Por Carlos Salazar.- “La prensa suele ser un espejo de las percepciones y criterios dominantes en la sociedad”, cree el legendario periodista y académico que acaba de publicar la novela “La muerte de la bailarina” (LOM). El docente del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile, evalúa el rol del mensaje en tiempos en que la postverdad, las funas y la nota policial se cruzan más con el pensamiento de Foucault que con la crónica roja a propósito del lanzamiento de esta novela negra. En la obra, la bailarina del cabaret del pueblo aparece muerta en su habitación de la pensión local convulsionando la vida de un villorio que elucubra con posibilidades, pistas y conjeturas inverosímiles. Un robo, un amante despechado, una mujer celosa o un suicidio que arrastra parte de una biografía desconocida mueven la acción y la reflexión sobre el infierno grande en el pueblo chico, también, como pequeño laboratorio de una realidad mayor y su contingencia.
Gustavo González Rodríguez (1946), ex director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, corresponsal de prensa en Ecuador, Costa Rica e Italia sintetiza los límites entre la cobertura mediática y una triste temporada de muerte, desapariciones y abuso institucional en Chile, donde la duda y la falta de certezas rodean a quienes buscan justicia. Frente a esta falta de respuestas y crímenes sin resolver, el escritor de “La muerte de la bailarina” desde una mirada de autor (e investigador de esta temática en otras anteriores como «El caso Spiniak: poder, ética y operaciones mediáticas») considera los vasos comunicantes entre la crónica roja y una industria de la comunicación que linda de manera nebulosa con el entretenimiento.
“Tal vez el vaso comunicante más evidente está en la creciente presencia en la crónica roja de los femicidios y crímenes vinculados a abusos sexuales contra menores. Hasta hace algunas décadas, la información policial tenía sus mayores atractivos en esto “del crimen sin resolver”, hoy concita una atención vinculada al horror que provocan en las buenas conciencias el sadismo, la perversión y a veces las sicopatías asociadas a estos crímenes”, reflexiona González también como lector y espectador.
González citaba en su columna “Escribir derecho con líneas torcidas” al teórico de la comunicación español Jesús Martín Barbero respecto al rol de los medios y el periodista en cuanto a dos funciones respecto a las audiencias: intermediario o mediador. “El intermediario suele adoptar una cómoda postura neutral y, en nombre de la objetividad y del “derecho de todos a expresarse”, se despreocupa del bien común y es fácilmente manipulable por los poderes de cualquier tipo. El mediador, en cambio, valora la función social del periodismo y en las palabras de Barbero “busca la participación de la gente en la historia común y activa la capacidad de la gente para analizar, criticar y proponer”, anota.
En torno a este debate se ha cuestionado mucho la cobertura mediática reciente y sus prisas que echan más leña a la hoguera de la opinión pública y quienes buscan respuestas muchas veces más inspiradas en el morbo y el populismo. Esta relación entre la opinión pública y el noticiero no es algo nuevo, pero sí se ha vuelto más compleja al sumarse a un debate incendiario en las redes sociales.
-Desde su experiencia de autor y periodista, ¿Qué revisión debería hacer la prensa y las audiencias que crean, conducen y propagan funas o teorías conspirativas como hechos?
La prensa suele ser un espejo de las percepciones y criterios dominantes en la sociedad. En Chile se ha instaurado de la mano con el sistema neoliberal, el individualismo asociado a la obsesión por la seguridad, que alimenta la discriminación social, una xenofobia con criminalización de los emigrantes y genera prácticas como las “detenciones ciudadanas” o la “justicia por mano propia”. Los gobiernos y los poderes locales -de los municipios, por ejemplo-, con escasas excepciones, han enfrentado el tema de la seguridad al margen de los derechos humanos, mientras los inflados cuerpos de seguridad y de defensa, con presupuestos y dotaciones desmedidas, se contaminan de corrupción. La clase política ha contribuido así a esta mezcla de morbo y populismo. En este caso, un populismo de derecha. En este sentido, las redes sociales juegan un doble papel, dicotómico, porque pueden contribuir a ensalzar los atropellos a la dignidad, como a denunciar abusos de las autoridades. ¿Qué puede o debe hacer la prensa? En primer lugar, asumir compromisos éticos de verdad en sus coberturas, con los derechos humanos como eje.
-Uno de los más urgentes llamados de atención del movimiento feminista se refiere a la violencia de género y el feminicidio como un lastre social e histórico. Su novela hace eco de esta tragedia cotidiana en un ágora acotada como es el pueblo pequeño que, igualmente, puede extrapolarse al mundo que vivimos. ¿En ese mismo aspecto, qué lecturas cree que se pueden obtener de este relato respecto a una temática desgraciadamente contingente?
En efecto, la aldea es la representación del mundo, como lo han dicho ya muchos autores. Hay que aplaudir la creciente importancia que gana el 8M y la capacidad de convocatoria de un feminismo con inspiración de cambio social, lo cual es muy importante en el escenario del estallido social y de cara al debate de una nueva Constitución. “La muerte de la bailarina” es una ficción que no pretende “bajar línea”, pero sí me alegraría que contribuya con un grano de arena a la consagración constitucional de los derechos reproductivos, con aborto libre y gratuito, a la igualdad de géneros, a una concepción moderna del concepto de familia y en general a la superación de todos los lastres patriarcales y conservadores en esta materia.
-Asimismo, trabajos anteriores suyos abordan esta especie de espíritu de los tiempos en cuanto a la sintonía de la discusión sobre género, y décadas de cambio o la búsqueda de justicia y reparación. En un sentido amplio, qué urgencias de este momento bisagra que vivimos hoy plantea como claves para la redacción de una nueva Constitución.
Precisamente la nueva Constitución es una oportunidad de dar real contenido a esta larga lucha por los derechos de género, pero estos deben consolidarse en una concepción integral del Chile que queremos heredarle a nuestros hijos y nietos. Un Estado democrático de derechos sociales no subsidiario; el reconocimiento de nuestro carácter de país multiétnico, plurilingüista y pluricultural, con grados de autonomía para los pueblos originarios; la Comunicación como un derecho constitucional y la vigencia plena de todos los tratados y convenciones relativos a los derechos humanos, son soportes indispensables para una Constitución que adopte de verdad las reivindicaciones feministas, de género y de infancia antes señaladas.
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