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La vida es (un mal) sueño

Por Javier Maldonado.- En una paráfrasis dramática, los actores de esta obra vana están contestes, como en el decir de la práctica legal, en que nada es lo que parece, reiteración constante de los espectadores inquietos  y de los columnistas virtuales.

Que la vida es sueño ya lo propuso Pedro Calderón de la Barca en los 1600, y lo hizo de tal modo que se anticipó casi 400 años, confirmando ajustadamente lo que ya había enseñado el viejo sabio del Eclesiastés, hace a lo menos 3 mil años: “Todo lo que es, ya fue. Todo lo que será, ya es”. Entonces lo que queda por hacer es no extrañarse. Propósito de dar y de quitar, un clásico refrán doméstico chileno dice que “al que da y luego quita, le sale una corcovita”. De modo más poético y moral, el poeta del barroco también dice:

“Si no me lo hubieras dado, no me quejara de ti; pero una vez dado, sí, por habérmelo quitado; que aunque el dar la acción es más noble y más singular, es mayor bajeza el dar, para quitarlo después”.

Y esta reflexión versada viene al caso, a propósito de las listas de humilde ingenio mostradas por el co-gobernante el día de su cuenta impúdica a unos subalternos embobados y aplaudidores, intentando justificar la naturaleza de sus sueños y el objeto de tan acotada generosidad. Por ello, exacerbando la paráfrasis dramática, queremos imitar al poeta diciendo al personaje: “Es verdad; esta ambición, por si alguna vez soñamos; y sí haremos, pues estamos en mundo tan singular, que el vivir sólo es soñar; y la experiencia nos enseña que el hombre que vive, sueña, lo que es, hasta despertar”.

Ni más, ni menos. Luego el famoso texto que aquí se cita, dice: “Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe… Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en este mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”.

El administrador de sueños dice que vive su preocupación, desde su más humilde humildad, por los que menos tienen y por los que de tanta clase media sufren porque van perdiendo sin cesar lo que otros van ganando sin parar. Entonces, afinando la capacidad creativa de quienes están obligados a ser dadivosos, el sujeto dice que a él se le han ocurrido quince ideas de asistencia, es decir, de apoyo económico, por no decir platita en mano. Es como el canto de los perritos (“Yo tenía diez perritos (bis), uno se murió en la nieve, no me quedan más que nueve”…y así). De las quince ideas geniales hay que restar al menos un par que no contienen recursos (así se le llama al dinero en los entresijos tecnológicos) fiscales: el Seguro de Cesantía, que es plata de los trabajadores, y la Ley de desprotección del trabajo, que es un mecanismo diseñado para cuidar el bolsillo de los empresarios y que, en esencia, le quita el trabajo a los trabajadores permitiéndoles el no pago de beneficios y ni siquiera del salario.

Así, se cumplen los detalles imaginativos del creador de soluciones singulares. Y ese es un tema adicional que también debe ser analizado. ¿Por qué singulares y no plurales? ¿Por qué unos reciben todo, algunos algo, otros migajas y aún más, otros nada de nada? ¿Quién diseña en letras chicas los impedimentos, las exigencias, las trabas administrativas, los laberintos burocráticos, los cálculos infinitesimales, las sumas aparentes, las restas ocultas, los promedios, las fracciones y las acotaciones para que lo que pareciera generoso no lo sea y, todo lo contrario, sea en esencia mezquino y ucrónico, es decir, fuera de tiempo? Seguro que no es el administrador cuentero (que no contable), el ya conocido ilusionista, esta vez de Palacio, que no de salón, ni de teatro, pero que sí quiere robarle siempre los huevos al águila y quedar como héroe de esta puesta en escena. Él, sin vergüenza alguna, quiere exhibirse como el héroe de la jornada, de todas las jornadas, de acuerdo a los sueños que tiene de sí mismo.

Calderón de la Barca nos ofrece una coda genial  y que viene como anillo al dedo:

“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ficción, una sombra, una ilusión y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

Lo más grave de todo es que el sueño que vivimos los demás, la vida que vivimos en sueños, sólo tiene una certeza: despertar todos los días a la más cruda realidad, que de poética no tiene nada, que de esperanzadora tampoco y que de optimista, menos que ayer. Seguro que el administrador, ajeno a esta verdad, sigue soñando con soluciones ingeniosas que no solucionan, ni solucionarán nada. He ahí el meollo del drama.

Alvaro Medina

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