Juan Duns Escoto, la libertad del hombre: voluntad e inteligencia

Por Jonathan Fernández Figueroa.- Juan Duns Escoto, también conocido como Doctor Subtilis, nació en Escocia en 1265. A los 15 años ingresó en la Iglesia Franciscana y estudió primero en Escocia. Luego ingresó en la Universidad de Oxford y la Universidad de París en el mismo año. En 1300 enseñó teología en Oxford y regresó a París para estudiar un doctorado en Teología el que obtuvo al tercer año; en 1307 se mudó a Colonia, Alemania. Murió en 1308 a la edad de 43 años. Fue una figura central de la Escolástica tardía y crítico de la filosofía de Tomás de Aquino, aunque más crítica del agustinismo de Enrique de Gante, fue profesor en la Universidad de París desde 1274 hasta 1290.

Tabla de contenidos
Desarrollo, vida y obraHasta mediados del siglo XX, la edición de referencia de los textos de Escoto era la informada por Luke Wadding en Lyon en 1693, reproducida en París por el editor Vivès entre 1891 y 1895. No obstante, al tratarse de una obra esencial para la historia del escotismo, la edición Wadding no trascendía plenamente confiable e imputaba a Escoto distintos textos que más tarde se han revelado adulterados. En los primeros períodos del siglo XX, la orden de los Frailes Menores puso en marcha la producción de una reproducción crítica. Para este fin se estableció la Comisión escotista, que entre 1950 y 2013 ha publicado el texto de la Ordinatio y de la Lectura, dando comienzo a la llamada «edición vaticana». Un segundo grupo, comenzó a trabajar en 1997 en el Franciscan Institute de la Saint Bonaventure University (New York), se ha ocupado, en cambio, de la reproducción de las obras filosóficas. Como consecuencia de la complicación redaccional del material atribuible a Escoto, el trabajo de edición crítica ha resultado fundamentalmente arduo, y continúa dejando abiertas nutridas cuestiones, que trazan no pocas dudas.La fuerza inmanente a esa comprensión, y los beneficios que históricamente ha producido son, en efecto, claros. Aunque también son claras las tentaciones a las que está expuesta. Quienes, en el siglo XIV, disputaron en torno a la atribución o no a la teología del carácter de ciencia, eran conscientes de ello. La necesidad de salvaguardar la actitud religiosa —en términos más amplios podríamos hablar de actitud de respeto hacia la hondura de lo real— explica tanto las reticencias de quienes se opusieron a esa atribución o la aceptaron sólo a regañadientes, como las precauciones que adoptaron los que consideraron legítimo, y necesario, pronunciarse a favor de ella. Así, Tomás de Aquino, cuya defensa del carácter científico de la sacra doctrina fue históricamente decisiva, insiste una y otra vez en la inagotabilidad del misterio de Dios, cuyo ser es inabarcable por nuestros conceptos, y presenta a la teología como ciencia subalternada a la de Dios y los bienaventurados, saber que presupone por tanto la humilde aceptación de una palabra divina trascendente en cuya comprensión puede procederse sólo con actitud de fe y con conciencia de la excelsitud de aquello de lo que se habla.

Su sistema de filosofía analizó con precisión los conceptos de causalidad y posibilidad, ningún intento de establecer una prueba rigurosa de la existencia de dios el ser primero e infinito. Sin embargo, sostenía que para conocer la verdad en toda su amplitud y cumplir con el propio destino eterno no debe circunscribirse a hacer uso de las intuiciones procedentes del conocimiento natural o de la filosofía, sino que también debe pretender conocer y aceptar la revelación divina, dicha revelación complementa y perfección del conocimiento natural y en consecuencia no puede haber refutación entre ellos.

Para Escoto, la Teología y Filosofía son disciplinas distintas, que sin embargo, se complementan porque la teología recurre la filosofía como una herramienta, en su opinión, el interés primordial de la teología, Dios es considerado desde el punto de vista de su propia naturaleza, mientras que la filosofía, sólo apela a Dios en la medida en que él es la primera causa de las cosas, ya que, mientras Santo Tomás definía la teología primero y ante todo como una disciplina especulativa. Juan Duns Escoto abordaba la teología como una ciencia práctica interesada en cuestiones teóricas, dado esto argumentó que mediante la fe una persona puede conocer con certeza que el alma es incorruptible e inmortal, la razón puede argumentar con verosimilitud la existencia de tales cualidades, pero no puede probar que existen con exactitud.

