Por Fidel Améstica.- La reciente Navidad El Mercurio nos obsequió una entrevista a Felipe Kast, uno de los fundadores del partido Evópoli, acrónimo de «Evolución Política», con tilde en la primera «ó», más sonora y oronda justamente para recoger el acento de «evolución», una apuesta «progresista» desgajada del gremialismo para tomar las banderas de una derecha que se ve a sí misma como justiciera y defensora de los pobres. Su aparición no era más que un fenómeno patente en todo el espectro del sistema de partidos: los viejos no les dan la pasada a los jóvenes. Nada más. Pero Felipe Kast tiene un mérito: vio antes que nadie en su sector la vocación de mayoría de lo que después conoceremos como Frente Amplio, y su partido serviría de contención ante este avance a la vez que de competencia en la oferta de la «representatividad» política. Ni lo uno ni lo otro.
En la entrevista que «El Decano» le tributó en la C2 el 25 de diciembre de 2021, a tres cuartos de página sobre la calva de Andrés Zaldívar, político torcido y oportunista como lo describiera Neruda en sus memorias, su madura juventud no alcanza para paladín de nada, pese a la fotografía que lo retrata sentado en los escalones de su casa atento al destino y con el talante de líder vigoroso que proyecta, aunque no más que eso; sus palabras desacreditan la imagen. Son aposturas que heredó de una familia acostumbrada a mandar desde que su abuelo nazi (algo hoy indiscutible) se instalara en Paine y progresara sin mayores obstáculos y llegara a la fama con las cecinas y sandwicherías Bavaria. Al visitar el Memorial de Paine, podrá verse en los mosaicos entre el bosque de ausencias que no pocos de los 70 asesinados eran cantores, guitarreros; ellos fueron señalados por varios ilustres patrones quienes además prestaron sus vehículos para «recogerlos» camino a la ejecución, y celebraron y comieron y bebieron con los verdugos. Todos en Paine saben quiénes fueron, y aún se cruzan de vez en cuando deudos y victimarios. Ninguno de los Kast de ese entonces dijo esta boca es mía en todos estos años. Pero esa es otra historia.
Disonancia
La derecha sigue en shock tras el chopazo del balotaje. Han pasado dos años y aún no la ven. No sorprenden por eso mismo las pasadas de cuenta entre sus filas. Es el costo a pagar de una clase política con pretensiones de élite que no conoce su propio país ni su memoria identitaria. Más que «élite», es una «casta» con mañas de familia Corleone. Y esto vale también para la otrora «Concerta» (†).
Pero Felipe Kast es un caballero, muy educado y atento, no como el siniestro y solapado energúmeno verbal de su tío José Antonio, cuya cortés modulación en el fraseo es más psicopática que aristocrática. Sus palabras en la entrevista parecen sensatas, y en ese empeño se produce la disonancia. Plantea que votar por su tío fue actuar con «un sentido de responsabilidad profundo», y defiende el punto a puro voluntarismo; y no es exacto en su apreciación. Sin entrar en interpretaciones, si uno revisa las declaraciones de todo este año de la derecha, su pariente es todo lo que su sector no quiere para sí, y en la segunda vuelta, optar por el mal menor, ¿qué podría tener de responsable y profundo si Evópoli quedó a la zaga de algo que no los representa y que apenas podrían contener con su poca porción de riendas?
Asimismo, cuando se le pregunta en qué podría asemejarse su tienda al Partido «Republicano» (bien entrecomillado), propone que en las «urgencias sociales», punto a lo menos bastante ambiguo, porque lo que no está sincerado en sus palabras es cuál es el modelo de sociedad que promueven, y para qué hablar del de familia. Y eso importa, porque según sea ese modelo, son las políticas que se crean para abordarlas, no da lo mismo. Puede que coincidan en identificar cuáles son (pensiones, seguridad, empleo, vivienda, salud, entre otras); no obstante, lo mismo puede ocurrir con grupos de signo político opuesto. No es suficiente para determinar una semejanza.
