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Superación y carencias: historias del CESFAM Juan Pablo II en San Bernardo

Testimonios de pacientes, cuidadores y profesionales revelan la lucha cotidiana en el CESFAM Juan Pablo II de San Bernardo: historias de entrega y vocación que chocan con la escasez de insumos, largas esperas y metas que ponen a prueba la atención primaria.

Por ElPensador.io.- No es muy frecuente que una persona desempeñe dos roles simultáneos en el ámbito de la salud. Pero esa es la realidad que vive la señora Silvia Cid Salgado, de 73 años. Por una parte, padece hipertensión, diabetes y colesterol alto; al mismo tiempo, cumple con responsabilidad su labor de cuidadora de su marido, Juan Orellana, quien a sus 65 años también sufre diabetes. Un trabajo de gran intensidad y dedicación durante las 24 horas del día.

Conversamos con ella en una oficina del espacioso Centro de Salud Familiar (CESFAM) Juan Pablo II, en la comuna de San Bernardo, donde se atiende junto a su esposo. Nos contó su experiencia y sentir sobre lo que vive cotidianamente en ese recinto. Lo hace de forma comprensiva, pero sin dejar de lado cierta frustración: “a veces es muy irritante para quien tiene a un ser querido sufriendo y que no estén las condiciones ni los insumos para atendernos”, señala con firmeza.

Y, en relación con los episodios de rabia contra los funcionarios, agrega: “no puedo culpar a la persona que me atiende, pero a veces descargamos nuestra ira contra ellas por el momento que se vive. Ofusca el no poder hacer nada. Yo muy pocas veces lo he hecho, muchas otras personas sí, pero debo admitir que en algún momento yo también. Es estresante tener un familiar con tantos dolores… ellos no tienen los medios para atendernos mejor. Y luego está tanta espera para una cosa y para otra; eso, por supuesto, provoca ira”.

Consultada sobre la eficiencia y el empeño con que los trabajadores de dicho CESFAM desarrollan sus labores pese a las limitaciones, Silvia comenta: “en cualquier trabajo siempre hay gente muy buena y otra no tanto, pero aquí me han tocado profesionales que realmente me han ayudado mucho. Se preocupan por nosotros, se entregan, y eso es importante porque te acogen y te dan esperanza en las situaciones más difíciles. Con muy pocos recursos hacen maravillas. Veo que a veces no disponen de nada para hacer su trabajo; uno lo nota, y aun así tienen la voluntad y el ánimo para darte el empuje necesario para seguir adelante”.

Respecto a lo que debe enfrentar con la enfermedad de su esposo, indica en tono de desahogo: “vivo con miedo por mi marido… ya le amputaron un dedito y temo que luego deban amputarle el pie, ¡y no hay recursos! Sé, porque me lo han dicho, que hay funcionarias que compran insumos ellos mismos para atender a sus pacientes. Encuentro que tienen un corazón de maravilla, pero las autoridades deberían preocuparse más de todo esto y pensar que están ayudando al prójimo. Ojalá estos trabajadores contaran con todos los medios para atendernos, porque tienen la voluntad y las herramientas adquiridas en sus carreras para hacerlo”. Y con notoria empatía concluye: “¿cómo se sentirán cuando tienen el conocimiento para cumplir con sus labores, pero no les entregan las condiciones necesarias?”.

Falencias a superar

Continuamos recorriendo el lugar, donde se respira amabilidad, y conversamos con Sebastián González, kinesiólogo de 33 años. Este profesional, que llega cada día en bicicleta y contento a trabajar al Juan Pablo II, nos explica las variadas complejidades con que deben lidiar en su asistencia a los usuarios, especialmente en invierno con la temporada de enfermedades respiratorias: “en este tiempo las jornadas son muy ajetreadas, sobre todo en las mañanas. Trabajo en el sector respiratorio, en la sala ERA (Enfermedades Respiratorias de Adultos) y ahora en invierno es el eje de mi función; atiendo más de 15 personas diarias”.

