La persistencia del rayado y daño al patrimonio urbano revela una crisis de respeto y cultura cívica.
Por Uwe Rohwedder.- A pesar de los esfuerzos por recuperar calles, fachadas, plazas y monumentos, persisten grupos que han hecho del rayado y la destrucción del patrimonio parte de su forma de vida. Estas acciones afectan espacios que constituyen una parte importante de la historia urbana y de la identidad colectiva de nuestras ciudades.
Más allá de una expresión de rabia o enojo, resulta difícil comprender que estos actos continúen ocurriendo. Se trata de un fenómeno social que merece ser investigado con mayor profundidad, para contar con un diagnóstico claro que permita diseñar medidas eficaces de prevención y contención.
Casos como la vandalización de la Fuente Alemana, recientemente reinaugurada, las constantes incivilidades en estaciones de metro o el rayado sistemático de fachadas, evidencian una preocupante falta de respeto y empatía hacia el otro. Más que nunca, necesitamos reconstruir la convivencia social en un país que enfrenta un serio problema de deterioro del respeto mutuo.
Estos individuos o grupos parecen tener una compulsión por “aparecer”, aunque sea de forma anónima. Saben que sus acciones tienen alta connotación pública, se transforman en noticia y, en ciertos círculos, incluso en logros simbólicos. No temen enfrentar a la justicia, en parte porque las sanciones —cuando existen— son bajas o poco disuasivas. Esta situación debiera ser revisada desde una perspectiva legal y cultural.
Las consecuencias son repetidas y predecibles: desapego a las normas, ausencia de cultura cívica, falta de conciencia comunitaria y nula empatía. Por ello, es urgente reforzar estos valores desde la educación escolar, integrando contenidos de ciudadanía, patrimonio y responsabilidad colectiva.
Además, se hace necesario implementar tecnologías disuasivas en lugares emblemáticos o patrimoniales: sensores de movimiento, alarmas sonoras y sistemas de registro visual que permitan realizar seguimiento y aplicar sanciones efectivas. La protección del patrimonio no puede depender solo de la restauración posterior, sino de una estrategia preventiva que combine educación, vigilancia y sanción proporcional.
Uwe Rohwedder es decano de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura, U.Central