Así como Santo Tomás, Escoto fue un realista de la filosofía pero se diferenciaba de aquél en ciertas materias básicas. El principal punto de desacuerdo está relacionado con sus ideas de percepción, mientras él mantenía que una comprensión directa e intuitiva de las cosas concretas se obtiene tanto a través del conocimiento como de los sentidos, Aquino sostenía que el intelecto no conoce por sí mismo la singularidad de las cosas materiales, sino sólo las naturalezas universales abstraídas, a su vez, de las mismas percepciones. Escoto al considerar la naturaleza de la teología como una ciencia, afirmaba que los universales no tienen una existencia separada de la mente humana, sino que cada cosa separada o singular, posee una naturaleza distinta hacia el exterior, que comparte con otras cosas de la misma clase, este hecho pensaba él, suministra el fundamento objetivo de nuestro conocimiento sobre las verdades esenciales que enseñaba, es libre por completo y no estaba formada o determinada por motivos concretos, dios ordena una acción no porque él vea que es bueno -como afirmaba Santo Tomás- sino que la hace buena al ordenarla.

Fue uno de los más profundos y refinados teólogos y filósofos medievales conocidos por su filiación escolástica. Durante muchos siglos después de su muerte sus seguidores llamados Escotistas estuvieron en conflicto con los adeptos de Santo Tomás. En el siglo XX la influencia de la filosofía Escotista era todavía intensa en el interior de la Iglesia Católica. Juan Duns Escoto falleció en Colonia (Alemania) el 8 de noviembre de 1308.

Desarrollo, vida y obra

La cantidad de información sobre la propia vida es limitada. Es muy probable que Duns es el lugar donde Juan nació, como así el nombre de su familia. Duns es una pequeña ciudad escocesa en la frontera con Inglaterra. La primera confiable biográfica información acerca de él es su sacerdotal ordenamiento, el cual se llevó a cabo en de marzo de 17 de 1291 en la iglesia de San Andrés en Northampton. Teniendo en cuenta que para ser ordenado se requiere por lo menos 25 años de edad, Escoto podría haber nacido entre 1265 y 1266. No se sabe exactamente cuándo se unió a la orden franciscana; sin embargo, el hecho es que el 26 de julio de 1300, está documentado que el padre provincial Hugo de Hertipole solicitó al Obispo de Lincoln licencias para confesar a un centenar de Frailes Menores. Al mismo tiempo, Escoto se localizaba en Oxford, en calidad de bachiller, durante un altercado sostenido por el maestro Felipe Bridlington, sucedida en el año académico 1300-1301.

Teniendo en cuenta estos datos, parece razonable concluir que Duns Escoto, tras haber ingresado en la orden de los Frailes Menores, realizó sus estudios de filosofía y de teología en Oxford, hasta obtener el grado correspondiente en 1301. Puesto que ese período de formación tenía una duración de 13 años, esta podría haber comenzado en el otoño de 1288. Es en Oxford, por tanto, donde Escoto comenta por primera vez las Sentencias de Pedro Lombardo, probablemente durante el curso 1298-99; una vez transferido a París, las comentará una segunda vez en el curso 1302-1303. El 25 de junio de 1303 fue expulsado de Francia por haberse negado, al igual que otros maestros, a ponerse de parte del rey Felipe el Hermoso en su disputa con el Papa Bonifacio VIII. Escoto vuelve entonces a Inglaterra, tal vez a Oxford, aunque en 1304, una vez restablecida la paz entre el rey de Francia y el Papa, tras la elección de Benedicto IX, lo encontramos otra vez en París. En el otoño de 1307 se traslada al studium de Colonia, donde muere cerca de un año más tarde.

