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Mank: Puedes meterte tu crédito (y tu Óscar) por donde tú sabes

Por Edgardo Viereck Salinas.- Esa es la magia del cine, nos recuerda el protagonista de este ensayo sobre cómo llegar a entender la vida de alguien. Una sola vida bien comprendida quizás baste para captar algunas grandes cuestiones sobre la condición humana. Es lo que uno podría llegar a concluir luego de ver “Mank”, lo último de David Fincher.

Pero no. En absoluto y muy por el contrario, Fincher hace gala aquí de toda la mordacidad, la ironía, el desparpajo y hasta cierta insolencia moral con la que ha construido su filmografía a punta de meterse en temas que otros rehúyen y que a él parecieran no incomodarle en lo más mínimo. Pues bien, ¿de qué se trata aquí? ¿de cómo se escribió “El Ciudadano Kane”? No. Es decir, sí. Pero, en definitiva, no, porque el guion de la famosa película de Orson Welles escrito por Herman Mankiewicz es, al menos como lo plantea esta película, un ensayo sobre cómo conseguir la verdadera originalidad en la forma de contar una historia. Esta idea es la que inspira a Fincher para dar a la película una estructura muy similar al guion de su personaje.

En definitiva, Mank es un enigma infernal tal como lo es su Ciudadano Kane, y eso salpica al propio Orson Welles como autor de la idea. Y esto es así aunque a Welles no le guste mucho y se niegue a aceptarlo. De hecho, lo vemos apenas un par de veces. Al inicio, para dar el puntapié inicial al proyecto, y después, ya muy avanzado el relato, cuando intenta convencernos de que no era ese el proyecto que se había imaginado. Nunca se había visto a Welles como en esta película, tan asustado, intentando encubrir su miedo con un arrebato de cordura y luego con un absceso de violencia viril que remata en ese gesto de romper las botellas de alcohol que Mankiewicz esconde por ahí para sobrellevar su adicción. Un gesto de corrección política algo melodramática que ni Welles se lo cree pues no resulta muy convincente.

Al revés, la violencia cínica de Welles sólo consigue inspirar aún más a Mankiewicz para dar el retoque final a su guion sobre el ciudadano Kane, que es el otro cínico, quizás el mayor de todos y el que ha enseñado a los que manejan Hollywood a enmascarar su propia verdad en beneficio del negocio. Como dice el mismo Mankiewicz, se trata de capturar a esos que llenan las salas de cine dispuestos a creerse todo lo que les ponen por delante. Pero Mank no quiere eso. Quiere algo más. Algo que sea mejor y más digno. Mank quiere alcanzar la decencia creativa y lo consigue a un precio altísimo, que al final paga con una sonrisa en sus labios que más parece una mueca amarga, reconociendo haberse visto siempre a sí mismo como una rata atrapada en su propia trampa. La ironía es que, de ese sentimiento, Mankiewicz obtiene toda la energía necesaria para escribir su mejor guion. Su obra maestra y con la que consigue el ticket de entrada para ver la mejor película de todas. La película sobre su propia vida.

En un edulcorado blanco y negro, con una asordinada solemnidad que nos recuerda aquel toque elegante que Hollywood alguna vez tuvo y que ya perdió, y haciendo gala de una actuación soberbia del inglés Gary Oldman, el director David Fincher consigue un retrato de época nada nostálgico pues no se enfoca en homenajear nada ni a nadie sino en darnos una nueva lectura, muy moderna e incómoda, acerca del mito que han sido “Citizen Kane” y Orson Welles, su creador. Una lectura que se agradece por lo descreída y casi podríamos decir que deslenguada sobre un icono del cine pero, ante todo, sobre el desgarro y el sabor dulcemente amargo que suele dejar la experiencia de la verdadera creación. Pero no nos confundamos. Mank ni siquiera está preocupado por hablar de eso y, en cambio, se permite compartirnos algo conmovedor. Casi al oído nos asegura que, más allá de todo, él siempre se preocupó de ofrecer su amistad. Es una íntima confesión que permanece flotando en el aire con la levedad de una pluma pero que en realidad tiene el peso de un testamento ideológico. No queda duda de que para el talentoso Mank, es eso y solo eso lo que hizo que todo el resto valiera la pena.

Alvaro Medina

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