Arturo Ruiz critica no sólo a la izquierda woke, sino a la autora que acuñó el concepto, Susan Neiman.
Por Arturo Ruiz.- He concluido la lectura del libro La izquierda no es woke de Susan Neiman. Luego de ello, debí refugiarme en mis meditaciones y plegarias para recuperarme. Sucede que el libro hizo los días menos luminosos, la sonrisa más difícil y una profunda pena se unió a una ira que desconocía.
Sólo los autores de Mein Kampf y Los protocolos de los sabios de Sion pudieron ser más infames. Ellos, sin embargo, al menos tuvieron la sinceridad del descaro. El libro me recordó tiempos juveniles cuando rechacé el cristianismo. Me era insoportable la actitud de superioridad moral de los cristianos, su condescendencia y aquel implícito “soy mejor persona que tú” que no decían, pero que pensaban tan fuerte que podía oírse. Producto de los escándalos de la Iglesia Católica Romana y de otras confesiones, los cristianos han abandonado esa actitud y relacionarse con ellos es hoy agradable. Sin embargo, ese mismo fariseísmo lo recoge Susan Neiman.
Había leído reseñas del libro; había escuchado comentarios. Los viejos centroizquierdistas que querían distanciarse de lo woke lo alababan con esperanza. Yo ya tenía una opinión al respecto: la izquierda es sólo woke y el libro lo ha confirmado.
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El último grito digno de aquella izquierda que defendía a la clase trabajadora fue Occupy Wall Street, cuando hombres y mujeres, blancos y negros, rubios, indios y clérigos se tomaron las calles de Nueva York y de Washington DC en protesta porque el gobierno de Obama había salvado a los bancos que perdieron dinero con la crisis Subprime, dejando a quienes habían perdido sus casas por no haber podido pagar sus hipotecas a su terrible suerte.
Luego de ello, la izquierda, financiada por los mismos grandes capitales ligados a los mismos bancos, dejó de defender a la clase trabajadora y se puso a defender minorías y dividir a hombres y mujeres. Muchos, si no la mayoría de quienes apoyamos Occupy, apoyamos luego a Donald Trump en 2020 y/o en 2024. Nombres más célebres que el mío, como Tim Pool y Joe Rogan, dan fe de esto, además de haber destruido la máquina propagandista que eran los medios de la corriente principal en todo el mundo.
Yo no voté por él porque no soy ciudadano norteamericano, pero seguí la elección de cerca, trasmitiendo en un canal de YouTube y, cuando por fin se supo que había ganado Pensilvania, me fui a dormir más que con ánimo de celebración, con alivio.
Según esta autora, la izquierda es la única heredera de la ilustración. Olvidando que fue precisamente en la Revolución Francesa cuando se acuñaron los conceptos izquierda y derecha, debido al lugar que ocuparon las facciones en la cancha del juego de pelota. Tanto los derechistas como los izquierdistas de entonces eran ilustrados, solo que los jacobinos, los de la izquierda, eran bastante más extremistas.
Para ella, sin embargo, los derechistas no somos más que tribalistas, es decir personas que todavía creemos en ideas como la patria o la soberanía nacional. Ser patriota equivale a ser racista, porque un izquierdista según ella, es un universalista que entiende al ser humano como algo abstracto, por lo que todos somos iguales. Lo woke vendría siendo una contradicción con ese universalismo que ella dice profesar pero que, sin embargo, no profesa, ya que para ella Trump no es más que un criminal y quienes lo apoyamos, no sólo en los Estados Unidos, somos un montón de iletrados tribales.
“El racismo de Donald Trump hacia negros y latinos había quedado públicamente expuesto durante su mandato y, sin embargo, Trump recibió más votos de esos grupos que cuatro años antes”, afirma la autora, siendo que, en rigor, Trump jamás ha hecho ese tipo de comentarios, y ella misma no cita ninguno.
