Categorías: Opinión

Las nuevas formas de desigualdad

Por Andrés Ortega (The Globalist.com).– La desigualdad ha crecido dramáticamente dentro de las sociedades durante los últimos 40 años. Algunos académicos (como Thomas Piketty) consideran que los niveles de herencia muy divergentes son un factor esencial. Otros apuntan a las oportunidades educativas que vienen con el nacimiento en una familia más rica.

Dejando de lado estas explicaciones tradicionales, están tomando forma nuevas causas de desigualdad que son motivo de preocupación. Pueden conducir a niveles mucho más profundos de división, incluso a formas físicas de separación en las sociedades.

Ingrese a la terapia génica

Una de esas líneas de tendencia es el esfuerzo por extender la longevidad para aquellos que pueden permitírselo. Luego, la terapia génica puede hacer que las diferencias en la capacidad intelectual y física sean aún más pronunciadas, al menos hasta que se reduzca el costo de dichas terapias.

Si bien la realización de estas dos tendencias no es inminente, tendrá efectos definitivos en el mundo del mañana. Sería pues recomendable empezar a legislar a nivel nacional e internacional para evitar este nuevo crecimiento de la desigualdad. Después de todo, si no se controla, en última instancia podría conducir a diferentes formas de seres humanos.

Más allá de la brecha de longevidad

La creciente divergencia con respecto a la longevidad ya se está manifestando en los vecindarios de la mayoría de las principales ciudades del mundo en la actualidad.

Debido a las dietas muy diferentes, el impacto de las drogas, los niveles educativos y otros factores, esto afecta a más de la mitad de la población mundial.

Pero puede que estemos ante pasos que nunca antes se habían dado en la humanidad. Imaginemos que puede pagar la edición de genes o medicamentos que prolongarán su vida. Bien podrían extender la vida de las personas a 120 años (generalmente se calcula que la vida humana tiene un máximo de 115 años, más o menos 10 años).

Mientras tanto, otras personas con menos recursos, pero viviendo en la misma ciudad en la que vives tendrían que conformarse con llegar, y no necesariamente bien, a los 60 o 70 años. ¿Es una sociedad así sostenible?

No es ciencia ficción

Esto no es mera especulación. Según Peter Ward, autor de “El precio de la inmortalidad” (2022) hay un total de 3.475 empresas dedicadas a promover la longevidad.

Eso no incluye firmas dedicadas a diversas formas de buscar algún tipo de inmortalidad, incluida la digital, que es un deseo creciente en Silicon Valley.

Las empresas enfocadas en la longevidad han atraído un total de 93 mil millones de dólares de inversión en los Estados Unidos en los últimos años. Esto se compara con 113 empresas que recibieron 17 mil millones de dólares en China, el país con la segunda mayor inversión en este campo.

Según el Financial Times, es un negocio en auge, lleno de nuevas empresas y gigantes tecnológicos, incluidos Jeff Bezos, el fundador de Amazon, el empresario israelí Yuri Milner y los cofundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin que se dedican al tema sin buscar beneficios a corto plazo.

¿Ilusiones o realidad?

¿Es esto solo una quimera? No según la revista Wired, que sostiene que a finales de 2023 algunas de las ideas que se barajan para estos fines habrán demostrado su eficacia en humanos.

Entre las vías seguidas se encuentran los senolíticos, una clase de tratamientos que se enfocan en las células envejecidas (o senescentes) que se acumulan en nuestros cuerpos a medida que envejecemos. Estas células parecen impulsar el proceso de envejecimiento desde el cáncer hasta la neurodegeneración. El objetivo es eliminarlos, o al menos retardar o revertir su efecto.

Además, los avances en genética pueden conducir no solo a mejoras en los individuos y, en algunos casos, en su descendencia, sino también a la detección temprana y predicción del futuro de enfermedades graves en una persona.

Este es un proceso que avanza rápidamente a medida que los precios para secuenciar el genoma de todos están bajando rápidamente.

Esto podría tener un impacto, por ejemplo, en la disponibilidad de cobertura de seguros de salud privados, si las compañías de seguros se niegan a cubrir futuras enfermedades anunciadas en el estudio del genoma de cada asegurado.

El panorama moral cambiante

También está el diagnóstico genético preimplantacional, que tiene como objetivo evitar que los fetos se vean afectados por enfermedades o defectos congénitos, un avance que ahora generalmente se considera moralmente aceptable. La capacidad para esta edición avanza rápidamente con técnicas como CRISPR y otras que van apareciendo, sean heredables o no (edición somática).

De hecho, el caso del biólogo chino He Jiankui (recientemente liberado de tres años de prisión por lo que hizo) quien, haciendo caso omiso de las reglas morales imperantes, editó los genes de dos niñas para hacerlas inmunes al virus del SIDA, del cual sus los padres son portadores, ha abierto una puerta que será difícil volver a cerrar.

Como se pregunta el biólogo Siddhartha Mukherjee en su libro “El gen: una historia personal” (2016) “¿Qué pasaría si aprendiéramos a cambiar nuestro código genético a propósito? Si tuviéramos las tecnologías necesarias, ¿quién las controlaría y quién velaría por su seguridad? ¿Quiénes serían los amos y quiénes serían las víctimas de esta tecnología?

O considere un ejemplo de «El código de la vida: Jennifer Doudna, la edición de genes y el futuro de la especie humana» de Walter Isaacson (2022) «Un gen (SLC24A5) tiene una gran influencia en la determinación del color de la piel. ¿Qué pasaría si los padres negros consideraran su color de piel como una desventaja social y, en consecuencia, quisieran editar ese gen para que sus hijo sean de piel clara?”.

Las implicaciones morales y éticas de muchas de estas nuevas tendencias o meras posibilidades son obviamente asombrosas y requieren un análisis muy cuidadoso.

Conclusión

Si bien algunos se enfocan estrechamente en el mundo digital y la Inteligencia Artificial, debemos entender que la gran revolución en la que estamos entrando, y que transformará lo que entendemos como ser humano, también será biológica.

No es de extrañar que la explosión de libros de reflexión y divulgación sobre el tema sea colosal. La lección a extraer ahora es obvia: debemos evitar que estas nuevas capacidades del ser humano para jugar a ser Dios generen niveles de desigualdad aún mayores. Deben gestionarse y controlarse antes de que sea demasiado tarde.

 

Nota del editor: esta función fue adaptada de una versión en español que apareció originalmente en Agenda Pública.

Andrés Ortega es escritor analista y periodista. El artículo fue publicado originalmente en inglés por TheGlobalist.com y se puede consultar aquí.

Alvaro Medina

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