Una nueva entrega de Curiosidades de la Historia nos relata la cinematográfica captura de la Esmeralda, el principal navío español en la guerra de la independencia.
Por Juan Medina Torres.- “La sorpresa es el arte de la guerra, lo que la pólvora al ánima del bronce: no mata como el plomo pero derriba como el rayo”. La cita es de Benjamín Vicuña Mackenna, al describir la captura de la Esmeralda, en la memorable noche del 5 al 6 de noviembre de 1820.
Vicuña Mackenna, en su obra: «Episodios Marítimos», considera que la empresa planeada y liderada por Lord Thomas Cochrane tuvo los ingredientes de astucia y sorpresa.
La Esmeralda era, por entonces, el barco más poderoso de la escuadra española en el Pacífico, por ello, su captura fascinó la imaginación del gran almirante apodado el lobo de los mares, quien estudió cada detalle de la misión imposible.
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La fragata «Esmeralda», de cuarenta y cuatro cañones y una tripulación de 370 hombres, se encontraba en el puerto peruano de El Callao, resguardada por 26 lanchas cañoneras, 2 bergantines de guerra, 3 transportes armados y la protección de las fortalezas y baterías terrestres. Cerraba el fondeadero de El Callao, una percha flotante de madera y cadenas con una sola abertura, necesaria para la entrada y salida de las naves.
Lord Cochrane, comandante en jefe de la escuadra chilena que bloqueaba la extensa bahía del Callao. Para realizar su mayor hazaña marina, escogió entre la tripulación de los tres buques a su mando (La O’Higgins, La Independencia y el Lautaro), a 160 marineros y 80 soldados, que lucharon en la batalla de Maipú, todos ellos voluntarios. Ordenó que la noche del ataque vistiesen de blanco y llevasen un lazo azul en el antebrazo derecho para reconocerse en el conflicto. Las armas usadas fueron las de abordaje: hacha, puñal y pistolas, y el santo y seña «Gloria y Victoria».
En la tarde del 5 de noviembre, el almirante hizo circular entre las tripulaciones la siguiente alocución:
“Soldados de marina y marineros. Esta noche vamos a dar un golpe mortal al enemigo i mañana os presentareis con orgullo delante del Callao. Todos vuestros camaradas envidiaran vuestra buena suerte. Una hora de coraje y resolución es cuanto se requiere de vosotros para triunfar. Recordad que habéis vencido en Valdivia, i no os atemoricéis de aquellos que un día huyeron de vuestra presencia.
“El valor de todos los vajeles que se recogieran en el Callao o pertenecerá; se os dará la misma recompensa que los españoles ofrecieron en Lima a aquellos que capturasen cualquiera de los buques de la escuadra chilena.
El momento de gloria se acerca, i espero que los chilenos se batirán como tienen de costumbre, i que los ingleses obraran como siempre lo han hecho en su país y fuera de él.
Cochrane»
A las 11 de la noche el 5 de noviembre, se inició el embarque en 14 botes. 30 minutos después se desprendieron de la fragata O’Higgins, en dos columnas, al mando del Almirante, secundado por los oficiales Martin Guisse y Thomas Crosbie; con este último iba Cochrane. Durante el desplazamiento hacia la Esmeralda, no se sintió ni el más mínimo ruido porque los remos se envolvieron en lona. Todo era sombra y silencio. A la medianoche llegaron al portalón de la fortaleza que cerraba el paso hacia el fondeadero donde se encontraba la Esmeralda. Alguien grito «¡Quién Vive!», lo que fue contestado por el almirante: «¡Silencio o Mueres», al tiempo que apuntaba a la cabeza del que había preguntado e inmediatamente gritó: «¡Hurra, muchachos!, Bogar fuerte y vamos al asalto».
