Por Federico Gana J.- Pienso en algo que he venido sintiendo de manera aumentativa en los últimos años y que, advierto tristemente, sigue creciendo sin control. Como las malezas de los jardines y campos que con sus fuerzas no bien encaminadas por las manos trabajadoras de quienes se dedican a cuidar la naturaleza avasallan prados y flores. A destajo.
Llevo esta metáfora a nosotros, los seres humanos, para comentar especificadamente lo sucedido en Zapallar la noche de Año Nuevo. Recordemos (¡No olvidemos!), que un numeroso conjunto de jóvenes, que se supone de buena educación familiar y estudiantes de colegios y universidades de prestigio, pasaron por alto lo que quizás se les ha enseñado en la vida. Sencillamente, se adueñaron del pequeño mundo que conocen y en tiempos de pandemia celebraron Año Nuevo de una manera sencillamente calamitosa.
¡Son muy avasalladora maleza!
Quizás sus padres (o algunos de ellos) sabrán ponerse el sayo. Les han enseñado, con el correr de los años, a no respetar los reglamentos, ni a las autoridades y ni siquiera a sus cercanos queridos. Puede que alguno de estos jóvenes, reitero, sean estudiantes universitarios, pero en sus casas de estudios no se enseña ética últimamente. Puede que en algunas de sus familias se les haya educado desde pequeños con ciertos ejemplos nada recomendables. Aquello de que nada nunca les podrá ocurrir y pueden seguir ejerciendo este tipo de poder que se resume en cuatro palabras: Hacer lo que quieran.
Puede ser que entre los jóvenes de la fiesta clandestina de Zapallar (eso es, clandestina, con todo lo que ello significa), estén, por ejemplo, los parientes de aquel dueño de casa a orillas de un lago y que pretendió expulsar de la playa que no le pertenece a personas que quisieron sentarse frente a su propiedad. Puede que entre los jóvenes de la fiesta clandestina estén (o sean ellos mismos) aquellos que se apoderan de los vías concesionadas por las noches y practican carreras de autos. Carreras también clandestinas, dicho sea de paso. Puede que algunos de estos jóvenes sean los que marcharon (resguardados por Carabineros), por las avenidas del barrio alto capitalino, apoyado la campaña del Rechazo en el reciente plebiscito. Puede que alguno de ellos hayan cometido recientemente o en el pasado algún atropello mortal en una ruta rural y pretendido esconderse para que sus progenitores intentaran salvarlo de la ley y sus lógicas, transversales consecuencias. Esos jóvenes, en general, son los gérmenes provenientes de una manera de ser de ciertos ciudadanos chilenos que viven sintiéndose dueños del mundo, sin serlo.
Lo anterior es un mal creciente en el país aunque también, nobleza obliga, crece la solidaridad. Son caminos diferentes en el mismo territorio.
¡Qué humillante y lo ocurrido hace pocos días en una discotheque cercana a la salida de Santiago hacia Valparaíso, donde se había organizado otra fiesta! Clandestina, por supuesto. Con sinceridad, me dio un “no se qué”, pero relacionado con la vergüenza que se siente dentro de la propia alma cuando se ve a los asistentes escondiéndose y huyendo a pie por la carretera, en vez de que se muestren sus rostros. Puede que esos ejemplos transcritos un par de párrafos más arriba (circunstancias posibles, pero no comprobadas) sean tomados por algunos lectores como muy insidiosos, negativos, con algo de “sangre en el ojo” o muy parciales en cuanto a consideraciones sociológicas.
Pero son sentimientos que están en el aire que todos respiramos, al unísono. Qué duda cabe de que los chilenos, y me incluyo, estamos enojados. El ambiente esta así, hace años.
Y de eso se trata lo que pienso.
Volviendo a Zapallar y su fiesta clandestina, lo primero que se puede advertir es que todos los lectores de diarios y televidentes hemos visto imágenes de esa fiesta, pero con los rostros de los participantes borrados. Expresándolo con todas sus letras, si la fiesta clandestina hubiese acontecido en sectores económica y socialmente desvalidos en un balneario sin tendencias exclusivistas y más populares del país, esos rostros no estarían borrados. Tan simple como eso, que se han visto tantas veces. Y nada indica que dejara de ocurrir.
Sin embargo, escribo encantado y satisfecho, tras leer las declaraciones de la diputada Ximena Ossandón, luego de que dos de sus hijos, (asistentes a la fiesta zapallarina clandestina), resultaran contagiados: ella hizo saber públicamente su propia vergüenza. Y se lo agradezco muy sinceramente, en estas líneas. Punto a favor para la parlamentaria.
¿Cuántos otros se contagiaron y quizás estén pasando, sin saberlo, frente a nuestras narices y las de sus propias familias?
El tema principal (y cómo es posible que todavía haya quienes no recapacitan) es que en Chile y en todo el mundo le estamos dando una batalla a una pandemia y queremos sobrevivir. Sin embargo, para hacerlo se necesita la colaboración de todos. Usted y yo, también. Somos un solo equipo en esta cancha donde nos jugamos la salud. El propio ministro del ramo, doctor Paris, se indignó con la noticia de Zapallar y anunció querellas trámites judiciales que no detendrán al virus que nos agobia, porque no es la burocracia la que vencerá al COVID: solamente lo hará la conciencia colectiva, la fuerza realmente ciudadana, la unión de todos organizada. La cordura nacional, tan venida a menos en algunos sectores, últimamente.
Mucha maleza creciendo. Faltan buenas manos jardineras que le devuelvan el amor a la tierra y a los que crecemos en ella.
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