Sobre las adversidades que viven en lo cotidiano, Sebastián detalla: “tenemos pocas horas de profesionales médicos que deben ir de la mano con el tratamiento kinésico. Además, ha habido una reducción de esas horas desde la implementación de la ECICEP (Estrategia de Cuidado Integral Centrado en las Personas)”.

Y en torno a los momentos en que los pacientes reaccionan con agresividad contra los funcionarios, se explaya: “eso ocurre también porque a nivel comunal tenemos problemas con Rayen, la aplicación para generar las fichas electrónicas. Ese programa presenta intermitencias y, además, enfrentamos dificultades con las redes informáticas, lo que interrumpe el servicio de Internet. Estos dos factores potencian el malestar de algunos usuarios: que su cita se retrase una hora, por ejemplo, o no poder acceder al sistema para obtener un examen o consultar la historia clínica de una persona para saber qué es pertinente para su tratamiento. Todo esto genera molestia y puede derivar en agresiones”.

Ante la posibilidad de que la citada táctica resulte contraproducente, González, secretario de la Asociación de A.P.S. del CESFAM Juan Pablo II de San Bernardo, se anticipa a señalar: “hay que darle un tiempo, pero creo que existe una forma equivocada de plantear la estrategia, porque aún conservamos los indicadores que nos exige el Servicio de Salud, y metas enlazadas a un sistema distinto al que pretenden imponer. Esta estrategia se implementa aquí, pero no se han modificado ni los indicadores ni las metas. Por lo tanto, nos evalúan con los mismos indicadores y metas, pero bajo una nueva estrategia que contempla menos horas de atención médica y una menor oferta de agenda, lo cual repercute negativamente en los lineamientos solicitados”. Y añade: “tenemos el claro ejemplo de algunos compañeros que aplicaron esta estrategia casi al 100 % y, hasta la fecha, no han podido cumplir ni indicadores ni metas. Es decir, sí existe un efecto nítido en el sentido de la pregunta que me formulas”.

Con cierto pesar, este comprometido kinesiólogo explica que, ante una posible agresión verbal o física, los funcionarios solo pueden completar un formulario que se integra en un registro estadístico. Dicho registro puede ayudar a gestionar un A.G.L. (Apoyo a la Gestión Local), traducido en recursos para reforzar los sistemas de seguridad. Pero respecto a protocolos preventivos o de manejo de crisis, nada.

Es comunidad

“Todo esto ocurre porque las personas deben sentirse parte del sistema de salud y no un ente externo, sino integrantes de la comunidad. Para lograr un mejor desempeño, es necesaria la educación y la comunicación efectiva que permita a los usuarios comprender el origen de los problemas y entender que las dificultades no son arbitrarias. Por ejemplo, la comunicación es clave para explicar por qué un medicamento no está disponible en Farmacia.

Esto es responsabilidad de la Corporación de Educación y Salud de la comuna; sin embargo, influye la falta de pericia y de recursos. He perdido la cuenta de cuántos gerentes han pasado por la corporación en estos años, y los problemas persisten arrastrando deudas históricas. Ningún gerente ha logrado estabilizar la parte económica ni gestar un plan de acción sólido. Muchas veces ni siquiera contamos con guantes o papel para secarnos las manos, por lo que debemos usar el papel que cubre las camillas.

No obstante, confieso ser feliz en el Juan Pablo II: “a pesar de todas las complejidades, me gusta venir a trabajar, me hace sentir bien. Hay buenas relaciones laborales y gente muy humana, lo que me motiva a levantarme todos los días”.

Y con evidente entusiasmo resume: “es el mejor trabajo que he tenido hasta ahora; desde lo humano hasta lo económico, aquí me siento sirviendo a mi comunidad”.

Llévenme al Juan Pablo II

Don Samuel, Samuel López Castro, de 79 años, es un paciente histórico en el CESFAM Juan Pablo II. Se atiende allí desde hace cuatro años; todos lo conocen y estiman. Padece de úlcera varicosa heredada de su padre. Hace unos meses, en un día de lluvia otoñal y mientras esperaba locomoción en un paradero para retirar su nueva cédula de identidad, varios vehículos lo empaparon por completo. ¿Resultado? Terminó con una neumonía y una bronquitis aguda.

