Por José María Vallejo.- Después de las históricas protestas que se produjeron a lo largo de Chile en la última semana, bien podríamos decir que el país cambió. No es el mismo en su ethos. No es solo una cuestión de carácter.
El chileno que no decía lo que sentía o pensaba, ya no existe. El chileno que se conformaba con el estado de situación o con lo que se dijera desde la sabiduría superior, ya no existe.
No es solo el estallido social reciente. Es el descrédito de la iglesia, del Ejército, de Carabineros, las alzas continuas, las declaraciones sarcásticas, el puente Cau Cau, el caso Caval, la ley de los estacionamientos… una larga, larga lista de desaguisados que la gente soportó con aparente humildad. Desde el “no estoy ni ahí”, pasando por el “igual tengo que trabajar”, llegando hasta la generación del “qué paja”, todas esas expresiones apáticas o resignadas del chileno cabeza gacha ya no existen.
Todo parecía decir que el chileno era abnegado, trabajador, callado y sumiso. No faltaba el círculo social en que se manifestaba con cierta envidia que los argentinos eran más asertivos y que ante abusos mucho menores se movilizaban expresando su descontento con ardor.
Pero esa alma cambió. Y como cambió, debe cambiar también la forma en que el sistema político percibe al concepto de “pueblo” y el destino hacia el que debe conducirlo. Por ello, es válido plantear que este evento significa la apertura hacia una nueva transición democrática.
El país, después de esto, cambia de rumbo y transita hacia otro destino. Incierto aún, es verdad, pero definitivamente otro, en que ha despertado de un largo sueño post moderno, de placeres efímeros y superficiales (e incluso de necesidades básicas) pagadas a través del endeudamiento y las tarjetas de crédito.
Este despertar sin duda se manifestará en las próximas elecciones, y las repercusiones ya están dando cuenta de una reacción del sistema en su conjunto, desde el gobierno hasta los parlamentarios, todos quienes detentan poder político. Se le llama un “nuevo pacto social” y significará una transición hacia un orden político y social más representativo, más participativo y más solidario, con más oportunidades y con menos desigualdades. Esas cinco expresiones definirán el derrotero que tome el país a partir de ahora.
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