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La urgencia de una coalición progresista

Por Hugo Cox.- Han transcurrido varios días desde que se publicó la encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP). Los datos que entrega no deberían sorprender, ya que en términos generales era algo que se percibía. Baja aprobación del gobierno y fuerte rechazo, baja aprobación de los diputados y senadores, falta de credibilidad en las élites políticas, que (números más o menos)   mantienen la tendencia a la baja.

Lo que se rescata de este sondeo es el aumento en la aprobación de la democracia. Esto se ve confirmado por el último informe del PNUD y en este, además, entrega información sobre los cambios que se observan en el tejido simbólico de la sociedad, que vive un periodo de un acelerado cambio cultural. Además, entrega un dato relevante sobre el aumento la participación política al margen de los partidos, que se expresa en situaciones que tienen que ver por ejemplo, con medio ambiente, temas de género o en situaciones específicas que afectan la vida de las personas (salud, previsión, educación, etc.)

Frente a estos hechos, el gobierno responde solo con una política centrada en defender el orden público, desentendiéndose de las demandas sociales concretas que hoy son prioridad. Para la gran mayoría del país, las respuestas que ha dado son consideradas insuficientes, y poco creíble.

Lo anterior sucede básicamente porque, desde el Ejecutivo, no saben leer los cambios sociales y culturales que han ocurrido en el seno de la sociedad chilena y que en alguna medida se reflejan en lo que Marshall Berman público en su libro “Todo lo sólido se desvanece”. En él plantea: “La modernidad más que un periodo histórico o una cultura, es ante todo una experiencia particular, una aventura indisociablemente histórica y existencial en la cual los individuos se sienten capaces de cambiar el mundo que está a punto de cambiarlos. Los individuos son inseparables de la voluntad de transformar el universo… Ser moderno significa estar en medio de una multitud de experiencias, temporalidades y espacios diferentes, de promesas y peligros constantes. La modernidad es el autodesarrollo de las potencialidades  humanas; una experiencia vital, única, que permite sentirse cómodo en medio del torbellino de la existencia” (Berman 1982).

Tal como lo expresa el autor, la realidad tanto subjetiva como concreta en la cual estamos inmersos, no es entendida por las estructuras políticas, ya que la sociedad es muy diversa. Existen cientos de organizaciones que buscan expresarse y darle sentido a su expresión. Pero los sectores de derecha más duros y el gobierno no logran entender y comprender que se ha iniciado un nuevo ciclo en la política chilena, en que el plebiscito para llamar a la formulación de una nueva constitución con génesis democrática va a ser crucial para un nuevo proceso de integración de la sociedad, y no solo para las nuevas prioridades que han surgido en Chile y en las nuevas orientaciones a los cambios que se gestan en el seno de la sociedad.

Para enfrentar lo anterior, es necesario entender que el centro de gravedad es político, y por lo tanto urge una coalición progresista que deberá hacer valer su influencia primero en la elección de los nuevos constituyentes y en el poder comunal y después en un programa de reformas que aporte resultados concretos en un horizonte de no más de cuatro años.

En la coyuntura actual la oposición no puede seguir siendo intranscendente ni irrelevante y, por tanto, en el nuevo mapa de poder que se está construyendo, no puede ser incapaz de capitalizar el descontento social. Debe hacer el esfuerzo a pesar de lo resistida que es por parte de un vasto sector de la población, y sobre todo ante una crisis que no ha sido amable con Chile.

En síntesis Chile no puede seguir divido en múltiples muros, no puede su sociedad estar atravesada por múltiples procesos de desintegración, la oposición progresista debe buscar con fuerza sus puntos en común que den una respuesta común a los problemas complejos que enfrenta la sociedad.

Al paso que se va, los muros que nos separan, cada vez se hacen más infranqueables. El principal muro es el de la desigualdad y el segundo es el de la dignidad.