Por Ángela Morales.- En los últimos días se ha reconocido desde lo legal un lugar a la violencia sexual. Me refiero a la sentencia que se ha dictado contra el director de cine Nicolás López, por los cargos de abuso sexual. Conmueve el relato de las víctimas en el reportaje de la revista Sábado, de junio de 2018, donde se expone por primera vez las conductas del señor López, pues nos hacen un llamado a cuestionar prácticas cotidianas y naturalizadas, que hoy yacen en lo más profundo de la sociedad patriarcal.
La violencia de género se caracteriza por la dominación sexual que hombres, históricamente, han tenido sobre los cuerpos sexuados y feminizados; justificando sus conductas según sea el momento sociohistórico, político, cultural o económico; dando origen a las desigualdades de los géneros y favoreciendo los actos violentos y cruentos; excusándose al alero del patriarcado.
En dicho contexto, podemos situar a las víctimas como mujeres que aún bajo la creencia de que a las profesionales independientes no les suceden estas situaciones, se encuentran con que para conseguir trabajo tienen que transar y negociar los términos contractuales, bajo la dominación sexual que él imponía.
Lo relevante de la sentencia emanada es que se llega a un punto de inflexión donde, desde la jurisprudencia, la violencia sexual logra pública relevancia y se desnaturaliza. Ahora se aborda como comportamientos que deben ser erradicados desde el punto de vista de la deconstrucción de los géneros, y que favorezca, como señala la antropóloga y activista feminista argentina Rita Segato (2003) a una sociedad post patriarcal.
En segundo lugar, podemos observar en el discurso del señor López la permanencia de las estructuras violentas como aparatos de reproducción y dominación del patriarcado. En ese sentido Segato indica que es posible distinguir dos ejes de análisis: el vertical, que supone a la víctima con el violador, y el horizontal donde se expone la relación del violador con sus pares.
En este último punto, donde el estatus de género que tienen los hombres hace que la competición y alianza con sus pares se tenga que demostrar a través de conductas de dominación hacia el género “más débil”. En la disputa de poder es que la organización simbólica de los actos cobra relevancia, en la medida que el señor López demuestra su hombría y se válida a sí mismo y los demás sometiendo a mujeres. Hecho que queda demostrado con el relato expuesto en el reportaje, en el cumpleaños donde los invitados se reían y así validaban los abusos sexuales que el Sr. López acostumbraba a realizar.
Finalmente, es preciso entonces ir más allá de este caso y cuestionarnos: ¿qué hacemos como sociedad para abordar, prevenir y erradicar la violencia de género y sexual?
Ángela Morales Ravest es jefa de la Unidad de Género y Diversidad en la Universidad Central
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