Por Roberto Fernández.- En dos semanas más las chilenas y chilenos deberemos concurrir a las urnas para pronunciarnos en el plebiscito de salida sobre dos alternativas, las que fueron establecidas legalmente: una, mantener la constitución actual impuesta por una dictadura; o cambiarla por la que propone la Convención Constituyente.
Diga lo que diga la derecha, los empresarios y los amarillos, no existen otras opciones.
La actual fue impuesta por la fuerza y digitada por un pequeño grupo de personas, afines por supuesto al gobierno cívico militar de la época.
La que se plebiscita es producto de un proceso indiscutiblemente democrático. El 80% de los ciudadanos votó en el plebiscito de entrada por cambiar la constitución actual. Alrededor del 80% de los constituyentes elegidos también estuvieron en esa posición y los artículos que se someterán a votación fueron aprobados por 2/3 de ellos.
La derecha concurrió al acuerdo del 15 de noviembre de 2019 por que estaban convencidos de que obtendrían el tercio de los constituyentes que les habría permitido vetar los artículos que estimarán lesivos a sus intereses. Como el resultado fue desastroso para su coalición cambiaron la estrategia y se transformaron en ardiente partidarios de cambiar la constitución que defendieron con todo durante 32 años e iniciaron al mismo tiempo una durísima campaña de desprestigio a la Convención, la que fue sin duda ayudada por las declaraciones de algunos constituyentes y los problemas de gestión de la misma.
“Rechazar para cambiar” fue la consigna que impuso este sector político y hay que reconocer que fue muy efectiva. Da a entender que la propuesta por la Convención es inmodificable cuando claramente no es así. Parece tan obvio y evidente que la proposición no podía ser perfecta y que habría que corregir sus imperfecciones, pero en la medida que el progresismo fue cayendo en esa discusión, hemos llegado a la situación actual, donde lo esencial (mantener o cambiar la constitución que nos rige) se oscurece y distorsiona.
Hoy, el debate parece reducirse al tema de la confianza: optar por tener confianza en que si gana el rechazo la derecha hará cambios a la constitución actual u optar por confiar de que si gana el Apruebo se harán los cambios comprometidos.
Todo esto, evidentemente, excluyendo a las personas que ya tienen definido su voto y no lo modificarán.
Otro aspecto fundamental del debate que enfrentamos es la idea expresada por el rechazo de que el proyecto de constitución que se plebiscita divide a los chilenos. La pregunta obvia, dado lo que tenemos que elegir es si esta, impuesta por la fuerza, nos une. Obviamente no: el estallido social lo demuestra.
Lo que nos divide es la extrema concentración de la riqueza y las desigualdades enormes que genera: el 1% de la población posee más del 49% de la riqueza, una de las más altas del mundo; que la mitad de los trabajadores ganen alrededor de 450 mil pesos mensuales; lo miserable de las pensiones que pagan las AFP; la escandalosa diferencia entre la salud privada, que usufructúa el 20% de la población y la pública, que es utilizada por el 80%; las desigualdades extremas entre la educación privada y la pública; más un sin número de privilegios y abusos de todo tipo. Esto es lo que nos divide, son los problemas que debemos enfrentar como país y la respuesta más adecuada para superarlos lo representa el Apruebo por que la constitución que propone establece un marco jurídico institucional para desarrollar un Estado de derecho, social y democrático.