Por José María Vallejo.- El senador de la UDI, Iván Moreira, ha advertido en las últimas horas que no votarán por un candidato a Fiscal Nacional propuesto por el gobierno que esté “contaminado políticamente”. Esa expresión me ha llamado mucho la atención.
Primero, porque no se hace cargo de la contaminación proveniente de sí mismo y de una cámara alta que fue parte esencial en la aprobación de un fiscal como Jorge Abbott, cuyos nexos y afiliaciones con la política eran evidentes, no solo por la forma espuria en que fue elegido, sino también por la negligencia conciente con la que actuó para dejar en nada los casos de financiamiento ilegal de la política.
Si Moreira se refería a eso con la expresión “contaminación de la política”, no puedo estar más de acuerdo. No obstante, la sociedad chilena en su conjunto está a la espera de que tanto él, como quienes fueron responsables de ella asuman su responsabilidad.
En la expresión, sin embargo, subyace un enorme e irresponsable populismo. En la frase “contaminación política” se comprende la idea de que la política -de la cual Moreira mismo y toda la clase que representa profitan desde siempre- hay algún tipo de toxicidad, como si el hecho de respirarla (como si estuviera en el aire) llevara a un candidato a Fiscal Nacional o a cualquier otro puesto a contagiarse a alguna especie de virus.
Es una expresión, por lo tanto, hipócrita, que reflota la concepción militarista y seudo portaliana de que los “políticos” solo velan por sus propios intereses, probablemente ideológicos o partidistas y solo quienes están “por encima” de la política podrían velar por el bien común. La mitomanía de la frase es preocupante, no solo porque proviene de políticos (y, bajo ese silogismo, Moreira y compañía también son portadores de la toxicidad de la política) sino también porque achaca al interés por la polis una filosofía perversa, en contraposición a una falsa libertad personal, cuyo paraguas de seguridad se busca en una figura autoritaria.
Solo en referencia al Ministerio Público, si lo que quiere es que el nuevo Fiscal Nacional no esté contaminado políticamente… ¿no debería restarse de esa elección?
Pero, mirando la sociedad en su conjunto, si la política contiene una toxicidad que se debe evitar, ¿por qué no renuncia a ella?
Quienes enarbolan la mentira de que la política es tóxica son quienes más han hecho gala, lucro y usufructo de ella.
La política no tiene nada de tóxico: se trata de la actividad humana que nos leva a organizarnos a través de un debate democrático, del diálogo y la tolerancia, es la preocupación por lo público, por el otro en su manifestación más amplia.
Tóxicos son los que, en ejercicio de sus cargos y responsabilidades (que pueden ser políticas, empresariales, gremiales o profesionales) mienten, hacen leyes según dictado de sus financistas o roban agua por años. Lo tóxico estriba en las conductas antiéticas e inmorales, en “raspar la olla” de los más poderosos y no transparentarlo a sus electores.
Es la conducta antiética la que contamina, en cualquier esfera de la actividad humana.
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