También califica las manifestaciones del 6 de enero de 2021 como un intento de golpe de Estado, lo que quedó desmentido por los videos de seguridad del mismo Congreso que fueron entregados por Kevin McCarthy a Tucker Carlson y las investigaciones de periodistas independientes como Matt Taibbi y Michael Shellemberger, que revelan que fue una manifestación mayormente pacífica, a pesar de los intentos de agentes e informantes del FBI infiltrados en ella. El Congreso norteamericano tampoco pudo culpar de lo mismo a Donald Trump, sin embargo, en el tribunal de la profesora Neiman, él es culpable.
Su universalismo termina en quienes no piensan como ella, quien escribe desde la comodidad de una cátedra y como autora de un bestseller internacional. Sí, yo también tengo un bestseller y espero tener otro, pero los míos son sólo chilenos, lo que no alcanza para vivir de escribir.
La izquierda, además, es la única dueña de los derechos humanos ya que “ser de izquierdas significa insistir en que las aspiraciones que describe [la Declaración Universal de los Derechos Humanos] no son utópicas”. Es decir, según ella, una persona de derecha cree que los derechos humanos son una utopía, ya que las derechas creen que los inmigrantes ilegales no deben tener los mismos derechos que los nacionales o que los criminales tampoco deban tener más derechos que las personas honestas.
A principios de 2019 terminé un juicio por una falsa acusación de violencia de género. Aunque lo gané, la “funa” me costó un doctorado, pese a tener excelentes calificaciones en mi pregrado y mis dos maestrías, lo que me obligó a reinventarme en un proceso que aún no termina. El detalle de esto está en mi libro Hombres fachos, actualmente en preventa en librería Antártica. Supongo que, por esto, tampoco formo parte de su concepto universal de humanidad.
Para Neiman lo woke es una forma de tribalismo, una forma de fascismo que se coló a la izquierda desde los escritos de Carl Schmitt, un teórico político nazi al que los izquierdistas siguen consultando como si nada. Schmitt entendía la política como una relación de amigo/enemigo, que es justamente lo que hace la izquierda woke y, en esto tiene razón, culpa también de ello a Michel Foucault, cuya idea del poder lo acerca mucho al alemán, lo que también es cierto. El problema es que ella no deja de ser tribalista solo porque su tribu, la izquierda, sea más grande.
El problema es que la izquierda contemporánea sí es woke y ha dejado de ser heredera de la ilustración y, entendamos esto, casi toda la política del siglo pasado, tanto de izquierda como de derecha es heredera de la ilustración: Adam Smith no es más ni menos ilustrado que el mismo Marx. La ilustración consiste en una serie amplia de distintos pensamientos y sistemas filosóficos con dos y solo dos cosas en común: la idea de progreso y la fe en la razón. Sólo los fascismos están fuera de esto. La izquierda era el sector al que la clase trabajadora acudía para establecer demandas y solucionar sus problemas. Hoy no hace más que solucionar aquellos de minorías elitistas y problemas ficticios como establecer nuevos pronombres. Si Marx quería unir a los trabajadores del mundo, en aquel entonces llamados proletarios, la actual izquierda quiere dividirlos por raza, sexo, religión o lo que sea.
La única izquierda que existe es la woke, la misma que aplaudió a la Primera Línea en el Congreso Nacional en Chile, ya fuera por convicción o cobardía. De aquella centroizquierda que era la Concertación en nuestro país o el Partido Demócrata de Franklin D. Roosevelt no queda demasiado, menos aún de los comunistas ortodoxos, pero esto último es algo bueno.
El libro no podía predecir el triunfo de Trump, aunque lo temía. Lo que ha de parecerle imposible a la profesora Neiman, fue lo arrasador del triunfo, ganando votos colegiados y populares y obteniendo mayoría en el senado y la cámara. Allí está hoy la clase trabajadora que abandonaron. Está tratando de recuperar la familia, la patria y la verdadera dignidad que es la que da el trabajo honesto. No podré “desleer” el libro. No podré olvidar la censura dogmática y farisea que hace sobre todos quienes piensen distinto, digna de aquella Unión Soviética que ella ha de creer, aunque tuvo el pudor de no decirlo, que también defendía los derechos humanos.
Sí agradezco una cosa: el libro deja al desnudo la supuesta superioridad moral narcisista de la izquierda woke que, aunque no le guste, también la incluye a ella.