“No manipulemos la palabra democracia ni la deformemos con títulos vacíos capaces de justificar cualquier acción”, instó el Papa Francisco.
Por Juan Medina Torres.- “Es evidente que la democracia no goza de buena salud en el mundo actual”, dijo el Papa Francisco en la sesión de clausura de la 50ª Semana Social de los católicos realizada en Trieste, Italia.
En la ocasión, recordó al político italiano Aldo Moro, asesinado en 1978, quien consideraba que “un Estado no es verdaderamente democrático si no está al servicio del hombre, si no tiene como fin supremo la dignidad, la libertad y la autonomía de la persona humana, si no es respetuoso con aquellas formaciones sociales en las que la persona humana se desarrolla libremente y en las que integra su personalidad».
Para Francisco, democracia es el “orden civil en el que todas las fuerzas sociales, jurídicas y económicas, en la plenitud de su desarrollo jerárquico, cooperan proporcionalmente al bien común, revirtiendo en el resultado final en beneficio predominante de las clases inferiores».
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Por ello, dijo, “democracia” no es tan solo ejercer el derecho a voto, sino que “exige que se creen las condiciones para que todos puedan expresarse y participar. Es decir, los regímenes democráticos deben buscar los mecanismos para escuchar a la ciudadanía para que esta pueda tener la valentía de plantear propuestas de justicia y de paz en el debate público”.
Ante los populismos, hizo un llamado a no dejarse engañar por las soluciones fáciles. Comprometámonos, dijo, “con el bien común… no manipulemos la palabra democracia ni la deformemos con títulos vacíos capaces de justificar cualquier acción”.
Señaló que la “democracia no es una caja vacía, sino que está ligada a los valores de la persona, la fraternidad y la ecología integral. Llamó a tener la valentía de plantear propuestas de justicia y de paz en el debate público, sin defender privilegios.
Agregó que “debemos ser una voz que denuncia”, especialmente en una sociedad en la que demasiados no tienen voz.
Asimismo, definió el amor político que no se contenta con tratar los efectos, sino que busca las causas. Es una forma de caridad que permite a la política estar a la altura de sus responsabilidades y alejarse de las polarizaciones que empobrecen y no ayudan a comprender y afrontar los desafíos.