Por Álvaro Ramis.- La palabra “momentum” refiere a un principio de la física que define cierta cantidad de movimiento de un cuerpo. La mecánica clásica lo entiende como el producto de la masa del cuerpo y su velocidad en un instante determinado. Entre más momentum, más velocidad posee el cuerpo y mayor dificultad existe para detenerlo. Hoy el país vive un proceso de máxima movilización. El desplazamiento de las fuerzas, de los poderes, de los campos gravitatorios en todas las esferas de la sociedad, no tiene equivalente histórico. Chile está transitando hacia un nuevo modelo de convivencia social y política a una velocidad y con una densidad que no logramos ponderar. Lo único que sabemos es que lo hace con una determinación imparable, ya que la consistencia de los elementos que se movilizan hace indetenible su empuje.
Muchos y muchas vivenciamos esta situación como un instante plenamente esperanzador, que abre las puertas institucionales, largamente trancadas, y que habilita a la ciudadanía para construir un futuro indeterminado, pero posible de definir colectivamente. También es comprensible que para otras personas sea un tiempo de completa incertidumbre, temor y angustia por lo incierto del punto de destino. Lo cierto es que, sin importar el entusiasmo o la resistencia que se exprese, el curso de este proceso de cambio ya ha comenzado y no va a detenerse por más que se le opongan otras fuerzas, incapaces de parar un ciclo que ya ha entrado en una dinámica de no retorno. El mayor síntoma de este giro es el ingreso en la esfera del poder de un conjunto de rostros, lugares, historias de vida y circunstancias que hasta ayer eran objeto de atención y preocupación, pero no eran sujetos de plena representación, directa, completa, con voz y presencia en los espacios de decisión. La performatividad de la Tía Pikachu, Giovanna Grandón, se desplazó directamente desde la Plaza Dignidad a los salones del Palacio Pereira. La voz ritual de la machi Francisca Linconao pasó desde la cárcel de mujeres de Temuco al plenario del ex Congreso Nacional, donde se discutirá la nueva Constitución. De esta fuerza y de esta envergadura es el «momentum» de Chile.
Como es previsible, este tipo de procesos vertiginosos no puede transcurrir sin levantar reacción. Pero, a diferencia de otras ocasiones, quienes se oponen a ellos no tienen más que las armas melladas de siempre, que ya no logran cortar el nudo gordiano que les desafía. Esgrimen el mismo racismo eugenésico decimonónico, el mismo clasismo compasivo de las damas de colores que desfilaban en dictadura, repiten los mantras que inventaron en 1989, asumen las mismas categorías partidocráticas de una política que se desfondó bajo sus pies. No tienen palabras para detener lo que no entienden y mientras más atacan a las nuevas representaciones sociales de esta transformación, más se enfangan en su anacronismo.
Tratando de entender esta dinámica, me topé con un debate similar en el que participó a fines de los años 80 Jürgen Habermas. Frente a los cuestionamientos de la élite intelectual alemana a la masificación de las universidades, con la inevitable irrupción de voces plebeyas en la esfera del discurso público, el filósofo cuestiona a sus pares: “¿Qué le hace a usted suponer que quienes ocupan puestos de decisión -que por lo general son unos privilegiados y no sólo por poseer el poder- serán más propensos a desentenderse de intereses particulares que la masa de la población no privilegiada o marginada? Esto no es una cuestión de pesimismo u optimismo antropológico”.
La élite chilena está imbuida del mismo ensoberbecimiento que advierte Habermas en sus colegas, a los que acusa de sentirse depositarios exclusivos del interés general, lo que les hace pensar que tienen en frente sólo a una masa dispersa de intereses particulares incapaces de articular un proyecto de sociedad. Pero cuando se aplica el imperativo de buscar sin coerción el mejor argumento, lo que ocurre es lo opuesto a lo que estuvimos acostumbrados: quienes mejor logran dar respuesta a sus demandas son los propios afectados y no los supuestos especialistas que desde arriba, y desde afuera, pontifican sobre lo que se debe realizar. Por eso, este es el momento de atreverse a más democracia. El que no lo entienda así se va a estrellar con una fuerza y con una masa que no se va a detener ante las amenazas gastadas de quienes ya no tienen energía para oponerse a un cambio imparable, que en la mente y en experiencia de vida de las personas, ya aconteció.