Por Hugo Cox.- Es muy interesante entender la profundidad del análisis que desarrolla Zygmunt Bauman, sociólogo polaco, que entrega una visión aguda de la sociedad contemporánea. Él distingue varios conceptos que caracterizan el estado actual: modernidad líquida, globalización y fragmentación, la ética de consumismo, el miedo, la relación individuo sociedad y, finalmente, la precariedad del individuo y sus relaciones.
Modernidad líquida
Esto significa que la sociedad actual es fluida, con constante transformación, donde los trabajos, las relaciones humanas y las identidades son transitorias e inestables, generando una sensación de inseguridad y ansiedad. Lo anterior, en contrate con la modernidad anterior, más “sólida”, cuando las instituciones y las estructuras sociales eran relativamente estables, al igual que las normas y valores.
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Globalización y fragmentación
La globalización ha reconfigurado el mundo. Si bien ha facilitado la conectividad y el acceso a recursos, también ha generado nuevas desigualdades y tensiones. El mundo se ha vuelto más interdependiente pero, al mismo tiempo, las personas se sienten más fragmentadas y desarraigadas. La globalización crea una «modernidad desigual» en que algunos grupos tienen acceso a oportunidades y seguridad, mientras que otros quedan excluidos.
La ética del consumismo
Vivimos en una cultura en la que el consumo se ha convertido en una forma de autoafirmación y de búsqueda de sentido, donde la identidad está fuertemente vinculada a lo que se posee. Este enfoque, que fomenta la insatisfacción constante, contribuye a la superficialidad de las relaciones humanas, ya que las personas tienden a ser vistas como “cosas” que deben ser consumidas o desechadas según su utilidad o deseo.
Individuo y sociedad
La modernidad líquida empuja a los individuos a ser responsables de sí mismos, a gestionar sus vidas y a buscar el éxito de forma individual. Esto contrasta con las estructuras colectivas que ofrecían apoyo y seguridad en el pasado. La globalización, al mismo tiempo, ha provocado que las personas se enfrenten a tensiones entre sus deseos individuales y las realidades sociales más amplias.
La ética en la era del miedo
El miedo a lo desconocido, a los cambios y a lo que se percibe como “el otro” (el inmigrante o el diferente) genera políticas de exclusión y xenofobia. En este contexto, Bauman propuso la importancia de la solidaridad, la necesidad de volver a construir una ética de la responsabilidad colectiva para enfrentar los problemas globales como el cambio climático, las migraciones y las desigualdades.
La precariedad de las relaciones humanas
En la modernidad líquida, las relaciones tienden a ser más frágiles y superficiales. El autor describe cómo el amor, la amistad y la familia se han convertido en algo más volátil, impulsado por las expectativas de gratificación inmediata y la facilidad de conexión digital, pero también por la falta de compromiso profundo y duradero.
En síntesis, la modernidad contemporánea está marcada por la fluidez, la inseguridad y la fragmentación. En un mundo globalizado y consumista, las personas enfrentan nuevas tensiones existenciales y sociales, lo que les lleva a experimentar una creciente ansiedad y soledad. Sin embargo, Bauman también planteó que, a pesar de estos desafíos, la ética de la solidaridad y la responsabilidad colectiva sigue siendo una clave para abordar los problemas de la humanidad.
Un ejemplo claro de esto es la manera en que se combatió la crisis pandémica del COVID 19.
El pensamiento de Bauman lleva a buscar las relaciones, por ejemplo, entre la política del espectáculo -muy propia de estos tiempos, tanto en Chile como en el mundo occidental- con la comida rápida o “chatarra”.
Aunque aparentemente esas dos cosas no tienen ninguna relación, si “entramos a picar”, los dos fenómenos comparten características comunes relacionadas con la superficialidad, la rapidez, la masificación y la comercialización de elementos que deberían ser mucho más profundos o significativos. Ambos fenómenos entran en la lógica de la sociedad de consumo
Política espectáculo: este concepto es descrito por el sociólogo Guy Debord en su texto “La sociedad del espectáculo”, donde se refiere a la transformación de la política en un conjunto de imágenes y representaciones mediáticas que se consumen de manera rápida y superficial. En lugar de un debate profundo sobre las ideas y políticas, se prioriza la apariencia, el show mediático y la imagen pública de los políticos.
