Por Alvaro Medina Jara.- Las masivas movilizaciones en Chile que ya están a punto de cumplir un mes han significado un proceso de transferencia del poder que está generando un cambio drástico en las relaciones entre la ciudadanía y la clase política y, por añadidura, provocará una modificación en la esencia del sistema político.
En efecto, en las últimas semanas -más allá de los errores evidentes en el manejo de crisis por parte del gobierno- lo que se ha visto es a un Ejecutivo y un Legislativo acomodando a tientas su agenda en función de lo que han logrado “oler” en las calles. Es decir, se ha intentado girar el programa, el timón, el planteamiento inicial que fue votado democráticamente. Pero es más que un simple giro hacia el populismo, es una verdadera transferencia del poder.
Así, inicialmente se anuncia una agenda “social” que implica promesas de incremento en las pensiones mínimas y en el sueldo mínimo, condonación de intereses en el CAE, congelamiento de los precios en el Metro y en las tarifas eléctricas. Se “sintió” que eso podría bastar para reducir el nivel o la masividad de las manifestaciones. Pero como no fue así, se hizo un giro todavía mayor: se anuncia una nueva Constitución.
Este cambio de agenda se debe a la transferencia de poder hacia la calle, el «advenimiento de las masas al pleno poderío social» (Ortega y Gasset), lo que inevitablemente está transformando el ethos de la ciudadanía, pasando de ser un grupo atomizado (propio de una sociedad postmoderna y sumida en el narcisismo), a un cuerpo que -aunque amorfo y sin liderazgos aparentes- tiene vida propia.
Si, como en el caso de Bolivia, la masa se siente capaz de botar a un Presidente o de castigar públicamente a una alcaldesa, la transferencia es total. Significa una significativa autoconciencia por parte de la masa, de la calle, que cambia las relaciones de poder y los sentimientos involucrados en ella. De esta manera, cuando la transferencia es total, surge una nueva elite política carente de la arrogancia previa, de esa postura paternalista y autoritaria propia de la posición sostenida de dominio. La nueva clase política en contexto de transferencia tiene miedo, pues ahora sabe que la calle puede quitarle aquello que ha logrado en las urnas. La nueva clase política siente, pues, que debe complacer a la calle, a la masa.
El resultado de la transferencia de poder es un sistema político basado en el miedo a perder el poder, y una clase política que actúa en base al miedo tiende al populismo.
La transferencia, por lo tanto, debe ser institucionalizada, lo que se logra generando espacios de participación amplios a través de los cuales las demandas de una ciudadanía empoderada pueden ser canalizadas de manera efectiva y real. Los actuales espacios del sistema políticos no están legitimados por la calle, por la masa depositaria de la transferencia del poder.
La capacidad del sistema de hacer la reflexión sobre sí mismo y cambiar para convertirse en una red para la participación es lo que se va a poner a prueba en las semanas que vienen.
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