Por Roberto Fernández.- Los recientes y espectaculares descubrimientos del telescopio James Webb están remeciendo los cimientos de las teorías cosmológicas actuales.
Según la principal de ellas, la del Big Bang, el universo habría surgido hace unos 13.800 millones de años a partir de la explosión de un punto de densidad y temperatura casi infinitas. Esto habría dado origen al espacio, el tiempo y la materia, es decir, todo lo que existe.
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¿Solos en el universo?
Las pruebas en que se sostiene no son muchas, pero contundentes: en lo fundamental, el espacio que constituye el universo se expande a una velocidad creciente; la radiación cósmica de fondo, es decir, los fotones del estallido inicial, se encuentran por todas partes, a lo que habría que agregar la abundancia de elementos ligeros como el hidrógeno y el helio.
Aquí es muy importante señalar que -al contrario de lo que comúnmente se piensa- la teoría del Big Bang no explica la creación del universo en el sentido de que de la nada surja algo, sino el momento en que empiezan a operar las leyes que lo rigen (el límite Planck, 10 elevado a -43 segundos).
La dura realidad es que nadie sabe qué, cómo y por qué estalló. ¿Existía “algo” “antes”? ¿Es único o parte de un multiverso? Por ahora teorías hay muchas, pero respuestas definitivas a estas trascendentales cuestiones no.
Si analizamos los modelos cosmológicos vigentes constataremos que en todos se estima que las primeras galaxias se formaron 1.500 millones de años después de la explosión inicial. Esto fue así hasta que, para sorpresa del mundo científico, el telescopio James Web enviara una foto donde se ven seis galaxias, pequeñas pero maduras en su desarrollo, que no deberían estar allí. Habrían aparecido entre 300 y 400 millones de años después del Big Bang, algo teóricamente imposible.
Se pensó que las imágenes no corresponderían a galaxias, sino a agujeros negros, lo que sería aún más extraño, por que lo que se sabe de ellos es que se crean a partir del colapso de estrellas súper masivas al final de sus vidas, o sea, tendrían que haber surgido espontáneamente, algo inconcebible de acuerdo a nuestros conocimientos.
Tenemos la suerte de ser testigos de una revolución del conocimiento en el campo de la astrofísica, entre otros, la que esta ocurriendo ahora ante nuestros ojos, por lo que podemos ver cómo los científicos trabajan arduamente revisando sus teorías y abriéndose a nuevas posibilidades con el fin de encontrar explicaciones a lo que el telescopio Webb está mostrando.
Entre los más grandes enigmas del Cosmos se encuentran también los de la energía oscura, la materia oscura y los agujeros negros.
Respecto a la energía oscura se estima que ella representa el 68% de lo que existe en el universo y que es una especie de fuerza centrífuga que impulsa su expansión. La materia oscura, por su parte, representa el 27% de lo existente y es una especie de fuerza centrípeta que tiene un efecto contrario a la anterior, mantiene a las galaxias en su lugar evitando que se dispersen por el espacio.
Actualmente sabemos que no interactúan con la luz y que no están constituidas por átomos, como toda la materia que conocemos. Incluso algunos piensan que probablemente ni siquiera existan y que lo que se estima son sus consecuencias provendría de nuestro actual limitado conocimiento del Cosmos.
Aunque parezca increíble sólo conocemos el 4% de lo que constituye el universo.
En cuanto a los agujeros negros, en lo esencial se sabe que todas las galaxias tienen uno súper masivo en su centro, que existen miles de millones de ellos, que lo que allí cae no puede salir dada la altísima densidad que tienen y que el tiempo se detiene en su interior.
En cuanto a lo que pasa con la información que conllevan los objetos que son absorbidos, nadie sabe nada. En teoría estos no debería desaparecer, pero de ser así… ¿a dónde van? Este es otro de los grandes misterios que intenta resolver la astrofísica.
Es muy probable que el telescopio James Webb esté entregando una información tan valiosa, que esta nos permitirá encontrar las respuestas a estos y otros misterios, lo que nos llevaría a entender con mayor profundidad el funcionamiento del Cosmos.
De alguna manera nos ayudaría también a conocernos mejor a nosotros mismos, dado que formamos parte de él.
Algunos astrofísicos comienzan a pensar que en el universo existirían unos filamentos, aún no detectados, que conectarían entre sí a las galaxias, las que se encuentran a millones de años luz unas de otras. De ser así, más allá de que además se podría explicar lo que hoy se cree son efectos producidos por la energía y la materia oscura, esto mostraría una similitud asombrosa a la forma en que en el cerebro humano se conectan las neuronas para hacer funcionar nuestros cuerpos.
Es decir que el universo y la vida estarían unidos, operando como un todo conectado, coherente, perfectamente coordinado y tal vez lo más importante, con sentido. ¿Por azar? Yo no lo creo.
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