Y vale la pena observar cómo intenta asimilar «responsabilidad» con «reformismo», bajo lo que subyace un rechazo a los cambios que tenemos en el horizonte; y no ha lugar, en absoluto. Pongámoslo de esta manera: si constantemente hay que reformar una casa reparando vigas, pilares, basamentos, ¿no será mejor y más barato reconstruirla? Y esto no tiene que ver con refundaciones, sino que con el sentido común: este país ya no cree en los mismos cuentos; y los seres humanos progresan y crecen cuando hacen comunidad, y esta es posible si creemos el mismo cuento, y la clase política no quiere entenderlo o carece de las herramientas para ello. ¿O se hacen?
No toma posición, más bien se atrinchera, y desde ahí arroja frases como «la gran oportunidad que tienen el PC y Boric de pasar la máquina», o «que los senadores no actúen por la libre, para darle el gusto a un conductor de matinal». Como en la armonía musical, hay que abrir los acordes para enriquecer el concierto, y eso implica salir de los lugares comunes, de los calificativos demonizantes, y dejar de hablar desde la palestra moral, porque aquí nadie es monedita de oro y lo que más abunda son los tejados de vidrio.
Hay que ver los hechos
Hay que poner al frente los hechos, no su interpretación. Y sobre esa base, ver qué es lo que en verdad tiene que proponer la derecha en el juego democrático. Y estos son que, tras el estallido social del 18 de octubre de 2019, este país decidió dejar atrás la Constitución del 80, elegir a los miembros de la constituyente y poner a un Presidente que asumirá con 36 años la gestión de los cambios, con un Congreso equilibrado en sus fuerzas. Y Felipe Kast prefiere instalar un juicio de valor ideológico: que la Convención Constitucional la integra «una mayoría de extrema izquierda», y esto es faltar al sentido de realidad, porque ahí prima una mayoría diversa que no comulga con la derecha que hemos tenido hasta ahora, lo que a cierta izquierda le dio pábulo para pretender que la Convención les pertenecía, y no es así. Es una instancia vinculante lo más parecida a Chile que tenemos, y de ahí saldrá una Constitución merced al diálogo que este país está aprendiendo a tener, pese a todas las dificultades y errores cometidos. Es primera vez que el «consenso» saldrá de una partida sin las cartas marcadas, con naipe nuevo, donde ningún sector condicione los parámetros de la conversación. No estamos acostumbrados a esto, y puede que, por lo mismo, se usen superlativos destemplados, pero hay que aprender, ¿o si no, cuándo?
El entrevistado, con el rostro verbal de la sensatez, insta a bajar las expectativas, porque no se podrán cumplir todas las promesas. Y claro, las expectativas son altas, no así las promesas, no equivalen en lo semántico. Se apunta alto, pero con ruta trazada paso a paso, con diálogo, y lo refrendó el presidente electo más de una vez, quien asumirá el poder para dejar la presidencia con menos poder. Pese a su juventud, tomó altura de estadista, y exigirle madurez de su parte, como lo ha hecho en otras declaraciones Felipe Kast, es desconocer la templanza y carácter de lo que ha irrumpido. Gabriel Boric no llegó a esta instancia por capricho o deseo infantil, sino por la madurez de su liderazgo para convocar a los millones que se pronunciaron el 19 de diciembre. Otra cosa es con guitarra, muy cierto, pero tiene que tocarla primero. Y si la presidencial fue una campaña polarizada, se resolvió en las urnas, no a palos ni piedras; la salida se está construyendo con más democracia.