Comida chatarra: De manera similar, la comida rápida está diseñada para ofrecer una solución inmediata a la necesidad de alimentación, centrada en la conveniencia y la velocidad. En lugar de una experiencia gastronómica profunda o de tomar el tiempo necesario para cocinar y reflexionar, la comida rápida se engulle, se traga, a menudo sin conciencia de su calidad o valor nutricional.
Ambos fenómenos se caracterizan por ofrecer experiencias inmediatas y superficiales que priorizan la satisfacción instantánea sobre la reflexión o el compromiso a largo plazo.
Política espectáculo: La política, en el marco del espectáculo, se ha convertido en un producto más del mercado. Los políticos son vistos como marcas o productos que deben ser “vendidos” al electorado mediante estrategias de marketing, como si fueran parte de un show mediático. La atención se centra en la personalidad del político, sus gestos, su presencia en los medios y su capacidad para generar “noticias” atractivas, no necesariamente en sus propuestas o planes de acción.
Comida chatarra: Aquí también entra este aspecto, porque la comida rápida también está diseñada para ser un producto estandarizado, fácilmente replicable y masivo, para que cualquier persona pueda consumirla en cualquier lugar del mundo con una experiencia similar. La homogeneización del producto responde a la lógica de la globalización y el consumo masivo, donde el consumidor no tiene que pensar demasiado en lo que está eligiendo. En muchos casos, lo importante no es la calidad, sino la disponibilidad, la rapidez y la uniformidad del producto.
Política espectáculo: En la política espectáculo, los ciudadanos se vuelven espectadores más que participantes activos. El debate político se convierte en un juego de imágenes, donde las personas se sienten distantes de las decisiones reales, lo que genera desinterés y alienación. El individuo no tiene un papel activo en la construcción del discurso político, sino que es un consumidor de las noticias y las representaciones políticas mediáticas.
Comida chatarra: En la comida chatarra, el proceso de alimentación se despersonaliza, convirtiéndose en un acto automatizado y de consumo individualista. Las personas a menudo comen sin pensar en el origen de la comida, en su preparación o en las consecuencias de sus elecciones alimenticias. Este desapego crea una desconexión de las realidades más profundas (como la salud, la cultura alimentaria o el impacto ambiental).
Política espectáculo: Las campañas políticas y los eventos mediáticos en la política espectáculo son efímeros, centrados en el momento y olvidados rápidamente. La política se convierte en una serie de momentos estrellados, que desaparecen tan rápido como aparecen, sin que haya una continuidad real en los discursos o las políticas públicas.
Comida chatarra: La comida rápida, al igual que la política espectáculo, tiene un carácter efímero. Es consumida rápidamente y se olvida igualmente rápido. Su ciclo de vida está orientado a la gratificación instantánea, sin espacio para una reflexión más profunda sobre la comida como parte de la cultura o el bienestar.
Política espectáculo: En la política espectáculo, los políticos también se “venden” como productos, de manera similar a cómo las figuras públicas son modeladas según los estándares de belleza, juventud o accesibilidad. La imagen del político se vuelve una mercancía que se ofrece al público como parte de un espectáculo donde la estética y la visibilidad son más importantes que las ideas o políticas que representan.
Comida chatarra: De igual forma, la comida rápida está relacionada con la mercantilización del cuerpo. La búsqueda de la satisfacción inmediata y el consumo rápido a menudo se asocia con patrones alimentarios poco saludables, que afectan el bienestar físico a largo plazo. Las industrias de comida rápida se benefician del consumo masivo sin preocuparse necesariamente por las implicaciones para la salud.
Conclusión
La relación entre la política espectáculo y la comida chatarra radica en cómo ambos fenómenos responden a una lógica de consumo superficial y rápido que minimiza la reflexión profunda, la participación activa y la valoración del contenido en favor de la forma, la inmediatez y la homogeneización. Ambos son productos de la sociedad de consumo contemporánea, que prioriza la gratificación instantánea, la accesibilidad y la comercialización de experiencias o productos que, en su origen, deberían ser más significativos o sustanciales.
Bauman tenía razón.
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