Por Nicolás Jofré Bartholin.- El reciente crimen de Ambar, asesinada por la pareja de su madre (ex convicto condenado por asesinar a su esposa e hijo el año 2005), pone sobre la mesa la discusión sobre el actual funcionamiento judicial, sus procedimientos y consideraciones para otorgar beneficios a las condenas de criminales violentos, donde podemos evidenciar, en este caso en particular, la falta total de criterio técnico, obviando el perfil sociopático del asesino y las recomendaciones de Gendarmería para no liberar de su condena a Hugo Bustamante.
Cabe mencionar que la sociopatía, es a mi juicio, una de las psicopatologías más grave que registra y clasifica la psicología y la psiquiatría. En el contexto clínico de estudios en psicopatología, entendemos a la sociopatía como la pérdida total de empatía, la incapacidad de poder sentir culpa por las conductas o agresiones realizadas, así como también sentido de responsabilidad por sus acciones, y una relación con lo social, basada en el desprecio por las leyes y las convenciones sociales, mostrando un funcionamiento interpersonal movilizado por la agresión en sus diferentes formas.
Hoy gracias a los estudios en psicopatología forense, y el trabajo de teóricos clínicos como es el caso del doctor Otto Kernberg, entendemos a la sociopatía como una derivación del continuo del Trastorno de Personalidad Antisocial, es decir, una formación patología que guarda relación con experiencias de vida infantil traumáticas, ante experiencias de violencia como abusos y maltratos crónicos, y el posible daño cerebral que impide el desarrollo sano del sujeto. Muy por el contrario al desarrollo psicológico normal, el sujeto va formando a lo largo de la adolescencia y adultez temprana, un estilo de personalidad maligno, convirtiéndose en su vida adulta en un villano para la sociedad, siendo a su vez una víctima de su propia historia.
Generalmente estos perfiles psicológicos, no llegan a ser evaluados por profesionales psicólogos y psiquiatras en contextos de atención clínica, ya que no padecen psicológicamente como el resto de las personas, y llegan a evaluación de expertos en contextos de peritajes clínicos por causas y condenas criminales cuando ya han sido identificados como responsables de delitos, en su mayoría violentos. Esto sucede ya que estas personas, al carecer de empatía y responsabilidad social, no experimentan malestar emocional por el dolor que realizan, ni por el dolor experimentado, por ende no logran direccionar su mundo emocional hacia la reparación de experiencias y afectos, muy por el contrario, van rigidizando su estilo agresivo bajo el frecuente descontrol emocional, contextos bajo los cuales cometen la mayoría de los crímenes que realizan, siendo este descontrol emocional, un elemento para el diagnóstico diferencial con la Psicopatía, un funcionamiento más alto de la personalidad antisocial, donde el sujeto comete sus crímenes de una manera más organizada y efectiva.
Teniendo en consideración los estudios clínicos sobre este tipo de personalidad y estando estos sujetos en condena por ser responsables reconocidos de sus crímenes, no puede más que llamar la atención, la falta de criterio técnico al no considerar a mi juicio un elemento fundamental sobre el posible pronóstico de patología, y es que a la fecha se reconoce que este tipo de personalidad, no tiene formas de «cura» o reinserción social, son sujetos que no mejoran bajo los actuales dispositivos del sistema, es decir, se mantienen siempre como un peligro para la sociedad.
La historia de Hugo Bustamante, quien había sido entrevistado por un conocido programa de televisión, reconociendo él mismo su incapacidad para poder afirmar que no volvería a cometer otro crimen, nos permite hoy en día la posibilidad de mejorar el actual funcionamiento del sistema judicial, incorporando de manera más eficiente a los especialistas psicólogos y psiquiatras que puedan aportar desde sus campos de estudio en este tipo de casos, y podamos gradualmente ir reparando la visión que hoy tenemos del poder judicial. Ámbar no solo fue víctima de un asesino en libertad, sino también de un sistema que no estuvo a la altura para abordar las complejidades que estos criminales representan para la sociedad.
Nicolás Jofré es sicólogo