Por Diomedes Tidida.- El filósofo coreano Byung-Chul Han realiza en su libro “La expulsión de lo distinto” un análisis crítico del pensamiento de las sociedades occidentales homogeneizadas en el sistema neoliberal, y que es una visión perfectamente aplicable al pensamiento higiénico que se ha instalado en condición de pandemia.
A juicio de Han, hay una relación entre el pensamiento higiénico (que rechaza al otro por ser portador de un daño potencial) y la idea de expulsar aquello que no es como yo. “Lo que provoca la infección es la negatividad de lo distinto”, dice el filósofo, atendiendo a que en el mundo actual se considera al otro (lo “alter”) como un distinto que sólo es aceptado en tanto esté dentro de los parámetros de lo que es igual o similar.
“La interconexión digital total y la comunicación total no facilitan el encuentro con otros (distintos). Más bien sirven para encontrar personas iguales y que piensan igual”, afirma. A partir de ello indica que de lo que se escapa es del “dolor” inherente a las relaciones con los demás que son distintos, refiriéndose al compromiso personal y emocional que ello significa. En la sociedad actual se quiere, por tanto, lo fácil, lo digerible, que es lo que conocemos siempre, y se rechaza aquello que es distinto y desconocido (no sólo los otros, sino también el lenguaje y el conocimiento). “La información simplemente está disponible. El saber en un sentido enfático, por el contrario, es un proceso lento y largo. Muestra una temporalidad totalmente distinta. Madura. La maduración es una temporalidad que hoy perdemos cada vez más”.
Así, afirma Han que “calcular… es una inacabable repetición de lo mismo. A diferencia del pensamiento, no puede engendrar un estado nuevo. Es ciego para los acontecimientos. Lo numérico hace que todo resulte numerable y comparable. Así es como perpetúa lo igual”, lo que da cuenta de la inacabable tendencia contemporánea a las cifras, a las estadísticas y a medirnos a todos sobre la base de reglas y números.
Es parte del mundo digital. “La tormenta digital de datos e informaciones, nos hace sordos para el callado retumbar de la verdad y para su silente poder violento… La red se transforma en una caja de resonancia especial, en una cámara de eco de la que se ha eliminado toda alteridad… Esa falta de distancia que es propia de lo digital elimina todas las modalidades de la cercanía y la lejanía. Todo queda igual de cerca e igual de lejos. La hipercercanía y la sobreiluminación, en cuanto el efecto general que provoca la pornografía, destruyen toda lejanía aureolar, la cual constituye también lo erótico”.
Así, Han afirma que “la expulsión de lo distinto genera un adiposo vacío de plenitud”, es decir, que al sacar de nuestras vidas aquello que nos incomoda por ser diferente, sentimos una apariencia de felicidad y seguridad.
También indica que en “el esfuerzo por ser auténtico y por no asemejarse a nadie más que a sí mismo (se) desencadena una comparación permanente con los demás” y deriva en la “estrategia neoliberal de producción, (donde) la autenticidad genera diferencias comercializables. Con ello multiplica la pluralidad de las mercancías con las que se materializa la autenticidad. El imperativo de la autenticidad engendra una coerción narcisista. No es lo mismo el narcisismo que el sano amor a sí mismo, que no tiene nada de patológico. No excluye el amor al otro. El narcisista, por el contrario, es ciego a la hora de ver al otro. Al otro se lo retuerce hasta que el ego se reconoce en él. El sujeto narcisista solo percibe el mundo en las matizaciones de sí mismo. La consecuencia fatal de ello es que el otro desaparece”.
Aquí, el sistema “solo consiente aquellas diferencias que son conformes al sistema, es decir, la diversidad. Como término neoliberal, la diversidad es un recurso que se puede explotar. De esta manera se opone a la alteridad, que es reacia a todo aprovechamiento económico… Solo consiente aquellas diferencias que son conformes al sistema, es decir, la diversidad. Como término neoliberal, la diversidad es un recurso que se puede explotar. De esta manera se opone a la alteridad, que es reacia a todo aprovechamiento económico”.