Una antigua tradición dice que la fecha de su muerte fue el 8 de noviembre de 1308. Sepultado en la Minoritenkirche de Colonia, en su sarcófago es posible leer el siguiente célebre epitafio:

Scotia me genuit / Escocia me vio nacer
Anglia me suscepit / Inglaterra me acogió
Gallia me docuit / Francia fue mi maestra
Colonia me tenet / Colonia me retiene consigo

La obra de Escoto consiste mayormente en una colección de diversos materiales, relacionados sobre todo con su actividad docente. Hoy es generalmente aceptado que después del año 1300 Escoto revisó algunos de sus contenidos juveniles, variando sensiblemente algunas de sus partes. Por tanto, la reconstrucción de la cronología de su obra —ya sea absoluta, ya sea relativa— no puede sino resultar indistinta e hipotética, si bien los expertos parecen haber alcanzado un cierto acuerdo acerca de sus elementos esenciales.

Hasta mediados del siglo XX, la edición de referencia de los textos de Escoto era la informada por Luke Wadding en Lyon en 1693, reproducida en París por el editor Vivès entre 1891 y 1895. No obstante, al tratarse de una obra esencial para la historia del escotismo, la edición Wadding no trascendía plenamente confiable e imputaba a Escoto distintos textos que más tarde se han revelado adulterados. En los primeros períodos del siglo XX, la orden de los Frailes Menores puso en marcha la producción de una reproducción crítica. Para este fin se estableció la Comisión escotista, que entre 1950 y 2013 ha publicado el texto de la Ordinatio y de la Lectura, dando comienzo a la llamada «edición vaticana». Un segundo grupo, comenzó a trabajar en 1997 en el Franciscan Institute de la Saint Bonaventure University (New York), se ha ocupado, en cambio, de la reproducción de las obras filosóficas. Como consecuencia de la complicación redaccional del material atribuible a Escoto, el trabajo de edición crítica ha resultado fundamentalmente arduo, y continúa dejando abiertas nutridas cuestiones, que trazan no pocas dudas.

Metafísica, revelación, teología

La fuerza inmanente a esa comprensión, y los beneficios que históricamente ha producido son, en efecto, claros. Aunque también son claras las tentaciones a las que está expuesta. Quienes, en el siglo XIV, disputaron en torno a la atribución o no a la teología del carácter de ciencia, eran conscientes de ello. La necesidad de salvaguardar la actitud religiosa —en términos más amplios podríamos hablar de actitud de respeto hacia la hondura de lo real— explica tanto las reticencias de quienes se opusieron a esa atribución o la aceptaron sólo a regañadientes, como las precauciones que adoptaron los que consideraron legítimo, y necesario, pronunciarse a favor de ella. Así, Tomás de Aquino, cuya defensa del carácter científico de la sacra doctrina fue históricamente decisiva, insiste una y otra vez en la inagotabilidad del misterio de Dios, cuyo ser es inabarcable por nuestros conceptos, y presenta a la teología como ciencia subalternada a la de Dios y los bienaventurados, saber que presupone por tanto la humilde aceptación de una palabra divina trascendente en cuya comprensión puede procederse sólo con actitud de fe y con conciencia de la excelsitud de aquello de lo que se habla.

Juan Duns Escoto, se sitúa ante este problema con particular radicalidad, como corresponde a quien había hecho de la crítica al necesitarismo y al intelectualismo racionalizante, unos de los pilares de su planteamiento. De ahí el interés, no sólo histórico sino actual, de todo estudio sobre su visión de la teología, tarea a la que aspiramos a contribuir analizando especialmente su presentación de las relaciones entre teología y fe y su concepción de la teología como ciencia práctica. Antes, sin embargo, resulta necesario recordar, aunque sea brevemente, algunos presupuestos de los que depende su concepto de teología.

Basándose en un texto de San Agustín, Duns Escoto define a la teología de acuerdo con la significación literal de la palabra: sermo vel ratio de Deo, atribuyendo a esa definición un pleno valor técnico. La teología es, en efecto, para Escoto, la ciencia que versa sobre Dios y ello en sentido no sólo asertivo sino exclusivo: todo en ella está referido a Dios y sólo a ella le corresponde, como objeto propio, la realidad de Dios.

