Por Hugo Cox.- Septiembre es un mes complejo para gran parte de los ciudadanos. Por una parte, está el golpe de Estado, que truncó sueños y esperanzas y provocó un cambio profundo en Chile, un Chile que pasó de los sueños colectivos a lo individual.
Jorge Larraín en su libro Identidad Chilena entrega una mirada sobre el Chile que surge desde la dictadura. Plantea la versión identitaria que surge de ese periodo.
Se trata de la “Versión empresarial post moderna”: En la década de los noventa se empieza a construir un nuevo discurso de identidad, acicateada por la prevalencia del discurso y visión neoliberal en economía. El impacto de dichas posiciones fue más allá y ha afectado a otros aspectos de la cultura, incluida la literatura, las ciencias sociales y la filosofía. Con elementos sacados de todos estos ámbitos se empezó a construir una nueva versión pública de identidad cuyos contornos no son siempre fáciles de definir, pero si tiene algunas líneas pensamiento bastante claras, la principal de las cuales concibe a Chile como un país de emprendedores.
Detrás de esto está el presentar a Chile y su gente diferente al resto de América Latina: un país frío y de rasgos europeos, que difiere de los tropicalismos de otros países, y que ha superado su pasado pre moderno. La otra idea detrás de este discurso es una actitud dinámica y triunfalista basada en los triunfos económicos, y finalmente es mostrar a un país que crece y se desarrolla aceleradamente.
Esta versión que se ha ido construyendo desde los 90 está en juego al día de hoy. Sus límites son muy difusos pero de proyecciones profundas. Da una impresión reduccionista cuando aparece solo la figura del empresario como elemento central y modelo a imitar, pero lo que ha logrado es articular una filosofía de apoyo como el postmodernismo, reinterpretado de manera conveniente para que apoye las modernizaciones neoliberales y la apertura al mercado mundial.
Es una visión que intenta seducir a las masas mediante el acceso al consumo y a la promesa del fin de la pobreza. Hoy con la crisis presente que se percibe en las bajas tasas de crecimiento, esta versión es cuestionada por fuerzas que se enfrentan al modelo.
Pero todavía tiene una fuerza de convencimiento esto queda de manifiesto cuando la mayoría de las discusiones tanto en la prensa como en la política es en torno en como volver al crecimiento; esto aparece de acuerdo al actual contexto nacional como internacional aparece como utópico.
En síntesis lo anterior tiene como oposición el hecho de que surjan dos rasgos de la identidad que están relacionados: un grado de fatalismo y solidaridad especialmente en las clases populares, que se explican a partir de la pobreza y la marginalidad social, a pesar del crecimiento de la economía.
Las experiencias de solidaridad y de participación comunitaria en la resolución de problemas tienen, por el contrario, un efecto positivo sobre los procesos de construcción de identidad porque devuelven en parte una confianza en que el mundo exterior no es siempre hostil y que la acción conjunta puede lograr efectos positivos, y de la desesperanza se puede pasar a la esperanza aprendida.
La falta de igualdad de oportunidades, la escasez de trabajos productivos y la precariedad de la seguridad social para un número importante de chilenos, han hecho de la solidaridad, pero también de un cierto fatalismo, rasgos importantes de la identidad del chileno.
Este fenómeno es la oposición al consumo y opulencia como sinónimo de pertenencia, y es el germen de la creación de identidades colectivas que fueron truncadas el año 73.
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