Por Alvaro Medina Jara.- Las movilizaciones y protestas de la última semana, coronadas con la concentración popular más masiva de las últimas décadas, sin duda han cambiado la fisonomía del pueblo chileno y de forma de expresarse. Pero también ponen en duda la legitimidad y la estructura del sistema democrático que nos rige.
¿Cuánto puede “gobernar” la calle? ¿Es más legítimo un gobierno que se rige por lo que se decidió en las urnas? ¿O uno que decide en función de lo que se expresa en las movilizaciones populares? ¿Cuál es el valor decisional de “la calle”? Quienes eligieron a Sebastián Piñera (con una de las mayores votaciones populares desde que volvió la democracia) podrían preguntarse si es válido ceder ante la presión de las manifestaciones populares o alejarse de su propio programa de gobierno como una reacción a lo que se exprese en “las grandes alamedas”.
Probablemente estas preguntas estén flotando en el diálogo interno del segundo piso de La Moneda y en la mente de quienes están diseñando este nuevo momento. La duda es todavía más relevante cuanto que ya en administraciones anteriores se ha criticado el “cambio de rumbo” en función de las aspiraciones populares expresadas a través de la protesta o de lo expresado en las redes sociales (como ocurrió con el caso Punta de Choros, cuando se detuvo la instalación de una central a carbón con un llamado del Presidente a los socios de la empresa de energía).
¿Por qué ahora sí sería legítimo “ceder” a la expresión pública?
Fundamentalmente, porque ésta no ha sido una expresión popular cualquiera. Que las personas se conviertan en masa para expresarse como un solo cuerpo, reuniendo a millones de personas durante más de una semana en las calles no se puede decir que sea algo común. Se trata de la cristalización de sentimientos (sobre todo sentimientos) larvados durante años en el espíritu colectivo. Me atrevo a usar esta palabra, espíritu, pues en este caso no se trata de un razonamiento individual, ni de emociones personales, sino de un discurso presente en el inconsciente colectivo, en el que se reunió una sola sensación: que la sociedad que vivimos no es la correcta, que se debe cambiar.
No se trata de una lista racional y articulada de un proyecto nacional. Se trata de una sensación, de un sentimiento de cambio profundo que fue capaz de recoger todos los resentimientos históricos sobre los abusos que cada uno siente haber sufrido: pensiones, autopistas, cobros de servicios básicos, transporte, modelo económico, desigualdad, capacidad de llegar a fin de mes, carencias, emprendimiento, la Constitución…
Saber reconocer eso es importante. No se trata de un público que pasó de ser intempestivamente neutro o consciente a activo y con gran conciencia de su capacidad de cambio. Se trata de la unidad de todos los públicos y su salto repentino a la cognición de su poder para modificar la realidad.
Los gobernantes que se dan cuenta de eso, por encima de su propio miedo a perder el control, pueden y deben modificar su curso de acción y “gobernar con la calle”.
El problema, sin embargo, es determinar a qué -de entre todos los contenidos percibidos en medio de la masa- le debe hacer caso un gobierno. ¿Cuál de las manifestaciones del espíritu de descontento es la que se debe seguir? Es evidente que la respuesta a esta pregunta no se va a encontrar en el diálogo interno en los círculos de gobierno, ni en la clase política que no pudo prever el estallido social de la última semana, o leer el sentimiento masivo y transversal en torno a la necesidad de cambio. Se debe estudiar a las personas, “bajar” desde los pedestales, salir de las oficinas, y generar espacios de vinculación cualitativos, discursivos y permanentes.
En definitiva, una nueva forma de generar políticas públicas, desde “la calle”, articulándola, extrayendo de ella el contenido, el discurso y el sentimiento que desde las oficinas públicas no se sentía ni se oía.
Alvaro Medina Jara es Periodista, Licenciado en Comunicación, Magíster en Administración y Dirección de Empresas, académico en las áreas de Comunicación Estratégica y Gestión de Crisis.
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