Por Ignacio Palma.- Un hombre de 52 años, de traje negro, camisa blanca y corbata café, vestido casi de manera descuidada, se baja de un avión y levanta su mano derecho extendida saludando a la gente que llegó a recibirlo. Es un gesto de victoria, de alivio y de libertad. Esto ocurrió hace unos días en Australia y el protagonista de esta historia es Julian Assange, oriundo de esas tierras.
Assange no registra una profesión formal, pero su vida laboral se relaciona con la programación, el mundo de los hackers y la comunicación e información, en particular aquella sensible para las naciones que esconden secretos de Estado y que, como él mismo lo manifestó en alguna ocasión, “en Wikileaks hemos publicados más documentos clasificados que en toda la prensa mundial. Eso demuestra el lamentable estado de los medios de comunicación”.
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¿Qué quiere decir eso? Simple. Apunta a lo vergonzoso que puede llegar a ser el silencio de los medios frente a las acciones políticas y atrocidades cometidas por diferentes potencias en nombre de intereses particulares.
¿Le suena aquello? Más de alguna vez se ha dicho y analizado en este espacio, sin ir más lejos, hoy vivimos en la ignorancia mediática respecto a la masacre sobre el pueblo palestino.
El calvario de Assange comenzó hace 13 años cuando Estados Unidos comenzó a perseguirlo debido a que un año antes, en 2010, publicó en Wikileaks documentos clasificados de ese país que develaban crímenes de guerra en Irak y Afganistán. La persecución fue implacable y, al contrario de lo que él pensó, la primera enmienda de la constitución estadounidense que cubre la libertad de prensa no lo protegió.
De esa manera, pasó 7 años recluido en la embajada de Ecuador en Londres y un lustro en una cárcel de alta seguridad británica. Fue así como Julian Assange se convirtió en un ícono de la represión a la libertad de expresión y de prensa y, al contrario de lo que podría haber sucedido, su figura se acrecentó e inspiró a muchos y muchas para luchar por este derecho inalienable.
Al bajarse del avión ya no se veía como el hombre que recién entraba a los 40 años cuya figura se conoció mundialmente en los albores de la década pasada. Su estampa es de una persona ya madura que lo primero que hizo fue abrazar a su esposa, que además estuvo con él todo este tiempo como pareja y abogada. Esos pasos en su tierra natal no fueron gratis y para lograrlo tuvo que negociar con el gigante norteamericano en términos que aún no son lo suficientemente claros respecto a los alcances que pueda eso tener.
¿De qué trató esa negociación? Todo esto se desarrolló en un lugar que se llama Islas Marianas del Norte que queda en el pacífico norte, en Oceanía y es territorio de Estados Unidos, ahí en una corte federal de Saipán, Assange se declaró culpable de espionaje.
Con ese acto -que para las autoridades estadounidenses resulta tan deleznable y merece las penas del infierno- el mundo pudo conocer, según lo recuerda el medio BBC.com, que desde un helicóptero militar norteamericano fueron asesinados civiles y periodistas en Bagdad, video que se grabó en la misma nave aérea. Asimismo, a través de cientos de documentos se evidenciaron asesinatos de civiles afganos en situaciones que no fueron oficialmente documentadas o informadas.
Lo anterior puso a EEUU en el ojo del escrutinio público como un estado violador de los derechos humanos y sembró dudas de la legitimidad de sus acciones militares en distintos rincones del planeta.
Las Islas Marianas del Norte están a poco más de 15.600 kms de Chile, y originalmente se llamaban Isla de los Ladrones. Ahí una persona que fue encarcelada por revelar la verdad, vuelve a caminar por las calles que lo vieron crecer, pero ¿cuál es el precio que deberá pagar el periodismo y la libertad de expresión con este antecedente judicial?
Ese análisis vendrá más adelante, por ahora celebremos esa mano en alto como símbolo de la batalla por la libre expresión y el derecho a la información.
Ignacio Paz Palma es periodista y académico de la U. Central
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