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La democracia liberal frente a la era del descontento

ElPensador.io.- La caída que anticipa la transición hacia un mundo nuevo es el tema de un artículo publicado en diario español El País, y que da cuenta de los signos frente a ese proceso.

Escrito por Máriam Martínez-Bascuñán, ejemplifica con el antes y el después marcado por determinados acontecimientos y que señalan que se está en los albores de un nuevo tipo de sociedad, como fue el atentado a las Torres Gemelas, en 2001, “el momento que marca nuestra vulnerabilidad expuesta, la llegada del liberalismo del miedo”; o la caída del Muro de Berlín, que dio cuenta del paso a un liberalismo hegemónico occidental y al fin del mundo bipolar.

“El efecto, hoy, es el pánico reaccionario que naturalmente surge cuando pretendemos aferrarnos a algo sin formular alternativas. Va unido a la pérdida de la confianza en el progreso y al triunfo de dos cosmovisiones del miedo: la populista, que mira hacia atrás en busca de tiempos mejores, y la verde, que mira hacia un dudoso futuro desde el colapso de las expectativas para la supervivencia de la especie”, indica la autora.

A su juicio, los signos de hoy revelan un declive en el orden liberal y de la democracia como sistema que lo sostiene, pues no ha sido capaz de hacer frente a estos signos, y esa incapacidad es creciente.

Fronteras que se cierran

Treinta años después de la caída del Muro de Berlín, tras lo cual se enseñoreó una globalización política, económica y la transnacionalización de la producción y de la cultura, se impone la ironía. “No son las fronteras las que crean a los Estados. Sucede al contrario: primero viene el atrincheramiento; es después cuando se erigen los muros”, indica el artículo.

Así, las fronteras se comenzaron a cerrar como si fueran enormes muros para impedir las oleadas migratorias en Europa, el Brexit avanza como posición aislacionista en Gran Bretaña, Trump levanta sus muros, y le siguen otros líderes y movimientos culturales y políticos. “Nuestra sociedad de fronteras abiertas ya no equivale tan firmemente a libertad y progreso. La lucha por la emancipación individual cede terreno frente al reclamo de la protección”, afirma Martínez-Bascuñán. “A izquierda y derecha, los partidos asumen con entusiasmo un ideario del miedo que cambia drásticamente los principios ilustrados”.

Geopolítica de egos

La década de los 20 comienza con un pensamiento geopolítico que refleja la lucha de poderes y de egos en las relaciones internacionales. La prueba más flagrante de esto es la lucha comercial entre Donald Trump (que no Estados Unidos) y Asia (que no solo China), como consecuencia del orgullo herido de Occidente, frente a una región oriental que se saca la máscara y sale a competir.

“Un cambio de papeles que esconde el punzante cuestionamiento de nuestro modelo y acentúa el error de Fukuyama. Porque China ha despertado del todo y… se erige como el actor con mayor resiliencia y pensamiento estratégico del planeta”, dice el artículo. Ello al tiempo que la OTAN se encuentra con “muerte cerebral” (como calificó Macron), lo que diluye al bloque occidental en su conjunto.

En ese contexto, la posición de Gran Bretaña da cuenta de una visión globalizadora “bien distinta y que poco a poco se nos impone: un mundo hobbesiano, caótico y brutal”. ¿Y lo que quiere Boris Johnson en ese contexto? Transformar al Reino Unido en la nueva Singapur de Occidente.

El pueblo contra la democracia

La lucha del Brexit en Gran Bretaña fue una licha de populismos en la que el pueblo, a través de mecanismos democráticos, avaló al populismo más extremo. “La triste conclusión de este resultado electoral no es tanto que Hayek haya vencido a Keynes, sino que el populismo de derechas siempre vence al de izquierdas cuando se confrontan, quizás porque, al cabo, la izquierda, si es populista, no es izquierda”.

Del mismo modo de puede decir que resultó en Brasil y, previamente, hasta en Estados Unidos, con discursos relativamente parecidos.

Democracia impotente

Frente a lo anterior, la democracia parece no tener herramientas y se torna inútil. Es una paradoja. “Mientras los Estados se amurallan, el populismo se mundializa. Es la respuesta al nuevo despertar del desencanto globalizado frente a la impotencia de las democracias, que no aciertan a encauzar sus formas de protesta más viscerales”, dice Martínez-Bascuñán.

Es el otoño del descontento. En Francia fueron los chalecos amarillos, “donde Macron (y con él toda Europa) pierde poco a poco la batalla contra el fascismo de Le Pen”, pero también en América Latina: Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia… donde la desigualdad, fragilidad institucional y rol de los militares son, de nuevo, las características comunes.

La gente necesita la calle, pero lo nuevo es la violencia asociada a la protesta, la búsqueda desesperada de los invisibles de sus propios mecanismos de representación”, dice el artículo, para el cual el símbolo más manifiesto (y extrañamente contemporáneo) fue la figura del Joker, en la última película, donde se expresa el descontento de lo marginal y subterráneo en medio de la democracia liberal que los invisibiliza, un descontento amorfo que se expresa en la violencia de la calle, sin organización, sin representación y sin mensaje político aparente.

Es una indignación sin esperanza que, sin embargo, parece tener conexiones globales. “Se ha visto a algunos manifestantes catalanes llevando la bandera de Hong Kong y adoptando tácticas similares”, nos decía. “Se produce un fenómeno de imitación y contagio de la forma, de los puros elementos expresivos de la protesta, aunque los motivos y contextos sean lejanos y dispares”.

En esta protesta general la música de fondo es la caída de los valores, modelos ciudadanos y condición de las elites de la democracia liberal. “El paso hacia el nuevo mundo se vive en las calles como un estallido liberador”, donde la “desigualdad, ira, resentimiento y nihilismo se unen a las agendas verde y violeta… desde el baile feminista de las chilenas hasta la niña Greta Thunberg, convertida, nos guste o no, en símbolo de la fortaleza de la voz de los jóvenes”.

La autora sentencia que estamos frente a una nueva era del descontento, y esa es la idea que se debe administrar a partir de ahora.