Sobre La Araucanía, nicho electoral de la derecha donde la mayoría del pueblo mapuche no vota, reprocha al frenteamplista no haber visitado a las víctimas de la violencia, sin explicitar demasiado qué violencia ni cuáles víctimas. Más allá del subentendido, la esperanza es que Gabriel Boric ejerza el liderazgo y encauce una solución país, y no la tendrá fácil, de ningún modo. Ninguno de nosotros sabe lo que en realidad sucede en La Araucanía fuera de lo que cierta prensa pretende instalar en la opinión. Su interpelación comete el mismo error de la derecha que no toleramos: la pretensión de imponer definiciones, verdades y los códigos de la discusión. Se omite en este caso la responsabilidad de las forestales, en específico: tres millones de hectáreas que explotan dos familias que han dejado sin agua a muchas comunidades. ¿Qué diálogo es posible en estas condiciones?
«El cuento que estás contando…»
No soy ni seré un votante de derecha, pero sí entiendo que debe haber una derecha con peso y tradición, y si llega al poder, que sea porque nos persuadió de que sus propuestas se hacen cargo de los empujes de nuestro corazón. No solo las mejores ideas y proyectos nos mueven, también las pasiones. Si nuestros líderes no ven cómo se alimentan nuestros sueños, ningún programa con las mejores ideas moverá voluntad alguna.
La noche de los cuchillos largos pronto será pasado, la oligarquía sobre la cual descansa la derecha siempre se ordena con rapidez y pragmatismo. Pero deben fijarse bien en qué cuento nos van a contar, porque este país —pese a que muchos han hecho de limpiarse el trasero con la mano del otro una virtud— está despertando su espíritu, su memoria colectiva, su raigambre, su sentido de trascendencia, poco a poco, aunque sin pausa. Hoy vivimos el cambio político, la transformación cultural será más ardua y prolongada en el tiempo, ya que implica que cada persona se revise a sí misma y cambie, y en ese proceso ninguno sobra; pero tienen que verla, y dejar atrás las viejas herramientas discursivas que les impiden ver las cosas como son y están siendo.
No es menor lo dicho. Hay que recordar que en 1980, desde el balcón de La Moneda que bombardeó y tras un plebiscito espurio, el dictador prometió poco menos que cada chileno tendría casa propia, auto y tele a color. ¿Podríamos decir que el viejo no cumplió? Claro que sí, ¡y a qué precio! El precio fue olvidar quiénes somos y de dónde venimos. Eso nos pudrió como país, entró por los poros, no por la bota y el fusil; y perdimos libertad, igualdad y fraternidad, sobre todo esta última, cuya palabra no apareció en ninguno de los grafitis de la revuelta. El daño está a nivel mental, y las enfermedades en ese ámbito que proyecta nuestro país son solo una expresión de ello.
Necesitamos grandes líderes, de todos los colores políticos, sociales y culturales; requerimos con urgencia maestros que cuiden y alimenten el alma de los que vendrán; que a los abuelos se los respete y reconozca moral y económicamente, baluartes de un espíritu social; que los patrimonios se reconozcan como hitos de la memoria que nos guíen al relato y las personas que los sustentan… ¿Y a los expertos? Sí, también los necesitamos, técnicos y tecnócratas, no para que nos impongan o hagan creer que la economía deba ser así o asá, eso es dogma, sino para poner a disposición las herramientas y recursos que sirvan hacia dónde queremos ir como democracia. El papel del tesorero del curso no es decidir en qué invertiremos, sino rendir cuánto hay para hacer lo que creemos mejor bajo la conducción del presidente y su equipo.
Si hoy el poder se ha diluido bajo una estructura que ya no da para más, para que no se produzca el vacío de poder es conditio sine qua non que este se distribuya, y cada cual se haga cargo de su parte de la historia. Como ya no nos creemos cuentos viejos y mal contados, hay que buscarlos, encontrarlos y maravillarnos. Y los relatos no se inventan, se descubren, y Felipe Kast, con muy buenas intenciones, no sabe eso: se arma una razón a la defensiva del «comunismo», pero no tiene un relato que lo lleve a la primera línea.