Pablo Delano, de 14 años de edad, era el ayudante de órdenes de Lord Cochrane y en un documento enviado a Benjamín Vicuña Mackenna en 1879, cuenta los momentos cruciales de la lucha:
“… el almirante fue el primero en subir por el costado babor, pero un culatazo que le dio el centinela, lo volteó al bote, de donde volvió a subir con presteza, i mató al centinela de un balazo; i seguido por los tripulantes de los botes subió a bordo donde se trabó una lucha terrible hombre a hombre que apenas había durado quince minutos cuando los españoles volvieron cara i buscaron salvación, algunos en las bodegas del buque, otros en las cofas, i muchos, en su desesperación, tirándose al mar para escapar a nado. Durante la confusión alguien corto los cables de la fragata; visto lo cual por el almirante mando desplegar las velas, pero había muy poco viento y las velas estaban sin drizas ni escotas; pero se remedió esta falta pues ya nuestra gente se hallaba en las cofas i en un abrir y cerrar de ojos colocaron drizas y escotas con algunos cabos que encontraron, a pesar del diluvio de metralla que los españoles nos mandaban desde tierra i que como nube de granizo nos rodeaba por todas partes”.
“En la lucha el almirante recibió una herida de bala en el muslo derecho pero no por esto se abatió, i luego que yo le amarré un pañuelo fuertemente en la pierna para estancar la sangre, siguió atendiendo a todo con la calma y serenidad que le eran características. El buque marchaba con lentitud con dirección a la salida”.
Délano prosigue su relato señalando que “Lord Cochrane a pesar de haber sido herido, i a pesar del diluvio de metralla que volaba en su derredor, se trepó sobre un cañón para dirigir desde allí toda la maniobra i dar la dirección al buque i se mantuvo allí hasta que salimos fuera. Seguimos alejándonos lentamente en medio del fuego horroroso que nos hacían de los castillos y lanchas cañoneras, después de una hora fondeamos fuera del alcance de los cañones españoles, para recoger los muertos, atender a los heridos i hacer algunos reparos a las velas que eran necesarios”.
“Encontramos que dos de los oficiales i once marineros habían sido muertos i treinta i tres heridos solamente, mientras que de los españoles recogimos 150 muertos; faltaba también una de nuestras embarcaciones con toda su tripulación: después de atender a los heridos, levamos ancla y fuimos a fondear al costado de la O’Higgins, donde llegamos poco antes de amanecer, terminando así esa jornada, la más gloriosa de todas las del almirante Cochrane, según lo oí de su misma boca.
El cañoneo de los castillos continuó toda la noche, ignorando nosotros cual sería el motivo, pero cuando amaneció divisamos en el horizonte en dirección al Callao, dos bultos negros, uno grande i el otro más chico, los cuales cuando aclaró descubrimos ser la embarcación que nos faltaba, tirando a remolque una lancha cañonera enorme que había capturado a viva fuerza, i luego mandamos ausilio para traerla; el bravo que era jefe de esa embarcación era el pilotín Ouley, norte american, que posteriormente fue muerto en el ataque hecho a las fortalezas de Chiloé por la escuadra Chilena; valiente muchacho¡ que con doce hombres de su bote, abordó y capturó esa lancha que llevaba treinta de tripulación.
Para demostrar la calma y sangre fría del noble jefe, mencionaré un incidente que ocurrió. Luego que se principió el combate las fragatas Macedonia i Hyperion pusieron un farol en el pico de mesana i suponiendo que tenía alguna significación Lord Cochrane mandó colocar uno en el pico de la Esmeralda para lo cual sobraban faroles, pues entre cada dos cañones en la batería había un farol colgando preparado con vela: mediante esta astucia se confundían los españoles en los castillos i no atinaban a cuál de los tres dirigían sus punterías, así es que tiraban indistintamente sobre los tres de modo que más ofendieron a los neutrales que a nosotros, pues dos balas de cañón tocaron a la Esmeralda, mientras que los otros recibieron varias”.
Délano concluye su relato indicando que al día siguiente del combate se canjearon los prisioneros por algunos patriotas que permanecían presos en los castillos.
En resumen, la captura de la Esmeralda fue un golpe estratégico porque neutralizó el poder naval de la armada española en esta zona del Pacífico e impulsó la independencia del Perú.
La fragata, posteriormente, recibió el nombre de “Valdivia», en honor a la toma de la ciudad por Cochrane, marcando una nueva etapa para la fragata bajo control chileno.
