Por Enrique Saldaña.- El cuadro se levanta ante nosotros. Proyecta la luz desde el centro y hacia esa luz confluye la vorágine de ese 14 de julio que ha quedado indeleblemente marcado en las páginas de nuestra historia. Delacroix ha dado con el punto exacto, la instancia del avance, del impulso definitivo. La Libertad guiando al pueblo hacia el momento en donde no hay vuelta atrás. Quien avanza de manera resuelta, es París en armas, cargando sobre sí la furia de la injusticia. No hay forma de volver sobre los pasos, no hay manera de arrancar del miedo y el temor, no hay ninguna posibilidad de eludir a la muerte si es que llega. Ese 14 de julio es la Libertad quien guía, segura, los pasos del pueblo.
Éric Vuillard logra configurar un texto intenso, rápido, sin respiro alguno. Escarba más allá del voz oficial y consagrada y se hunde en la historia ausente de cientos que solo se insinúan en el contexto de los grandes relatos. La tensión es lo que registra Vuillard, el enojo es lo que enrostra, la locura de los primeros antecedentes que nadie supo leer. Luis todavía podía acariciar su cuello. Desde el 27 de abril de 1789, todo parece estar encaminado hacia lo inevitable. Ese día, una docena de muertos luego de asaltar la folie Titon: “Número 3, veinte años de edad. Un guapo mocetón de un metro setenta, de cabello castaño y alborotado. Lleva chaqueta y chaleco de lana […] Y nada tampoco en los bolsillos, pero una gruesa llaga encima del ojo y el hueso de la frente abierto, meando trozos de sesos y cuajarones de sangre”.
París hierve por dentro, se inquieta, se incomoda mientras en Versalles “se juega, se juega insolente, incansable, loca, atrevidamente”. Los niños juegan en las calles de la ciudad, pero París no es Versalles. Versalles “es una corona de luz, una lámpara de arañas, un vestido, un decorado”. El Tercer Estado ya ha tomado el pulso de lo que viene, los días comienzan a pasar raudos, el pueblo comienza a tomarse las calles, por las noches ya no se duerme, los voces comienzan a salir del anonimato, el pueblo desobedece, se irrita, asedian las Tullerías, se enfrentan. El 13 de julio, Paris ya es del pueblo. En Versalles, Luis va de caza.
La Ciudadela tiene que caer, y hacia allá se dirige el pueblo. Y el pueblo es un registro corpóreo, que tiene nombres individuales, sueños y deseos, angustias y preocupaciones. “Hay que escribir lo que se ignora”, afirma el narrador. Dar visión a los que nunca han sido en los grandes libros. Hay que mostrar a Buisson que es tonelero, a Dumoulin que es labrador, Duffau que las oficia de zapatero. Por allá va Julien el camarero, Héric que es un desconocido, pero que se encamina decidido con la multitud. Sagault también avanza, ignorante de su propio fin.
La ciudad se abalanza y el registro del narrador no cesa. Muchos son los nombres que se levantan hacia la Bastilla. Canivet, corre por allí; Chombin, ríe; Rousseau agarra el fusil y lo apunta hacia las torres, la gente se atropella en el ingreso, torbellino incesante. La Bastilla ha caído, el viento se levanta, azota los árboles. “El cielo se desploma. Hay cadáveres en los patios. ¡Qué hermoso es un rostro!, mucho más hermoso que la página de un libro”. Ahí ha quedado Bergart, Poirier, Falaise, Rousseau, Boutillon. Al llegar la noche, llueve sobre París.
Todo ha transcurrido. Los hechos se han sucedidos desde la perspectiva del caos, superpuestos, hermosamente aglutinados. Vuillard ha dejado un lienzo penetrante, lleno de rostros vivos. Ha mostrado los verdaderos engranajes que mueven, desde lo más profundo, todo el sentido de la historia.
FICHA DEL LIBRO
Éric Vuillard
«14 de julio»
Santiago de Chile, Tusquets, 2019
Traducción de Javier Albiñana
185 pp.