Poder de lo global y Terrorismo
A juicio del filósofo coreano, “la comparación igualatoria total conduce, en último término, a una pérdida de sentido. El sentido es algo incomparable. Lo monetario no otorga por sí mismo sentido ni identidad. La violencia de lo global como violencia de lo igual destruye esa negatividad de lo distinto, de lo singular, de lo incomparable que dificulta la circulación de información, comunicación”.
Así, afirma que “lo que mueve a los hombres al terrorismo no es lo religioso en sí, sino más bien la resistencia del singular frente al violento poder de lo global… El terrorismo es el terror del singular enfrentándose al terror de lo global… La glorificación de la muerte por parte de los terroristas y esa actual histeria con la salud que trata de prolongar la vida como mera vida a cualquier precio se suscitan mutuamente. Sobre esta conexión sistemática repara la sentencia de Al-Qaeda: “Vosotros amáis la vida, nosotros amamos la muerte””.
“El nacionalismo que hoy vuelve a despertar, la nueva derecha o el movimiento identitario son asimismo reacciones reflejas al dominio de lo global. Por eso no es casualidad que los seguidores de la nueva derecha no solo sean xenófobos, sino también críticos del capitalismo”, indica Han.
A esa óptica excluyente Han la denomina un “apóptico”, una construcción “que identifica como indeseadas y excluye por tales a las personas enemigas del sistema o no aptas para él”, situación en la que se genera un eterno y vicioso círculo de miedo y odio.
“El miedo por el futuro propio se trueca aquí en xenofobia. El miedo por sí mismo no solo se manifiesta como xenofobia, sino también como odio a sí mismo. La sociedad del miedo y la sociedad del odio se promueven mutuamente”. Esta visión provee una explicación a los nacionalismos contemporáneos, basados en individuos sin protección y sin recursos, inmersos en miedo, que tratan de encontrar un lugar o identidad en la sociedad.
“Quien ni siquiera tiene un poco de dinero no tiene nada: ni identidad ni seguridad. Así, forzosamente se evade a lo imaginario, por ejemplo a la idiosincrasia de un pueblo, la cual pone rápidamente a disposición una identidad. El enemigo es, aunque de forma imaginaria, un proveedor de identidad… Ese miedo sólo existe en la imaginación. Los inmigrantes y los refugiados se perciben más bien como una carga. Lo que se siente hacia ellos cuando se los considera como posibles vecinos es resentimiento y envidia, unos sentimientos que, a diferencia del temor, el miedo y el asco no son una auténtica reacción inmunológica”, afirma Han.
Así, con el miedo al otro (encarnado por ejemplo en los inmigrantes o los que parecen distintos) se establece una “zona de bienestar” o “isla de bienestar” excluyente “rodeada de vallas fronterizas, de campos de refugiados y de escenarios bélicos”.
Frente a ello y al mensaje de libertad occidental, el filósofo es crítico. “La libertad de la que hace gala el neoliberalismo es propaganda. Lo global acapara hoy para sí incluso valores universales. Así, incluso se explota la libertad. Uno se explota voluntariamente a sí mismo figurándose que se está realizando. Lo que maximiza la productividad y la eficiencia no es la opresión de la libertad, sino su explotación. Esa es la pérfida lógica fundamental del neoliberalismo”.
¿Qué propone? “La hospitalidad es la máxima expresión de una razón universal que ha tomado conciencia de sí misma. La razón no ejerce un poder homogeneizador. Gracias a su amabilidad está en condiciones de reconocer al otro en su alteridad y de darle la bienvenida. Amabilidad significa libertad… El grado civilizatorio de una sociedad se puede medir justamente en función de su hospitalidad, es más, en función de su amabilidad. Reconciliación significa amabilidad”.
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