¿Quién cuenta el cuento?
Para que se distribuya el poder, debe haber prensa con libertad editorial, lo que no se da con plenitud en la práctica. Donde hay periodismo independiente se lo califica de «sesgado» o «tendencioso» si no coincide o contradice lo que vencedores o dominantes postulan como «imparcial» y «objetivo»; baste ver el lenguaje aséptico y elusivo de «El Decano» que bien logra imponer agenda.
Todo medio tiene línea ideológica, explícita o subyacente, y nada malo hay en ello, pero esta se expresa en su página o columna editorial; el periodismo debe gozar de independencia, su labor no es publicitaria, ni propagandista, ni proselitista; tiene que pisar callos también. Y esta libertad se conculca si un empresariado comprometido políticamente compra medios, como Juan Sutil, quien aspira a hacerse de CNN Chile o La Red a partir de marzo, espacios que reportean y dan micrófono en lo posible a todo el arco de los actores sociales, políticos y culturales. No es tolerable, es inaceptable, no se puede permitir que esto ocurra, por muy cortés y mesurado que se muestre el expresidende de la CPC: progresamos en tanto creemos un cuento, y creerlo depende de cómo y quién lo cuente.
Un cuento con narradores diferentes no es el mismo cuento. Un niño o niña pide que le cuenten el mismo cuento muchas veces, una y otra vez, y tiene sus cuentos favoritos; se sabe la trama, de principio a fin, a cabalidad, y no aceptará que esté mal contado. ¿Por qué? Porque cada historia porta símbolos y arquetipos que nos hablan al corazón, y eso es sagrado, ¡nadie puede robarnos eso! Quien se hace de los medios también trata de apoderarse de los símbolos y arquetipos, y es demasiado poder en una persona, demasiado y criminal. Los símbolos son el oro de la palabra, el hongo del bosque, porque sus conexiones semánticas generan cohesión sociocultural, aglutina voluntades, eso explica que la derecha trate persistentemente de adueñarse de emblemas como la bandera, el escudo, de las nociones de patria, folclor y tradición, cuando no hacen un trabajo de vinculación con quienes pretenden aglutinar bajo sus voces.
La cuestión de la libertad
Libertad no es elegir «algo» en el mall, esto la limita a la capacidad de consumo o de acceso a deuda; no es imponer «mi derecho» aunque este atropelle el de otros. Implica un sentido solidario y de reconocimiento. Si el evangelio dice «poner la otra mejilla», no es para dejarse golpear; el contexto remite a la bofetada, con el dorso de la mano en señal de desprecio; y quienes la recibían eran mendigos, siervos, esclavos, mujeres, niños…, los parias y desplazados, en definitiva; y «poner la otra mejilla» es interpelar al que ejerce ese poder con que «si me vas a golpear, que no sea con el dorso como si yo fuese cosa de desprecio, sino que con la mano de vuelta, con la palma, reconociendo que soy un ser humano, tu igual». Y esto es lo que se ha vulnerado cuando hablamos de igualdad y dignidad. Al restringir el sentido de lo que es ser libre, la injusticia ha campeado disfrazando la desigualdad y pisoteado la dignidad. ¿Qué fraternidad puede haber en una maquinaria como esta?
Ya no podemos persistir en palabras como terroristas, marxistas, fascistas, fachos pobres…, con ese lenguaje deshumanizamos al otro y nos permitimos ejercer un poder brutal. Aquí hay seres humanos; y con ese prurito podemos crecer, así como ponernos de acuerdo en qué entendemos por progreso y desarrollo. Si lo que hemos vivido desde el 18 de octubre de 2019 se lee como un «eco» del 73, es porque no ha habido justicia; las heridas no fueron sanadas, y la infección reventó. Hoy tenemos la segunda oportunidad para hacer las transformaciones que nos liberen de seguir gobernados por el peso de la noche. No la desperdiciemos.
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