Por José María Vallejo.- El Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución pudo haber tenido muchos detractores, pero desde el punto de vista estratégico podría decirse que se trata de una victoria del gobierno. No es completa, por cierto. No estoy diciendo que haya solucionado la crisis social, pero sí se anotó varios puntos, cuestión que le adjudico al ministro del Interior, Gonzalo Blumel.
Las razones son varias. La primera es que convocó a 11 partidos políticos. Eso ya es algo loable como logro político. Pero lo es más aún, ponerlos de acuerdo, en un espectro que va desde Jacqueline Van Rysselberghe a Gabriel Boric. Punto para Blumel.
En seguida, marca una hoja de ruta. Cierto que es tardía, pero lo hace, por fin. Establece un camino a transitar que, aunque esté todavía lleno de ripios y se deba pavimentar en el transcurso de los meses, es una vía posible para caminar, más concreta que cualquiera de las promesas previas hechas durante la crisis, en medio de la tantas veces repetida frase “hemos escuchado la voz de la gente”.
La tercera victoria estratégica, que considero la más relevante, es que logró el quiebre de la oposición. Las pugnas internas en el Frente Amplio son monumentales, pues subió al carro del acuerdo a tres de las fuerzas (Revolución Democrática, el Partido Liberal y el Partido Comunes) y uno de sus líderes emblemáticos, Gabriel Boric. Este último se integró aparentemente solo, representándose a sí mismo, e incluso en su partido, Convergencia, ya se le amenazó con llevarlo al tribunal supremo. No firmaron los Humanistas, los Verdes y otros, y la batahola llegó al punto de funar un punto de prensa de la ex candidata Beatriz Sánchez (mención aparte recibe a quien se le ocurrió hacer un punto de prensa en el medio de la protesta).
En la (ex) Nueva Mayoría quedó fuera el Partido Comunista. En la derecha, la Acción Republicana de José Antonio Kast.
Es decir, en medio de una crisis, el gobierno de Sebastián Piñera (de nuevo, articulado ahora por Blumel) logró constituir un acuerdo subiendo a la mesa a las principales fuerzas parlamentarias del país, lo que puede suplir las críticas de representatividad real y falta de escucha de la calle. No es menor. En la misma jugada, circunscribe la “voluntad democrática” a un espectro con el que puede negociar, y deja naturalmente fuera a los grupos con los que es más difícil negociar.
Todo ello, en un ambiente de movimiento social que lentamente parece empezar a dejar la masividad, y con manifestaciones violentas cada vez más focalizadas, gracias a que ahora el debate empieza a centrarse sobre la configuración de agenda que viene de La Moneda, y con una hoja de ruta que parece tener un consenso amplio.