Por Hugo Cox.- La serie de hechos desatados a partir de la muerte de un comunero en la Araucanía, pone en el tapete una discusión que va más allá de la misma coyuntura.
En el Ejército y en Carabineros suceden hechos de corrupción en niveles nunca conocidos en la historia de este país, en que la mentira es parte del actuar cotidiano, ocultando hechos graves que afectan a su credibilidad. Se trata de instituciones que tenían una fuerte raigambre en la sociedad. Por eso, la situación es particularmente grave, especialmente en Carabineros, cuyos funcionarios están desplegados en todo el país y que concentran una gran parte de las investigaciones encargadas por los fiscales y tribunales del país.
Se dice que esta corrupción daña la fe pública, la que debemos entender como la creencia que se da a algo por la autoridad de quien lo dice, siendo lo dicho conocido por todos. A partir de esto surge la transformación de la fe pública en confianza pública, enlazada a la ética pública y privada.
En democracia lo usual es que no se da la violencia física, y cuando existe, está sujeta a la ley y a su control, pero sin la manipulación, el envilecimiento, el engaño. Hasta que hace su entrada la Realpolitik, que es la política de la “realidad”, que conduce a lo lógica de la fuerza, del secreto, del cinismo, y de la mentira.
La falacia juega en este contexto un papel fundamental. También la ausencia de solidaridad, de altruismo, en que hay un “sálvese quien pueda”, que se acentúa en crisis económicas, en hechos de violencia en que se justifican a partir de la mentira.
Este tipo de estrategias son de larga data en la historia y aduciendo razones de Estado, lo que se traduce en un cáncer para democracia. Estoy consciente que la política no es para la ingenuidad, ni para personas con mentes simples o inocentes, ni mucho menos para incompetentes. Tampoco digo que decir siempre la verdad sea lo más aconsejable. Hay un punto de hipocresía que sin duda nos civiliza, nos ayuda a soportamos los unos a los otros.
Pero lo que no se puede aceptar es que la persona que se dedica a lo público, el político, pueda ser un corrupto, una persona sinvergüenza, con graves falta a la ética, y con ignorancia. Se debe pensar que el político o el hombre público deben ser personas con convicción, principios, y que las virtudes públicas, aunque no sean perfectas, tengan al menos todos los escrúpulos y reparos del mundo hacia el dinero público.
Le democracia debe ser, o debería ser, una forma de relacionarse con los demás, una forma de conciliarse con los otros, no sentir como ajeno lo que le pasa al otro, en términos relevantes, de entender el poder y la vida social como un espacio para la convivencia, la libertad, el desarrollo personal y colectivo, con igualdad de oportunidades, y con cohesión social. Esto no es nuevo: es parte de la discusión permanente que va desde los griegos hasta Habermas. Hay versiones republicanas de la democracia que han incorporado lo mejor del liberalismo y lo mejor del socialismo democrático, y que hoy denominamos “democracias constitucionales”.
En síntesis, el recurso sistemático de la mentira (por ejemplo, en Carabineros), es una falta de respeto elemental hacia los ciudadanos, el abandono de principios elementales como la honradez y honestidad, la transparencia, la solidaridad con los más débiles. Es un hecho que no augura nada bueno para la democracia y pone en cuestión la confianza pública. El fin no justifica los medios: estos se transforman en estrategias políticas o formas de relacionarnos con los demás para nuestra propia destrucción o la de otros (darwinismo social).
El modelo de sociedad es poco amistoso: solo le importa el resultado, que desconfía del ser humano, un pesimismo antropológico que arranca con Hobbes, y que termina con el actual capitalismo financiero, que es despiadado con la gran mayoría de las personas, constituyéndose en la peor representación de la modernidad.
La democracia es la única forma de gobierno que requiere para su existencia de la confianza de sus ciudadanos (todas las demás arreglan sus problemas con la violencia física y psicológica, directamente con la fuerza, la tortura, desapariciones forzosas, etc.).
Nos encontramos en un momento crítico, en que el deterioro debe ser detenido, pero requiere de un nuevo contrato social. Cada uno ha sido responsable en su propio nivel: los partidos políticos, los medios de comunicación, los ciudadanos que deben exigir el mínimo respeto a las reglas y a los valores democráticos.
No debemos repetir experiencias traumáticas de nuestra historia reciente.
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