Por Hugo Cox.- La razón histórica es un riguroso concepto. La razón histórica no acepta nada como mero hecho, sino que pone todo hecho en el contexto del que proviene: ve cómo se hace el hecho. No cree aclarar los fenómenos humanos reduciéndolos a un repertorio de instintos y «facultades» –que serían, en efecto, hechos brutos, como el choque y la atracción–, sino que muestra lo que el hombre hace con esos instintos y facultades, e inclusive nos declara cómo han venido a ser esos hechos –los instintos y las facultades–, que no son, claro está, más que ideas –interpretaciones– que el hombre ha fabricado en una cierta coyuntura de su vivir.
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A partir de esto vemos cómo la historia se desenvuelve en dos planos: uno es lo que, por ejemplo, los medios de comunicación masiva cubren, que es la estructura política formal; pero bajo esta capa, está la historia subterránea, esa que no cubren los medios y que va conformando un magma que no es visible muchas veces, y que dan origen a dos polos que en algún momento se vinculan: en uno se agrupan significados con los componentes de orden moral y social, y en el otro, fenómenos y procesos naturales y biológicos.
En el primer polo están los componentes ideológicos, que son los que ordenan las normas y valores que guían y controlan la conducta de los hombres en cuanto a miembros de un grupo y categoría social; en el segundo polo que es sensorial y en él se reúne todo aquello que es objeto de deseo y sentimiento (V. Turner).
Porque nuestra razón se mueve a tientas, intentando buscar caminos de salida para las necesidades humanas. Y en esta búsqueda no podemos fiarnos de recetas abstractas o de consignas prefabricadas. El pensamiento solo nos ayudará a ser más libres, más justos, más emancipados, si antes reconocemos sus límites, las dificultades, las deficiencias (G. Vattimo).
Actualmente, muchos suspiran de nuevo por formas de vida individual y colectiva con principios intocables, con normas universalmente válidas, pretendidamente verdaderas.
Culturalmente las personas, al especificar cada vez más sus actividades y rutinas, se desnaturalizan de sus raíces ideológicas y familiares. Al querer un reclamo del pasado, de los buenos valores como la honestidad, el respeto y las emociones emotivas y amorosas, ya no aceptan los signos que se dan por medio de los medios de comunicación de masas y rechazamos cualquier tipo de creencias, en consecuencia buscamos nuestros significados propios y grupos de coincidencia ideológica.
Territorialmente hablando, la zona geográfica donde cada uno reside tiene mezclas sociales y culturales. Las referencias de estilo, moda y formas de pensar más fuertes provienen del norte de América y el continente Europeo, donde la capitalización y la sociedad consumista tiene mayor adquisición y posesión de bienes materiales; esto ocasiona una atención excesiva a ese estilo de vida.
La jerarquización intelectual también es un limitante pues el nivel de estudio o de sabiduría delimita los campos que abarca la vida social: políticos, económicos, religiosos, científicos, literarios y artísticos donde la pertenencia o inserción al grupo se otorga con la obtención de un reconocimiento acerca del estudio o sobre la práctica de alguna disciplina filosófica.
Pero bajo estas capas se encuentra un lugar común: ser “víctima del poder”, del “estado usurpador”, etc. Por lo tanto, la sociedad debe reparar el hecho de ser víctima.
En este marco surge el discurso salvífico que va dirigido a donde la política formal no logra llegar, que lo que he denominado en esté artículo las “capas subterráneas de la historia”, que acumula las contradicciones y desigualdades.
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