Por José María Vallejo.- Nos hemos malacostumbrado a los eufemismos. Decimos “desvinculado”, cuando queremos decir “despedido”; decimos “en situación de calle”, cuando queremos decir “miseria”; decimos “villas”, porque nos avergüenza decir “poblaciones”; decimos “emprendedor” para esconder la inseguridad laboral; decimos “donar el sueldo”, cuando lo que en realidad ocurre es que se hace caja para las campañas.
“Desprolijidades” es el nuevo eufemismo de moda. ¿Qué es lo que realmente queremos decir cuando decimos “desprolijidad”? Que algo está mal hecho, así de simple. Hacer las cosas con errores manifiestos, sin haber puesto el empeño en hacerlo como se debe. Lo desprolijo es algo hecho con errores y que, por lo tanto, no debió haberse hecho. Punto.
Desprolijidades en los indultos no significa que estuvieron bien y que podrían haberse hecho mejor. Significa que estuvieron mal hechos y que no debieron haberse concretado.
¿Es la filtración de una reunión privada de la canciller una desprolijidad? ¿O lo es haber grabado una conversación? ¿O es la intención de grabar o filtrar la que conlleva desprolijidad? ¿O el contenido y el tono de la conversación?
No fue una desprolijidad. Fue un error. No debió haberse grabado una reunión privada. Implica una forma errada de hacer las cosas. Pudo ser un brainstorming o un café distendido, da igual; no es una forma correcta de gobernar el grabar conversaciones privadas. Hay detrás de ello una mala intención manifiesta de dañar a otro, de usar sus propias palabras en su contra, de borrar los contextos y ponerles “filtro” (muy millenial). Eso no es ser desprolijo, es ser malintencionado. Y es un error porque esa no es la forma de gobernar.
No puede excusarse esto con la idea de que “todos pueden cometer errores”. No cuando se esconden como simples desprolijidades, no cuando son errores manifiestos, no de ese calibre, no cuando se gobierna, porque significan una falta de respeto monumental a los ciudadanos, a los trabajadores que día tras día tienen la obligación de hacerlo mejor.
¿Qué pasaría si cualquiera de nosotros comete, en el trabajo diario, la desprolijidad de grabar una conversación con nuestro jefe y sacarla por las redes sociales? ¿O si no completo la información necesaria para que mi jefe tome una decisión? ¿O si el directorio de una institución toma una decisión sin antecedentes técnicos? Esas desprolijidades tienen consecuencias. Ninguno de nosotros, o los miembros de un directorio, podríamos alegar que tenemos derecho a equivocarnos.
Es importante que aclaremos el lenguaje y no convirtamos el quehacer del gobierno en una cadena de eufemismos (o, como dice Carlos Peña, “idiolectos).