En sus reflexiones sobre la jerarquía y relación entre las ciencias y, en particular, sobre el lugar que corresponde a la teología en el conjunto del universo del saber, los pensadores medievales y Escoto concretamente, se vieron enfrentados, muy desde el principio, con la disyuntiva constituida por la previa oposición entre Averroes y Avicena. Para Averroes, Dios y las substancias separadas forman parte del cosmos, del que constituyen ciertamente la piedra angular o realidad suprema, pero sin llegar a trascenderlo, pues están implicados en él como elementos integrantes de su estructura. La física, al intentar explicar el movimiento, desemboca en la afirmación de un Primer Motor, del que todo movimiento depende. Un saber ulterior, la metafísica, podrá ocuparse de ese Primer Motor, así como de las otras inteligencias motrices, a fin de poner de manifiesto y exponer cuanto se refiere a la causa última o metafísica del movimiento, pero ahí termina la escala de los saberes. Una teología, concebida como distinta de la metafísica, y, más concretamente, como saber sobre Dios considerado en sí mismo y no como causa del movimiento del cosmos, no tiene cabida en el universo mental de Averroes, ya que la acción del Primer Motor se agota precisamente en lo cosmológico.

Situado ante esta disyuntiva, Escoto no vacila: Averroes yerra, Avicena acierta. Dios es infinitamente más que la causa y la explicación del movimiento. Es vida en sí mismo, y vida plena, como el dogma de la Trinidad revela y manifiesta. Afirmar la trascendencia de Dios y afirmar la teología, entendida como saber Dios en sí mismo, en su vivir y en su misterio, constituyen, a los ojos de Duns Escoto, una sola y misma cosa, más exactamente dos momentos de un único itinerario que Avicena supo entrever. Pero si bien Escoto recorre junto a Avicena algunas etapas de su caminar intelectual se separa de él casi enseguida, y radicalmente: la crítica escotista a Avicena es aguda y penetrante, tanto más cuanto que en más de una ocasión Escoto advierte que el pensar aviceniano le resulta cercano y experimenta por tanto la necesidad de subrayar las diferencias.

Conclusiones

En la carta papal de Pablo VI sobre Escoto indica que el sistema de pensamiento de Escoto se diferencia del de Santo Tomás por estar construido de aquel, sobre fundamentos que manifiestan estructuras diversas permitiéndole llegar así a afirmaciones atrevidas que, como pináculos de catedral gótica, apuntan hasta el cielo. Se indica, por tanto, en “la alma Parens” que el pensamiento de Escoto está construido sobre fundamentos distintos del sistema tomista y que él se estructure diversamente a como está organizado el sistema tomista, así como, en el método escotista, surjan vistosas y eminentes cumbres que en el tomismo no pueden asomar. Ello da la división de este trabajo: revisa, en primer lugar, estos diversos fundamentos sobre los que se apoya el pensar escotista y que le estructura diversamente y, en segundo lugar, considera brevemente los promontorios atrevidos que surgen en su sistema.

Si, ahora, quisiéramos indicar cuál es la intuición fundamental que está a la base del pensamiento de Escoto como su fundamento y que la estructura radicalmente coloreándole contra otros modos de pensar del Medioevo no vacilaría poner otra sino la jerarquía que en su método adquiere y practica la idea de libertad como primicia. La comprensión de libertad, por tanto, comprendida como modo de introducir y realzar algo, contra el modo natural de abordar y realizar, parece ser la intuición madre del sistema de Escoto.
Escoto distingue el subiectum del tratado aristotélico bajo el concepto lógico de «categoría», fundando la unidad de su tratamiento sobre la unidad de dicho concepto. Para lo anterior, Escoto diferencia el estudio adecuadamente lógico de las categorías, desde de su estudio lingüístico (que se funda en el término del pensamiento en el lenguaje), como de su tesis por parte del metafísico (en el que prima la variedad categorial), al menos en la primera etapa de su pensamiento.

Jonathan Fernández Figueroa es Ph.D. en Administración de Empresas e investigador académico

Alvaro Medina

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