Por Hugo Cox.- ¿Cómo entender lo que es una «fractura social»? Este concepto se refiere a la distancia que separa un determinado grupo de población socialmente integrado de otro grupo formado por los excluidos. Las personas plenamente integradas cuentan habitualmente con un abanico amplio y diverso de recursos económicos, sociales, laborales, culturales y personales que les aportan una importante seguridad existencial. La población que sufre las consecuencias de la fractura social experimenta, por el contrario, una profunda sensación de fragilidad vital y aislamiento.
No hace falta ser un excluido, un pobre de solemnidad o un marginado; y no hay que haber perdido la casa o el trabajo para compartir esta condición. Se trata, más bien, de una conciencia cada vez más extendida de vivir en precario, de no saber por cuánto tiempo mantendremos el trabajo, por cuánto tiempo podremos seguir pagando el dividendo o el arriendo, o si se puede llegar a fin de mes, o cómo reaccionaremos -sin ahorros- en caso de que tengamos que hacer frente a una circunstancia adversa o una enfermedad grave. En consecuencia, las sociedades fracturadas esconden vidas fracturadas, pero además las sociedades fracturadas no ven los dramas personales que esconde la fractura.
Es interesante analizar el gráfico de T. Pikkety y E. Saez de 2013 donde se muestra cómo los niveles de desigualdad (en EEUU y también en el resto de los países occidentales) disminuyeron de manera muy significativa entre la mitad de la década de los 40 hasta mediados de la década de los 80 (es decir, entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el fin de la Guerra Fría, cuando se despliegan los Estados del Bienestar), para luego volver a trepar esa desigualdad de manera muy alarmante en las dos últimas décadas, coincidiendo con la emergencia de la globalización financiera y de la doctrina neoliberal.
Son tres las nuevas variables que permiten modificar la visión sobre la fractura social. La primera es que la forma actual de capitalismo globalizado está erosionando la base social, no de los tradicionales pobres y excluidos, sino -incluso y sobre todo- de la misma clase media que representa la base sobre la que se apoya la democracia liberal. La segunda constatación es que, como planteó M. Draghi en 2012, la era del trabajo seguro ha llegado a su fin.
Y, finalmente, la tercera es que surge una nueva clase social: “los precarios” en forma masiva y global, un estrato social cada vez más mayoritario vinculado a la economía postindustrial que se ve amenazado por la exclusión económica, laboral, social y cultural. Es contra esta inmensa fractura social contra la que se tendrá que luchar en los próximos años.
Por lo tanto, la fractura tiene una base material y que hoy se agrava con la lata inflación y cesantía, pero además tiene una base histórica que se arrastra por décadas en este país.
Esta fractura estalla con la revuelta social de Octubre que tiene dos momentos: uno, el 18 de octubre en son los sectores más jóvenes que salen a la calle; pero, luego, el 25 de octubre hay un segundo momento que es masivo (se habla de más de 1,5 millones de personas en la calle) y en él participan ciudadanos de todos los rangos de edad que plantean tres cosas básicas: Pensiones, Salud, Educación.
En este momento es cuando los sectores tanto más o menos precarizados (o que se sienten en dicha situación) salen a la calle, lo que significa que hay múltiples miradas propias de una sociedad que deja de ser binaria. Históricamente estos sectores son reacios a los saltos que no les den seguridad y se refugian en su propio mundo, pero además surge el sentirse víctima de otros, el justificar su actuación a partir de que el otro lo margina y no le entrega lo que él cree que le corresponde, poniendo énfasis en lo que merece o cree merecer.
Estas múltiples expresiones llevan a diagnósticos muchas veces errados y se analiza la realidad con los ojos y categorías propias del siglo XX. Se olvida que amplios sectores aspiran a no caer en la pobreza y valoran lo que han conquistado con mucho esfuerzo, porque los coloca en un estadio mejor que el de sus padres. Por ejemplo, el hecho de tener estudios superiores, lo que sus padres quizás no alcanzaron.
Es bueno preguntarse cómo es el mundo en que vivimos y qué queremos conservar y transformar. Pero se debe tener presente que la larga historia de encuentros y desencuentros de este país seguirá siendo así, y solo el conocimiento de la experiencia nos permitirá avanzar, no el formato del discurso demagógico o de epopeyas históricas ni menos los discurso panfletarios.