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Las minorías que generan los cambios

Por Nello Gargiullo.- A partir de la primera Revolución Industrial, durante los últimos tres siglos, efectivamente, el mundo se ha transformado. Esta época, nace en Inglaterra, en la mitad del año 1700, con el uso de la máquina a vapor, del carbón y del fierro, como materias primas, de las cuales el país era rico.  También se origina la fábrica, como un lugar de producción y especificidad en las diferentes dimensiones del trabajo.

El alcance de los servicios junto con el lucro, fueron la idea de fondo que acompañaron los procesos de cambio en la sociedad inglesa. El naciente capitalismo se apropió del mismo concepto de bien común, cuyo fruto del ejercicio de las virtudes sociales del trabajo, fueron consideradas como el motor de la Economía de Mercado, nacida en el año 1400, en el Humanismo Latino en Florencia, y que propugna en cambio la concepción del bien privado e individual, cuya sumatoria genera el bien total. El bien común y el bien total, son dos conceptos diferentes, porque la sumatoria es siempre positiva en el bien total. De aquí nace el concepto Producto Interno Bruto (PIB), el cual no considera en el total, cómo esto se compone y se distribuye. La mirada del bien común debe medir si, efectivamente, todos están incluidos.

La segunda Revolución Industrial, originada al final del año 1800, trajo consigo el uso de diferentes fuentes de energía, tales como la electricidad, el motor diésel, el acero (combinación de fierro y del carbono) y el petróleo, que abren el comercio internacional, a través de grandes barcos que cruzaban los océanos, en menos de dos semanas. Así también, a finales de este siglo, surge la aspirina, la cual permitió reducir la muerte por los resfríos que se transformaban en neumonías.

Durante la segunda mitad del siglo pasado, ocurre el nacimiento de la tercera Revolución Industrial, caracterizada por el uso central de la red, el internet y robots. En este punto, la economía real, cede espacio prevalente a las finanzas. Los conocimientos científicos y los descubrimientos tecnológicos, sumaron un nuevo patrimonio que dan vida a “La Economía del Conocimiento”; época donde las universidades crean MBA y doctorados, para formar capital humano, capaz de gobernar dichos cambios.

La cuarta Revolución Industrial, que conocemos hoy en día, comienza con este siglo, sin inventar nada nuevo, pero caracterizándose, en que las diferentes tecnologías ya no actúan solas, sino que son convergentes. La economía dicta la línea, y la democracia junto con los mercados están desalineados y la paradoja de las desigualdades aumenta, planteando a los países y gobiernos cómo reinventar su política, y a los organismos internacionales, como responder a su propia razón de ser.

El neoliberalismo transforma en una mercadería también al don y la gratuidad, cuando el equilibrio entre el mercado, el Estado y la sociedad civil no se relaciona en términos de desarrollo integral. En estas tres lógicas el Papa Benedicto, en La Caritas in Veritate, señala el camino del bien común.

El crecimiento de las economías y el progreso civil, han permitido el acceso a variados bienes. Es entonces, cuando el consumismo se ha dilatado sin límites, cuando se acentúa la paradoja de grandes niveles de desigualdades. La riqueza y el PIB han crecido, y con ello, los desequilibrios territoriales. ‘’La liberté y la igualité’’ (sic) han llevado a construir sociedades en que ha habido grados de integración y vínculos sociales débiles, aun cuando estos principios son normas constitucionales. La solidaridad y la subsidiaridad, como tales, ya no son suficientes por si solos y, más aún, cuando desde su aplicación se esperan resultados inmediatos.

En Chile, a través de su Asamblea Constituyente, el domingo 4 de julio estas ideas comenzaron aflorar con miradas diferentes y distantes, como la tierra y la luna. Esta instancia, es un buen campo de entrenamiento para dar vida a un corpus de ideas y principios para nuevos equilibrios de convivencia social y asegurar el desarrollo del país. Todo esto, en nueve meses de gestación, para que la nueva criatura llegue a luz, junto a la cosecha de la uva, donde se espera que el vino sea mejor que el año anterior.

Vale la pena preguntarse ¿En este panorama, tiene sentido el principio de la fraternidad? La fraternidad como aquel que tiene la misión de unir a las personas, hoy desafía a la concepción del filósofo y economista, Adam Schmidt, padre del liberalismo, quién sostenía que del interés y del incentivo personal se generaba crecimiento y con eso, el bien común.  La mano siempre actúa sometida al mando de la razón humana y de los intereses, motivaciones y estilos de vida.  Hoy, con una mirada positiva, observamos que comienza a consensuarse que un estilo de vida individualista, es cómplice en la generación de pobreza.

Conforme a esto, el Papa Francisco, en la jornada mundial de los pobres, en su discurso realizado el 12 de junio 2021, da a entender que la pobreza no es fruto del destino, sino que es una consecuencia del egoísmo, por lo tanto, es decisivo dar vida a procesos de desarrollo, en los que se valoren las capacidades de todos, para que la complementariedad de las competencias y la diversidad de las funciones, den lugar a un recurso común de participación.

Los rostros de las nuevas pobrezas hoy sobresalen sobre lo estrictamente material:  la cura del ambiente, el peligro por la salud, la destrucción y el sufrimiento, provocado por los conflictos, son los gritos comunes de esta larga noche de la cultura de la humanidad. Estas nuevas pobrezas son las que en definitiva pesan sobre el futuro mismo   del planeta, como cuando se llega a una bahía, donde se comienza advertir fin del peligro; con embarcaciones pequeñas, que son como los grupos que, finalmente, provocan los cambios, tal cual como lo señalaba Benedicto XVI, “las minorías proféticas”.

En esta noche de escaza visibilidad, donde nos cuesta ver cómo y dónde operan estos grupos minoritarios, en nuestra ayuda, llegan las palabras del conocido poeta Tagore: “Cuando el sol tramonta, no lloras porque las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”.

Nello Gargiullo es Secretario Ejecutivo de la Fundación Cardenal Raúl Silva Henríquez