Por Javier Maldonado.- Arno Eép, investigador privado prácticamente desconocido, experto en deambular por los oscuros vericuetos laberínticos de las historias institucionales de la historia oficial, escribió un libro de circulación confidencial que podría ser considerado, llegado el caso, como un manual de contrahistoria de la nación, obra en la que expone las yayitas y rasmilladuras de rodillas y codos de una nación que avanza lentamente, arrastrándose, tal como los soldados de infantería lo hacen, de punta y codo, en la jerga castrense. Para ello, para llegar a tan triste revelación, el investigador decidió romper todos los huevos necesarios para hacer una tortilla que pocos querrán comer, pero que es plato estrella en el menú, digamos, republicano.
La Primera República, llamada República Conservadora, se estiró desde 1833 hasta 1925, noventa y dos años, casi un siglo, tiempos en los que hubo de todo menos progreso. Sí, se respetaron las tradiciones, pero sólo hasta por ahí nomás. Fue reglada por la Constitución de 1833, misma que nació como resultado de la guerra civil de 1829-1830, que culminó con la batalla de Lircay, y que fue financiada por el bolsillo comercial del empresario Diego Portales, el mismo que, encaramado por el chorro, se hizo todopoderoso y traicionó, de capitán a paje, a todos sus amigos. A sus enemigos los mandó a matar sin asco. Pero, dado que la naturaleza es neutral, cuando le llegó su hora, los mismos que lo habían halagado y aplaudido ordenaron su asesinato. La Constitución del Treinta y tres, como se la menciona coloquialmente, toleró levantamientos militares, gobiernos de mano dura, gobernantes decenales, conspiraciones institucionales, un magnicidio, tres guerras civiles, matanzas despiadadas, negociados infames, enriquecimientos ilícitos, dos guerras internacionales contra países limítrofes, botines sin fin y un descalabro moral que, una vez instalada la doctrina de la violencia política, se hizo habitual en el sistema ideológico republicano, tolerado y aprovechado toda vez que sus cultores lo necesitaron. La Primera República constitucional no fue ni ejemplar ni democrática. Se caracterizó por la persecución represiva de los obreros del salitre, los trabajadores portuarios, las matanzas de campesinos y la violencia en contra de los partidarios políticos adversarios a los distintos gobiernos, especialmente a los liberales de Balmaceda. La guerra civil de 1891 se produjo por la pugna no resuelta institucionalmente entre el Ejecutivo y el Parlamento, confrontación que llevó a la división de las fuerzas armadas que se enfrentaron en Concón y en Placilla.
El Presidente Balmaceda pidió asilo político en la legación Argentina, en donde se suicidó. Los liberales fueron perseguidos, encarcelados, estigmatizados, asesinados, fusilados por pelotones callejeros de revolucionarios parlamentaristas, sus casas asaltadas y robadas, apaleados sus simpatizantes por la turba pagada por los cabecillas conservadores. Lo hizo O’Higgins en 1820. Portales ya lo había hecho en 1837. Lo hizo Bulnes en 1848. También lo hizo Manuel Montt en 1851, y volvió a hacerlo en 1861. Era la tendencia aceptada, estimulada. No hay peor astilla que la del mismo palo, dice un refrán certero. Los conservadores en el gobierno y en el Estado, en la industria y en la banca, en la agricultura y en la minería, felices por los resultados de las operaciones, extendieron sus comportamientos autoritarios hasta 1924. Hubo toda clase de buenos negocios, pero de verdadero progreso, nada.
La Segunda República, así llamada República Liberal, fue instalada en 1925 luego del golpe de estado de 1924, por el que se depuso al presidente Arturo Alessandri quien huyó al exilio, y que fue funcional a los mejores intereses de la nación, de la derecha política y económica de la nación, cómo no, durante cuarenta y ocho años en que el país se desarrolló sostenidamente pero con severas lagunas y paréntesis en sus progresos. En 1925 asumió la dictadura el general Carlos Ibáñez del Campo. La República Liberal, protegida por la Constitución de 1925, que reemplazó a la anterior, se prolongó hasta 1973, año en que fue defenestrada por la intervención conspirativa empresaria-gremial-política, con fuerte influencia del gobierno de los Estados Unidos de América, personalmente del presidente Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger. En su decurso, la Segunda República no lo hizo mejor que la anterior en tanto represiones al universo laboral, negociados institucionales, levantamientos militares, cuartelazos, travesuras políticas de todo orden pero con la diferencia de que la enemistad conservadora-liberal se redujo prácticamente cero, más por la idea conjunta de anular a la izquierda política y a una nueva disidencia intolerable: la Democracia Cristiana.
