“Lo que vemos en nuestra clase política es mucho narcisismo, espectadores de sí mismos, propendiendo siempre al lucimiento personal”, dice la columna de Ernesto Yáñez, criticando a los que falsamente se califican como ejemplares.
Por Ernesto Yáñez.- Atendiendo los acontecimientos políticos acaecidos últimamente en nuestro país, relacionados con el tema de la ética, me resulta interesante comentar algunos párrafos de la crónica que José Ortega y Gasset escribiera en 1924 titulada “No ser hombre ejemplar”, la cual, por su contenido, es siempre vigente, invitándonos a pensar sobre el tema.
El famoso filósofo y ensayista español dice:
“El hombre verdaderamente ejemplar no se propone nunca serlo. Obedeciendo a una profunda exigencia de su organismo, se entrega apasionadamente al ejercicio de una actividad-la caza o la guerra, el amor al prójimo o la ciencia, la religiosidad o el arte. En esta entrega inmediata, directa, espontánea, a una labor, consigue cierto grado de perfección, y entonces, sin que él se lo proponga, como una consecuencia imprevista, resulta ser ejemplar para otros hombres”.
Y agrega:
“En el falso ejemplar, la trayectoria espiritual es de dirección opuesta. Se propone directamente ser ejemplar; en qué y cómo es cuestión secundaria que luego procurará resolver. No le interesa labor alguna determinada, no siente en nada apetito de perfección. Lo que le atrae, lo que ambiciona, es ese efecto social de la perfección-la ejemplaridad, no quiere ser un gran cazador o guerrero, ni bueno, ni sabio ni santo. No quiere en rigor, ser nada en sí mismo. Quiere ser para los demás, en los ojos ajenos, la norma y el modelo”.
De lo escrito por Ortega y Gasset descubrimos la tragedia de nuestra clase política, donde falsas personas que son mayoría confunden a la opinión pública con posturas de perfección política falsas y, por lo tanto, carecen de la habilidad de conducir.
Conducir dice Max Scheler en su obra “El Santo, El genio, el Héroe” significa “obrar, señalar, caminos, direcciones de la vida”. En definitiva, orientar.
Por el contrario, lo que vemos en nuestra clase política es mucho narcisismo, espectadores de sí mismos, propendiendo siempre al lucimiento personal y desconociendo las nuevas realidades a nivel nacional e internacional como el cambio climático, la globalización, la apertura de las economías, la internacionalización de los conflictos, turbulencias financieras, lucha contra la pobreza y la exclusión social, entre otras.
Todo ello implica una nueva forma de pensar y actuar político. Sin embargo, por lo que hemos observado en el último tiempo, pareciera que hemos regresado a fronda política del siglo XIX que creíamos superada.
Es sabido que la democracia se sustenta en un conjunto de valores entre los cuales destacan: libertad, igualdad, justicia, respeto, tolerancia, pluralismo, participación.
Un somero examen de los valores enunciados da cuenta que los partidos políticos están al debe en el ejercicio de dichos valores y su quehacer se centraliza en disputas periódicas dejando de lado la solución de los problemas que aquejan a la población en general y ello se refleja en las encuestas de confianza, que los ubica en el último lugar.
Está comprobado que el desarrollo de nuestro país solo se conseguirá con acuerdos políticos económicos y sociales dejando de lado las ambiciones personales propendiendo siempre a mejorar nuestro sistema democrático.