Por Juan Medina T.- Tener suerte o carecer de ella, parece ser la disyuntiva en que se mueven la mayoría de los chilenos.
Todo lo atribuimos a la suerte. «Por suerte tengo un buen trabajo», decimos. «Mala suerte», si estoy cesante. «Por suerte, llegué a la hora a la cita convenida», «mala suerte que el Metro dejó de funcionar y no pude llegar a tiempo», «suerte de haber nacido en una familia rica», «mala suerte de haber nacido en una familia pobre».
Ayer me puse en la fila de un banco y, justo cuando me correspondía que me atendieran, se «cayó el sistema» y tuve que esperar un buen rato. La persona que seguía en la fila, me indicó que era “mala suerte”.
Claro, mirado el hecho tal cual sucedió podría indicarse que no tuve «suerte». Yo hice todo lo posible para realizar el trámite, pero la suerte -definida como hechos y circunstancias imprevisibles- determinó que se cayera el sistema. Pero, ¿por qué no pensar que el sistema se cayó debido a que no se han hecho las inversiones necesarias para modernizar los mecanismos y programas computacionales en vez de pensar que tuve «mala suerte»?
Esto de creer que la mayoría de nuestros actos están determinados por «la suerte» nos genera una actitud conformista, pasiva ante la vida. Encierra una mentira perversa que nos inhibe enfrentar nuestra existencia, ser conscientes que podemos conquistar un mañana mejor.
Yo no creo en la suerte, creo que el ser humano tiene las capacidades para comprometerse dignamente con lo que cree, con superación y esfuerzo.
Hoy nuestra preocupación está en la conquista de diferentes derechos teniendo presente nuestros deberes. No dejemos que la suerte decida los actos en que podemos ser protagonistas. Tenemos la libertad de decidir y no dejar que la suerte decida por nosotros.