Transcurrido el tiempo y ya bastante recuperado, don Samuel comparte su visión de lo que ocurre diariamente en el centro de salud, con sus luces y sombras:
“la atención aquí es muy buena, lo único malo es que de repente no hay insumos. Acá atienden a la persona que llega y la atienden de inmediato. Tienen muy buenos modales y son cálidos y bien humanitarios”.

En alusión a las carencias, cita que a veces faltan vendas para sus piernas: “ahí quedo en pana y tengo que esperar nomás”, dice sonriendo con resignación. Contrastando, sostiene: “el problema es que a veces hay pacientes que se ponen agresivos con los trabajadores. Atacan al personal con garabatos. A mí me parece muy mal, porque aquí la atención es excelente”.

Cuenta además una historia que ilustra su cercanía y preferencia por este recinto de salud:
“la otra vez fui con mi familia al Cerro San Cristóbal y me enfermé. La entrada era gratis, pero me sentí mal, con vómitos y malestar. Entonces les dije: ‘llévenme al Juan Pablo II, a ninguna otra parte’. Llegué aquí, me pusieron de inmediato suero y me salvé. Así que lo que economizamos en entradas lo gastamos en el Uber’”, asegura riendo con buen humor y gratitud.

Tan a gusto se siente en el lugar —acude dos veces a la semana— que bromea contando que los funcionarios suelen decirle: “¿por qué no te traes tu camilla y te quedas aquí? ja, ja, ja”.

¡Yo también soy mamá!

Una versión complementaria sobre el clima —con sus luces y sombras— la entrega Estela Arellano, Técnico en Enfermería de Nivel Superior originaria de Purén y madre soltera de Rodolfo y Máximo. Esta profesional nos narra sus vivencias en el CESFAM Juan Pablo II:

«Estoy en la sala I.R.A. (Infecciones Respiratorias Agudas) para menores y comparto otras horas en la sala E.R.A. (Enfermedades Respiratorias de Adultos). Muchas mamás llegan muy temprano con sus hijos. A menudo los bebés entran en crisis: hay que nebulizarlos, administrarles oxígeno y, en el peor de los casos, esperar a que la ambulancia venga a buscarlos para derivarlos. Entonces nos damos cuenta de que ya son las 11:00, las 11:30 o las 12:00, y esas madres no son relevadas: no tienen acceso a un café, a un yogur ni a nada, y se van con sus hijos al hospital. ¡Y yo también soy madre!»

Estela profundiza en lo que observa a diario:

«Lo mismo ocurre con los abuelitos, que en su gran mayoría vienen solos y, lamentablemente, a veces pierden horas para el examen de espirometría (prueba de función respiratoria que evalúa las propiedades mecánicas de la respiración). Uno los llama y les da las indicaciones y contraindicaciones; yo me tomo el tiempo para que las anoten. Pero muchas veces llegan en ayunas o han consumido alguna bebida cola antes del almuerzo. Con estas circunstancias nos cuesta lidiar un poco».

El sueño de un celular

Estela Arellano también describe el trabajo en terreno y las complicaciones que conlleva en el CESFAM Juan Pablo II:

«Acá contamos con móviles, con choferes externos que trasladan a una compañera TENS o administrativa al domicilio del paciente para entrevistarlo. Sin embargo, suele ocurrir que llegan a un edificio que, por las características de vulnerabilidad, está muy cerrado y no se puede acceder al departamento, o bien la dirección no corresponde. También pasa que tuvieron que cambiarse al separarse de la pareja, etc.»

En este punto se detiene para reflexionar sobre una carencia que —visto desde afuera— podría tener una solución relativamente sencilla:

«Yo les decía el otro día a mis jefes —que son muy profesionales y excelentes personas— que podríamos disponer de un celular exclusivo para estas llamadas, pero no hay presupuesto. Nosotros no podemos llamar desde nuestros teléfonos personales porque luego recibimos devoluciones de todas partes. Con un dispositivo de función única para esta gestión uno podría decir: “Mire, don Carlos, señora Alicia, este número es solo de trabajo”, y los pacientes lo contestarían porque lo tendrían registrado. Un celular nos serviría mucho, pero no contamos con ese recurso», remarca con desazón.

