Por Miguel Mendoza Jorquera.- Si el absurdo político fuese una corriente estética, José Antonio Kast y Johannes Kaiser serían sus más entusiastas exponentes. Como dupla de comedia involuntaria —una versión distorsionada de Dean Martin y Jerry Lewis en clave criolla— Kast se cree Martin por su aparente sobriedad, mientras Kaiser desborda como un Jerry Lewis hiperactivo, pasado de cafeína ideológica. Juntos despliegan un repertorio que oscila entre la solemnidad artificial y el exabrupto sin filtro.
Ambos han logrado instalar un discurso que prescinde de la lógica y la evidencia: basta con explotar el miedo, el moralismo identitario y una supuesta decadencia del orden para atraer a segmentos cada vez más amplios del electorado.
Kast, quien se autoproclama defensor del orden y la tradición, encarna una paradoja: durante su paso por el Congreso, fue el parlamentario con más inasistencias, superando incluso al cuestionado Joaquín Lavín Jr.. Difícil tomar en serio su prédica de disciplina cuando los registros muestran que, en la práctica, la responsabilidad institucional no fue precisamente su fuerte.
Más allá de las cifras, su discurso evoca una visión excluyente de comunidad política: una nación homogénea, conservadora y cerrada, con fronteras morales bien delineadas. Ha dejado un historial de declaraciones que permiten entrever su proyecto ideológico: en 2017 dijo que «si Pinochet estuviera vivo, votaría por mí«, frase que relativiza el legado de la dictadura y lo convierte en capital político.
También ha sostenido que «los homosexuales tienen todos los derechos, pero no pueden imponer su estilo de vida a los demás», reforzando una lógica de tolerancia condicional. Su idea de patria se aproxima más a un club social que a un pacto republicano.
Kaiser representa la sinceridad brutal de la extrema derecha chilena. Lo suyo no es el eufemismo: es la provocación directa. Su frase «Jara es una Bachelet con esteroides» fue diseñada para escandalizar y congraciarse con un electorado alérgico a la corrección política. También cuestionó el derecho a voto de las mujeres y ha sugerido apoyar un nuevo golpe de Estado “si las condiciones lo ameritan”.
Estos dichos no son errores comunicacionales, sino manifestaciones programáticas que ponen en riesgo el pluralismo democrático.
La peligrosidad de Kast y Kaiser no radica solo en sus frases para el bronce, sino en su capacidad de configurar sentido común. Kast construye un relato de orden nostálgico y meritocracia selectiva; Kaiser legitima el desprecio, la jerarquización autoritaria y la negación de derechos fundamentales.
Ambos comparten afinidades discursivas con Donald Trump, Jair Bolsonaro, Javier Milei y con el partido español VOX. Desde su adhesión a la Carta de Madrid hasta su participación en eventos de la ultraderecha ibérica, reproducen un libreto disciplinado: exaltación del orden, criminalización del disenso y estetización del desprecio como herramienta electoral.
Frente a ese panorama, el desafío no es solo político, sino cultural. Se requiere una respuesta intelectual robusta, capaz de desmontar los mitos del autoritarismo postmoderno con argumentos, evidencia y memoria histórica.
Porque el populismo de ultraderecha no llega con botas ni tanques: llega con discursos bien editados, redes sociales y una estética de lo disruptivo. Kast y Kaiser no son anécdotas excéntricas, sino síntomas de que la democracia liberal está siendo interpelada desde dentro. La tarea de la ciudadanía crítica es advertirlo y responder con altura, rigor y compromiso cívico.
Como demuestra la historia, cuando los extremos toman el timón —ya sea desde la derecha o la izquierda— las primeras víctimas son siempre las libertades que sustentan la democracia moderna.
Miguel Mendoza Jorquera, Tecnólogo Médico MBA, militante de Amarillos por Chile y conductor del programa Manos Libres de ElPensador.io.
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