Por Hugo Cox.- Hoy asistimos a un escenario de mayor complejidad, ya que la variable externa adquiere mayor importancia, pues Chile es parte de un mundo global.
Distintos analistas desde distintas ópticas plantean que la Guerra de Rusia y Ucrania traerá consecuencias económicas, políticas y sociales para Chile. A lo anterior debemos agregar las problemáticas internas que son de alta complejidad. El nuevo gobierno debe administrar la alta volatilidad y complejidad de los escenarios que le tocará administrar.
Los sectores más reaccionarios se valen de todos los medios vinculados a los ámbitos económicos, políticos o diplomáticos. Es una estrategia híbrida orientada a crear confusión, desunión y sembrando dudas en la población, lo que implica usar el mundo empresarial y grupos cuyos discursos reflejan solo porcentajes pequeños en la sociedad, pero que cuentan con amplificación en los medios de sus discursos que les son útiles a sus fines.
El monopolio de los conflictos no solo está en el Estado, sino que también surgen otros actores que amenazan al Estado.
Se crean agendas para gestionar el conflicto, la utilización de la crisis migratoria, los ciber ataques o el uso de internet para orquestar campañas que condicionan a la opinión pública a través del fenómeno de la post verdad, con el mismo objetivo común de fracturar la democracia y los estados. Existen múltiples ejemplos de esto en la historia de Chile.
No se debe olvidar que la lucha por el poder es una actividad política.
En una sociedad democrática, la verdad debería ser lo más importante; es el único instrumento que permite que la democracia perdure.
En una sociedad como la nuestra en que las verdades parciales y el fenómeno de la post verdad campea en el actual escenario, los hechos alternativos se aprovechan del consentimiento de los ciudadanos. Ya surge el creer que la verdad es demasiado problemática (ausencia de pensamiento crítico) y, por lo tanto, se instala la norma en que cada uno tiene la potestad de elegir y de fundar su propia verdad, incluso llegar a mentir si esto es útil a los intereses que se defienden.
Y se ha llegado en esta sociedad nihilista (ver Frank Hinkelammert: “El nihilismo al desnudo”) en que la política ha alimentado el hecho de que los valores y los juicios de aquello que se da por cierto se pueden cambiar sin tener que justificar el cambio.
En democracia todo es discutible, salvo mentir a costa de la noción de verdad. Este hecho siempre produce injusticia.
En el actual contexto social y político más que nunca se necesita una educación que genere pensamiento crítico y científico para que los ciudadanos elijamos a quienes queremos que digan la verdad. De lo contrario se corre el riesgo de elegir a charlatanes e impostores.
Lo anterior sirve para contextualizar un problema de fondo: la relatividad de la verdad que no permite una conversación o diálogo y que afecta a la no credibilidad en la sociedad.
En una democracia, la discrepancia es sana e imprescindible, como también debería ser el saber mantener el equilibrio entre la defensa de posiciones propias con la flexibilidad y generosidad para llegar a acuerdos sobre todo en los grandes temas del país.
Cuando lo que se hace y se dice en política tiene que ver más con la imagen que se pretende proyectar que con la realidad, o cuando se instala un no a todo lo que no es igual a lo que yo pienso; se bloquea automáticamente la conversación y más el dialogo, y sobre todo a la construcción de una arquitectura que dé espacio a un país real y no un país imaginario a partir de visiones desancladas del siglo XXl y de la realidad histórica de este país y de su sentido.
Tal como sostiene José Rodríguez Elizondo “estamos entrampados en un subdesarrollo exitoso”. En síntesis, como expresa ese autor, “se configuró una convención constitucional con más carácter identitario que vocación política”.
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