La Tercera República, también llamada República Neoliberal, que es un eufemismo para neo-conservadora, se instaló como consecuencia del cruento golpe de Estado que derribó al gobierno constitucional del presidente Salvador Allende, como resultado de la conspiración de las derechas políticas y el universo empresario profesional, y ha sido amparada por la no menos sospechosa Constitución del Ochenta, parida por un puñado de conservadores y liberales, y por lo peor de la delincuencia política surgida del odio y la pasión anti democrática. Diseñada con un propósito milenarista, la Tercera República reprodujo exactamente las mismas arbitrariedades que la Primera, esta vez creando una figura presidencial absolutista y extendiendo su marco regulador hasta el presente.
La Tercera República, se ha extendido en el tiempo desde 1980, año en que la dictadura civil-militar derribó la constitución del Veinticinco e instaló, por la razón de la fuerza, la constitución actual, hoy en franca decadencia y agotamiento.
Bueno, ¿y en qué estamos? Acosados por la realidad. Los cultores de la modernidad tecnológica, de las consistentes promesas de progreso, crecimiento y felicidad, esconden la cabeza como los avestruces cuando se encuentran de frente con la realidad emergente. Todos los números, todas las cifras, los informes, las cuentas, las cuatro operaciones aritméticas, los binomios y trinomios, los cálculos de toda complejidad, la manipulación y falsificación estadística, la hipótesis de los promedios, todo ello entreverado en la práctica sostenida del pensamiento anhelante y su retórica, la discursividad de los discursos, las artes del incumplimiento, y la bruta e implacable realidad, dan cruel cuenta de que 48 años de experimentos políticos, de ideologismos más y menos pintorescos, de fallidas y falaces teorías económicas, de sofismas políticos y sociales, de pésima repartición de la riqueza, de incremento inaudito de la pobreza, de ocultamientos estratégicos y de sustitución de los mejores por los peores, nos han traído a este arenal vacío y agonal.
Entonces, como siempre, surgen las preguntas que nadie en su sano juicio podrá responder: ¿Y ahora qué? ¿Y ahora cómo? La idea de una Cuarta República atrae a algunas élites y a inmensas muchedumbres, y es lo que la Nación, el País, requiere. Pero las minorías audaces, apoyadas por la amenaza soterrada de una intervención militar, se oponen y rechazan. El fascismo opaco se soba las manos. Los mismos de hace cuarenta y ocho años, la facción civil del último golpe de estado, que han estado cómodamente instalados aparentando intensidad democrática, reaparecen como un fantasma del viejo pasado, residuos tóxicos del siglo veinte problemático y febril, que entonan los viejos memoriosos.
La noche, que todo lo oculta, sobre todo los matices, responde con sostenidas ráfagas, explosiones como de bombazos, disparos de otras armas, sirenas policiales que se desplazan de este a oeste y de norte a sur. Vuelan helicópteros como ovnis; tal vez drones. La ventana abierta del laptop repone, en grandes caracteres, una frase, entre signos de interrogación, que nadie, después de las experiencias vividas, debería atreverse a pronunciar: ¿Golpe de Estado ad portas? Un opinante en todas las pantallas, matinales y vesperales, se pone serio y dice, como si lo anunciara: ¿cómo puede ser que se llame a un plebiscito si lo real es que estamos en Estado de Emergencia, con las fuerzas militares en la calle fiscalizando a los ciudadanos y las restricciones a la normalidad civil? ¿Será un anuncio, el punto de entrada al pensamiento anhelante que cultiva ya de modo majadero la Autoridad? ¿Cómo es que viene la mano? Exigimos la verdad, solamente la verdad y nada más que la verdad.