Tomás Ascui hace una radiografía a un gran realizador de cine independiente, Sean Baker, mostrando sus significados humanos y espirituales en sus diversas películas.
Por Tomás Ascui.- La escena final de Stranger Than Paradise en el aeropuerto; Travis deambulando por el desierto en Paris, Texas; la gentileza de los personajes de Kaurismäki o la extravagancia en los de Joseph Mitchell; son algunos elementos que se me ocurre citar al momento de pensar en las películas de Sean Baker.
Baker es un cineasta que ha trabajado trasladando historias de personas y lugares que usualmente no figuran en la pasarela principal de las grandes producciones de Hollywood. En efecto, es ese deseo por exhibir un relato sobre la desesperanza y la devastación del sueño americano (del cual se suele hablar cuando las películas de Baker están en medio de la conversación).
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Pese a eso, el director no muestra las historias de estas personas desde el lente del miserabilismo, no pretende victimizar ni denunciar a nadie. Simplemente vemos los líos, amores y desamores que suceden en las vidas de seres humanos que intentan sobrellevar sus relaciones sociales como cualquiera de nosotros.
La ciudad de Los Angeles en el cine de Baker es lo que para Jim Jarmusch aparenta ser Nueva York en Permanent Vacation: una lejana ilusión creada por la publicidad y el reaganismo que se ha materializado en forma de postal al inicio y final del film; o en Stranger Than Paradise, donde callejones empobrecidos en Brooklyn constituyen laberintos oscuros y solitarios que ninguna luz de Manhattan podría haber iluminado.
Continuando con los paralelismos, podríamos afirmar que otro legado del cine de Jarmusch es la incomunicación, por supuesto guardando las proporciones.
En Baker es posible apreciarlo en un Ming que no sabe hablar inglés y que aparentemente no está interesado en aprenderlo en Take Out, o en Starlet cuando vemos el proceso donde entablan amistad Jane, una actriz porno, con Sadie, una anciana solitaria.
En esta última, podemos apreciar el desarrollo de dicha interacción, cuya transformación se da desde los monosílabos hasta un punto impensado, por ejemplo, cuando Sadie le pide a Jane, hacia el final de la película, que lleve flores a la sepultura de su marido, sabiendo que en dicho favor hay un secreto que aún no ha descubierto la joven y que, de una forma u otra, desenmascara la naturaleza del comportamiento de la anciana a lo largo del metraje.
Pero por sobre todo lo demás, Sadie logra transmitir un mensaje profundamente significativo a Jane sin la necesidad de la palabra. Algo se vuelve a quebrar, pero no lo sabemos ya que la cinta termina ahí.
Ese interés por Baker por establecer un lazo entre dos personas con vidas potencialmente opuestas es un elemento que también surge en Ghost Dog: The Way Of The Samurai, obviamente en la ya mencionada Stranger Than Paradise, pero también en su díptico cinematográfico que estudia la posibilidad de la conversación en Coffe & Cigarettes o Night On Earth.
Tanto en Tangerine como en Take Out, Baker utiliza una estructura narrativa que está organizada temporalmente en función de un día solar. De esta forma, acompañamos a sus protagonistas a lo largo de 24 horas para conocer un poco de sus vidas.
Los elementos anteriormente mencionados convergen una vez más en la última película de Sean Baker, Anora. Cuyo argumento sigue a Ani, una stripper que conoce a Vanya, el hijo de un oligarca ruso con quien contrae matrimonio.
Sin embargo, la primera mitad de la película se ve eclipsada cuando unos hombres son enviados por el padre del joven para interrumpir la unión. Durante los primeros 45 minutos de película se nos presentará un caleidoscopio de imágenes donde el exceso será el leit motiv, tras el frenesí, la escena de la invasión al hogar traerá consigo la verdadera naturaleza del cine de Baker donde, la cámara en mano, la incapacidad del diálogo de sus personajes por culpa de la furia-frustración y el desarrollo de un relato que será narrado en una temporalidad solar se tomarán la pantalla para llevar a cabo lo que para mí es por lejos el relato más desesperanzador que Sean Baker ha creado.
De hecho, la escena que cierra la obra termina de dinamitar todo paralelismo que pueda asociar la película de Baker con Pretty Woman, no hay moraleja en la representación de esas vidas marginales, ni menos atributos glorificadores.
Sean Baker entiende que sus personajes pueden existir en la vida real, en tanto, estos son presentados a partir de las múltiples matices y ambigüedades que constituyen a cualquier ser humano.