Por Hugo Cox.- El 18 de noviembre pasado apareció una entrevista al filósofo italiano Franco Berardi quien, frente a las movilizaciones sociales en Chile, reflexiona y comenta:
“Tenemos que contextualizar lo que pasa en Chile en el cuadro de la convulsión social que se está manifestando a nivel mundial, desde Hong Kong a Barcelona, a Quito, Beirut, Bagdad, Alger, Khartoum. En esta insurrección, que tiene formas y contenidos diferentes, hasta divergentes, tenemos que buscar caracteres compartidos que puedan delinear una posible unidad estratégica. Todos estos conflictos han sido generados por el absolutismo capitalista de esta época, todos nacen desde la desigualdad producida por la globalización neoliberal, eso es lo primero. Un segundo carácter común es generacional, pues se trata de una revuelta de jóvenes, de los que no llevan ni la responsabilidad del desastre del siglo XX, ni la memoria de las luchas y de los progresos que se realizaron en dicho tiempo. La revuelta chilena en este contexto parece tener un papel ejemplar: Chile es el lugar donde la relación entre liberalismo y violencia ha sido más clara, y donde parece que la memoria del pasado mantiene una continuidad, un sentido viviente. En el caos de la convulsión contemporánea, el movimiento chileno puede introducir un factor de novedad. La insurrección chilena parece a la altura de producir contenidos programáticos que pueden entrar en resonancia con las revueltas de los otros lugares”.
El diagnóstico que entrega apunta a un elemento que ya empieza a sobresalir, que es la creación de una salida en forma definitiva de la dictadura y el cierre del largo proceso de transición.
Más allá de los elementos técnicos que esto implica y que es materia de abogados constitucionalistas, independiente del mecanismo para elaborar dicho documento, va provocar una repolitización del país, va a permitir pensar el país en que se quiere vivir, va a permitir una participación de la ciudadanía y su involucramiento en el proceso, elementos básicos para que esta Constitución sea legítima en su origen. Los canales de participación son materia que se discutirá una vez elegido el mecanismo de elaboración y, hoy más que nunca, es necesaria la discusión sobre los mínimos que este documento deberá contener. Deberá expresar, por ejemplo, los deberes y derechos del Estado, como asimismo los deberes y derechos de los ciudadanos y, a partir de éstos, se construirán en el Parlamento las leyes correspondientes.
La construcción de la Constitución parte desde cero, lo que permite realmente pensar un país más inclusivo, más igualitario, más justo y que finalmente devuelva la dignidad al ser humano.
Es la oportunidad de que la ciudadanía exprese sus valores éticos y morales y que coloque al ser humano como centro de acción del Estado y así poder dejar atrás un largo período de nuestra historia. Es, por lo tanto, un gran logro del movimiento social.
La Constitución deberá recoger acuerdos ampliamente compartidos y el poder discutir sobre ella es algo que se ganó con el movimiento social, se ganó en la calle, con muertos y mutilados, torturados y heridos, un costo alto, para que libre y democráticamente el ciudadano decida el país que quiere.
Los mecanismos van a permitir participar en el proceso y, sobre todo, el plebiscito aprobatorio va a obligar al organismo aprobado para su redacción a actuar con toda la transparencia del caso.
Una vez publicada la nueva Constitución automáticamente queda derogada la constitución del 80, y en ese instante se dará paso al Chile por construir. Ese es el real desafío que como sociedad tenemos por delante.
Una vez más Chile actúa dentro de su propio ethos histórico.