Cabe señalar que el centro dispone de teléfonos de planta, pero al funcionar con anexos, en la pantalla de los celulares receptores aparecen números 600 y 800, que la gente suele rechazar contestar.

El ideal añorado

Para Estela Arellano, otra simple aspiración para su trabajo sería poder ofrecer a los usuarios una atención más integral.

“Yo soy del sur, de la novena región, y me acuerdo que cuando era pequeña —de cinco o seis años— mi mamá me llevaba a los controles y estaban las señoras de la Cruz Roja con leche y nos daban un vasito a niños y adultos. Entonces encontraría ideal tener la posibilidad de darles su lechecita con un par de galletas o un pancito, sobre todo cuando vienen en ayunas y deben esperar”, apunta con ilusión y vocación desbordada.

Antes de concluir nuestro recorrido, nos recibe con calma y buena disposición Claudia Caniumán, enfermera y dirigente gremial con 18 años de experiencia laboral en el CESFAM Juan Pablo II de San Bernardo y 13 años en Confraternidad.

La profesional detalla los problemas con que deben lidiar en retrospectiva:

“Históricamente la Atención Primaria ha contado con pocos recursos; esto no es nuevo para nosotros. La diferencia es que ahora se ha digitalizado la entrega de la mayoría de las prestaciones: toma de muestras, entrega de alimentos o de medicamentos, etc. Y si durante la jornada perdemos la conectividad, se retrasan las atenciones y se generan molestias en los usuarios. Antes las necesidades se manejaban de otro modo: todos llegaban en un mismo horario, había alta demanda y siempre se producían agresiones y peleas, incluso entre usuarios, porque quien llegaba primero era quien primero se atendía. Lo bueno que visualizo ahora es que, si un paciente viene para una toma de muestras, tiene un día y un horario determinados”.

A lo anterior, Claudia Caniumán suma: “Contar con una central telefónica nos ayuda a organizar la asistencia de pacientes a las distintas atenciones en el CESFAM”.

Obligaciones profesionales y morales

No obstante, hace un matiz para delinear los aspectos que aún están pendientes de mejorar: “Necesitamos generar otras instancias y asegurar que en algún minuto tengamos una respuesta de las autoridades que le genere tranquilidad al paciente. Por ejemplo, en mi área de ‘pie diabético’, si tengo un paciente infectado y no dispongo de insumos para tratarlo, eso significa que dedicaré más horas profesionales al seguimiento, porque no puedo citarlo día por medio o dos veces por semana. Me veo en la obligación profesional y moral de supervisar esa lesión con mayor frecuencia durante el día y la semana debido a la falta de insumos adecuados. ¿Y qué significa eso? Que, si ese usuario vive lejos, gastará cinco veces más en locomoción.”

Y profundiza: “Si ese paciente depende de un tercero, debe pedirle a esa persona que lo acompañe cinco veces por semana. Si esa persona tiene otras actividades, tendrá que reorganizarse y, si trabaja, lo más probable es que deba pedir permiso durante toda la semana.”

Por lo tanto, añade Claudia, “no es solamente la frustración que se produce en nosotros como personal de salud, sino también lo que provocamos en esa persona y en su grupo familiar.”

Empobrecer al país

Pero el tema no queda en el CESFAM Juan Pablo II o entre las paredes de los hogares de los enfermos; va mucho más allá, como lo explica Claudia:

“Si tenemos una tasa de amputación elevada, significa que habrá más pacientes que necesitarán una pensión de invalidez. Empobreceremos a ese grupo familiar, porque estos pacientes primero son hombres jefes de hogar en plena vida laboral activa, no adultos mayores de 65 años. Son hombres que siguen generando recursos para su familia. Y también empobrecemos al país. Con una población envejecida y sin generaciones de recambio que cuiden a este grupo etario, estamos atrapados. ¡Los pacientes que atendimos años atrás en el CESFAM Confraternidad ahora vienen con sus nietos!”

