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La muerte pone y levanta la mesa

Por Enrique Saldaña.- De pronto, estamos como si el tiempo se hubiese detenido alguna vez. Y nada. Solo es esa sensación de eternidad que de pronto acaba con la presencia de la muerte. Recuerdo a Floridor Pérez por los días de 1992. Lo recuerdo en un atardecer de invierno, en el Instituto Nacional, en una conversación con un grupo de jóvenes que pertenecíamos a la ALCIN. Palabras, historias, poemas.

Floridor Pérez
Obra completa- mente incompleta
Valparaíso, Editorial de la Universidad de Valparaíso, 2015
179 pp.

Luego lo volví a ver en la Biblioteca Nacional. Llevaba yo su primer libro que había encontrado en una librería de libros viejos que tenía Luis Rivano allá por la calle San Diego: «Para saber y cantar». Conversamos largo. En ese tiempo, organizaba en el Pedagógico encuentros de poesía que se repetían cada dos o tres semanas. Su presencia, llenó el auditorio de estudiantes. Nuevamente su poesía y su palabra cortaron el instante, el momento que se escurre:

En vano miramos el cielo que envejece.
Nadie nos contará la historia del cuento de la infancia
si no son estos pájaros del huerto
que dicen «alero familiar», «el nido»,
en un lenguaje que no estamos seguros de entender
pero cuya música fue canción de cuna.
(Vengan a cantar)

No lo volví a ver. Pero el diálogo, desde entonces, ha sido con su poesía, con la sencillez de una palabra que no necesita del artilugio para levantarse poderosa. Clara, breve.

Desde el inicio, su trabajo poético ha quedado marcado por la presencia de un paisaje que se niega a su retirada. Que intenta mantener, más allá de la evidencia que lo malogra, su anclaje con lo que es siempre necesario. Pero no es solo atadura al paisaje. Es también un verbo que habla desde el lar, que evidencia su carencia, que muestra al lector sus dolores y penurias, sus grandezas y dignidades: «Mi lar no es un paraíso, sino una estación del mundo que es necesario mejorar». La pertenencia que reclama Floridor Pérez, no es a partir del recuerdo y la nostalgia que amarra. Es el aquí y el ahora de la realidad que lo ata, como profesor primario, por ejemplo, en una escuela en Mortandad. O como prisionero político durante los tiempos más oscuros de nuestra historia:

Recorren mis libros como un campo minado.
Saben que un poema puede ser explosivo
pero ignoran que el detonante es el lector.
Bayonetean tu jardín, cavan el huerto
pero solo hallan raíces, semillas
que florecerán cuando se vayan.
(Allá no miento)

Releo en estas horas Obra completa- mente incompleta (2015), que reúne lo más significativo de su trabajo poético. Trabajos constantes y de largo tiempo, trabajo pulcro y preciso, de sensibilidad fresca y juicio agudo, tal cual lo advirtiera Leonidas Morales en 1972. Lleno de una viveza siempre prístina, de un lenguaje que no se enreda, que dice sus claridades para quien tenga que escucharlas: «La tierra ensucia las manos / pero limpia al hombre». Poesía que se detiene en los amores y en los dolores, que hurga, desde el humor y la ironía, en la evidencia de lo que se intenta ocultar y esquilmar:

Me da miedo acostarme con la flaca
cuando aúllan los perros, cruje la casa
me zumban los oídos.

Si es la muerte que pasa:
-¡Pasa!
(¿Qué pasa?)

Floridor Pérez (1937 – 2019), quizás el más silencioso de los poetas de la Generación del 60`, deja en este texto palabras que permanecerán en la memoria poética chilena. Y deja para las generaciones que se vienen, la evidencia de un trabajo siempre consecuente.