles vasallos en tierra vascongada, y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud / Lope de Aguirre, el Peregrino.”
El 27 de octubre de 1561, Lope de Aguirre se encuentra en tierra firme, en la actual Venezuela, con muy pocos hombres. Muchos de sus adherentes han desertado. Su hija Elvira esta junto a él. Entonces dos de sus compañeros, intentando congraciarse con las tropas españolas que se encuentra muy cerca, intentan acabar con el Príncipe de la Libertad. Lope de Aguirre se sabe perdido y asesina a su hija porque piensa que los españoles, si la capturan, la van a prostituir, y entonces prefiere matarla.
Gonzalo de Zúñiga, en su Crónica, describe así la muerte de Lope de Aguirre:
«Le tiraron a un tiempo tres arcabuzazos, de los cuales le acertó el uno en un muslo, de que cayó de rodillas diciendo con un ánimo terrible: ‘No me habéis hecho nada’. Luego acudieron otros dos de los suyos propios y segundaron con otros arcabuzazos, con los cuales le dieron en el cuerpo, diciendo el tirano: ‘esta vez sí’”.
Su cuerpo fue desmembrado: sus manos cortadas fueron enviadas a Valencia y a Mérida, en la actual Venezuela, y su cabeza la metieron en una jaula y la enviaron a Tocuyo. El resto del cuerpo fue echado a los perros.
Posteriormente, Lope de Aguirre fue sometido a un juicio post mortem y acusado de traición a la corona. Todavía en Tocuyo se sigue haciendo una procesión el 27 de octubre de cada año recordando la memoria de Lope de Aguirre.
La figura de Aguirre ha dado lugar a numerosas obras. Las más conocidas son la novela “La aventura equinoccial de Lope de Aguirre” (1968), de Ramón J. Sender, y la película “Aguirre, o la ira de Dios” (1972), de Werner Herzog con la interpretación de Klaus Kinsky.
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