Presiones y salidas

Cuando le preguntamos por posibles soluciones al sistema de Atención Primaria de Salud, Claudia se sincera:

“Una solución completa la veo poco probable. En el sistema público siempre habrá carencias porque entregamos una atención curativa. Invertir los recursos económicos según las necesidades de cada usuario es prioritario: nuestro gasto per cápita es inferior a lo que realmente necesitamos. Por ejemplo, si debemos comprar 100 unidades de un insumo, los recursos alcanzan solo para 70; ¿qué hacemos con las otras 30? Malabares, esperas y ‘bicicleteos’. Históricamente hemos tenido carencias, pero ahora el programa GES —lanzado junto a la reforma de salud— presiona a los equipos a cumplir con los tiempos de las garantías de la canasta de enfermedades. Con la canasta del pie diabético, debo asegurar que los insumos estén disponibles: hay una ley que obliga la continuidad de cuidados en pacientes diabéticos con lesiones. Es como un listado normativo: te dicen ‘tienes que contar con A, B y C’ para tratar estas heridas. Pero si el Minsal no nos entrega esos insumos, claro que hay un problema”.

“Además, la Atención Primaria es prevención. Si tuviéramos los recursos óptimos desde el nivel central, podríamos mejorar la cobertura de pacientes descompensados, las enfermedades respiratorias y las prestaciones ofrecidas”.

Carencias, peligros y compromisos imbatibles

A pesar de todo, en San Bernardo existen hitos destacables:

Son centros de apoyo a la APS que complementan y amplían prestaciones para la comunidad. Pero lamentablemente no se financian con recursos municipales, sino con dineros del per cápita —fondo que debiera destinarse exclusivamente a los CESFAM—. Hace falta voluntad política para reconocer que el per cápita asignado a la Atención Primaria es insuficiente; es responsabilidad del Estado, incluyendo a los legisladores en ejercicio.

Para finalizar, Claudia destaca la doble cara de estas dificultades:

“Muchas veces las funcionarias de Farmacia —a quienes agradecemos— han faltado a tener un sobre para entregar los medicamentos con dosis, tipo de fármaco y gramos, y han tenido que hacerlo a mano. Incluso traen papel de cuadernos de sus casas. Estas situaciones muestran que, a pesar de la crítica falta de recursos, contamos con compañeros tan comprometidos que siempre buscan soluciones. Podemos decir ‘no tenemos, no tenemos, no tenemos’, o proponer ‘hagamos algo y lo resolveremos de alguna forma’. No tenemos la solución definitiva, pero sí estrategias para colaborar. Por ejemplo, si falta un medicamento de alta demanda —cardiovascular—, llamamos al usuario cuando llega el fármaco, para que no vuelva innecesariamente”.

“Como dirigentes gremiales tenemos la responsabilidad de visualizar la realidad de nuestra comuna y evidenciar, cada vez que podamos, lo que está crítico y lo que falta, sin acusar culpables individuales. Es un sistema colapsado: ¿qué hacemos? Claro que hay que inyectar recursos, pero también reorganizarse y trabajar estrategias de manera mancomunada entre trabajadores, gremios, direcciones y autoridades. Nunca hemos roto mesas ni negado diálogo; nuestro objetivo es llegar a consensos y demandar condiciones de atención seguras, para que los compañeros trabajen con tranquilidad, incluso en entornos vulnerables”.

“Estamos expuestos al crimen organizado, a la droga y a la violencia. Por ser trabajadores de la salud y usar uniforme no estamos fuera de peligro: hemos sufrido encerronas, portonazos, agresiones y amenazas, e igual seguimos aquí. No porque no tengamos otras oportunidades laborales, sino porque somos profesionales apasionados por la salud. Es triste pensar que podamos perder buenos compañeros por miedo”.

Una triste deserción

Claudia recuerda con pesar el caso de una colega médica que, en febrero del año pasado, sufrió una encerrona al llegar al CESFAM; y este año vivió un episodio similar. Al salir del centro fue agredida por un automóvil, revictimizada y presentó su renuncia. Intentó volver porque le gustaba trabajar con la población infantil, pero la segunda situación violenta, ocurrida en julio, la llevó a colapsar. “Uno termina preguntándose cuántos más buscarán trabajo en otro lado”, remata con un llamado de alerta.

Alvaro Medina

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