Por Miguel Mendoza Jorquera.- José Antonio Kast no es un conservador tradicional. Tampoco un doctrinario. Es, más bien, una figura reactiva, emocional, instalada en la política nacional como una especie de eco del orden perdido. Se mueve entre la estética religiosa, la moral selectiva y la promesa de restaurar una chilenidad abstracta, con límites cada vez más estrechos.
No estamos ante un político que busca gobernar. Kast opera como un agitador profesional: necesita una causa, un enemigo y un escenario. Su poder no se construye con propuestas, sino con polarización. Su liderazgo no seduce: amenaza.
Lo dijo recientemente Alberto Mayol, con lucidez quirúrgica:
“Su modo pasivo-agresivo de ejercer el poder destruye cualquier intento de construir hegemonía… Su relación con sus adversarios no es política: es personal. Y con sus aliados, no es estratégica: es posesiva.”
No gobierna. No representa. No articula. Kast posee, y al que no se somete, lo descarta.
¿El heredero de Jaime Guzmán? Ni por asomo
Uno de los relatos más repetidos por sus seguidores es que José Antonio Kast sería el heredero natural de Jaime Guzmán Errázuriz. Pero afirmar eso es como decir que un podcast político es heredero del constitucionalismo clásico. No hay comparación real. Solo nostalgia.
Guzmán, con todo lo discutible de su ideología, fue un jurista riguroso, un académico respetado, un ensayista disciplinado. En el Senado, discutía de igual a igual con figuras como Gabriel Valdés, Enrique Silva Cimma, José Antonio Viera-Gallo, Andrés Zaldívar o Ricardo Lagos Escobar, y lo hacía con precisión lógica y fondo ideológico.
Kast, en cambio:
Donde Guzmán tenía un proyecto de poder coherente, Kast ofrece marketing político emocional, moralismo binario y una obsesión con el “enemigo interno”.
Decir que Kast es heredero de Guzmán es como decir que un influencer espiritual es el sucesor de Santo Tomás.
El partido como logia: obediencia o excomunión
El Partido Republicano no es un espacio político abierto ni deliberativo. Es una estructura rígida, casi confesional, donde la lealtad al líder está por encima de la discusión interna. El que discrepa, cae. Y lo hace sin juicio, sin proceso y sin posibilidad de retorno.
Ejemplos:
El caso de Matthei remite al fallido intento de Kast por tomarse la UDI en 2008. Al no lograrlo, inició su camino propio: más ideológico, autoritario y mesiánico.
Hoy, cuando Matthei critica su dureza, el aparato digital la castiga sin piedad. Bots, influencers menores y cuentas anónimas orquestan ataques diarios. El silencio de Kast ante ese acoso no es neutral: es su forma de aprobación sin mancharse.
Mentiras, desinformación y posverdad
Kast no “se equivoca” al comunicar: sistematiza la mentira como método. Ha hecho de la posverdad un ecosistema donde su relato respira y se expande.
Ejemplos:
Nada de esto es accidental. Es táctica. Es funcional. Es lo que le da sentido a su narrativa política.
¿Y su desempeño real?
Durante 16 años como diputado, Kast fue más visible en matinales que en el hemiciclo. Los datos:
Indicador | Resultado |
Proyectos presentados | 255 |
Archivados | +40 % |
Convertidos en ley | 19 (muchos conmemorativos) |
Asistencia parlamentaria | 41 % en su último año |
Dieta acumulada | $1.400 millones |
El político que promete restaurar el país no logró transformar el Congreso ni cuando lo habitó.
El evangelio del odio: un país en trincheras
La retórica de Kast no apela al ciudadano: apela al cruzado. Su Chile está dividido entre “chilenos de bien” y “traidores”. El discurso se volvió batalla, y la batalla, credo.
Kast no busca unidad: necesita desunión para existir. Vive del enfrentamiento. Sin conflicto, se disuelve.
Kast no es polémico. Es riesgoso. No genera unidad, sino odio. No construye: administra el resentimiento, lo organiza, lo digitaliza y lo convierte en votos.
Quienes lo subestiman por su tono moderado no comprenden que el autoritarismo del siglo XXI ya no llega en botas: llega en trending topics, en bots de Twitter y en discursos sobre “libertad” que ocultan pulsiones de control.
Frente a todo eso, el silencio no es neutralidad: es complicidad.
Miguel Mendoza Jorquera, Tecnólogo Médico MBA. Conductor del programa Manos Libres de ElPensador.io
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